Bodegas mendocinas, para degustar y paladear, atractivo nacional e internacional.
Por estos días celebramos la Vendimia, la cosecha de la uva, la producción del vino, el recoger el fruto, el trabajo de todo el año. La fiesta central también tiene un momento de reflexión, de dar gracias por todo lo que nos dio el suelo, por tener un año más a la familia del vino junta y trabajando para esas uvas.
Porque la industria del vino, además de trabajar todos con similares objetivos, tiene quizá la particularidad que hay un legado que se transmite de generación en generación tanto en bodegueros como en consumidores y por eso también esa connotación familiar.
Pensemos que las bodegas más antiguas de Mendoza son todas de familias que vinieron de Italia y España, en su mayoría. La historia de ese vino que hoy llega a cada persona de aquí o de cualquier parte del mundo que nos visita lleva los secretos de las generaciones, de abuelos a nietos, de padres a hijos y solo pasa fielmente en esta industria. Esos secretos de los viñedos y de alguna cepa que supieron transmitir los primeros que la cosecharon, hoy le dan vida a ese vino. Pero ese legado no es sólo de productores o bodegueros sino también de quienes lo consumen: en cada casa donde el vino forma parte de la mesa familiar, se repiten rituales y gustos, memorias familiares, por celebrar con aquella misma botella que tomaba el abuelo, manteniendo una tradición. Por eso es un hecho de alta connotación y transmisión cultural.
Fuente:https://www.clarin.com/sociedad/vinos-cocina-mejores-mundo_0_8LDt1pN4.html
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