Caitlin Moran, ayer, en Barcelona. Caitlin Moran regresa al Londres de los 90 en ‘Cómo ser famosa’, la secuela de su primera novela, un manual, esta vez, contra el silencio ante el abuso de poder machista
Hace casi una década, Caitlin Moran (Wolverhampton, 45 años), reconocida articulista británica curtida en las trincheras del testosterónico periodismo musical de los 90, publicó un memoir, o libro de instrucciones, llamado Cómo ser mujer (Anagrama) que puso el primer cartucho de dinamita a los cimientos de una concepción de la mujer tan anacrónica como falsa.
Venía a decir Moran en su hilarante manual que, obviamente, no existe una única forma de ser mujer, que toda mujer es libre de ser la clase de mujer que le apetezca. Aconsejaba convertirse a una misma en un pequeño Frankenstein que reuniese todo aquello que te gustase de la gente a la que admirases, fuesen hombres o mujeres. Ella lo había hecho, y estaba diciéndole al mundo que cualquiera podía hacerlo. Solo había que querer hacerlo, y no sentirse mal por ello.
Casi una década más tarde, Doc Martens recién estrenados – “ahora mismo llevo tres pares de calcetines, ¡oh, los principios, son un horror!”, confiesa –, Moran ha vuelto. Y lo ha hecho convertida en toda una estrella de lo que se ha dado en llamar el poptimism. Acaba de publicar Cómo ser famosa (Anagrama), la secuela de su primera novela, Cómo se hace una chica, que publicó en 2014. Johanna Morrigan, más conocida como Dolly Wilde, se ha largado de su casa, harta de vivir con su poco productiva familia numerosa, y está cumpliendo su sueño: vivir en Londres, escribir sobre música, mantenerse a flote, acostarse con tantos tipos como pueda. Y la cosa va tan bien que hasta se está haciendo famosa. Porque sus columnas son muy buenas, y todo el mundo en el ambiente, incluido Michael Stipe, parece haber oído hablar de ella.
Pero entonces entra en escena el Mal Tipo y se lo quita todo. “Es curiosísimo. Mientras yo escribía esta novela (que en el Reino Unido se publicó en 2018) estalló el Me Too, y fue como ¡Vaya! ¡Parece que todas las mujeres del mundo estemos sincronizadas! Cuando por fin me decidía a escribir sobre lo necesario que es no cargar con ningún secreto, ¡todas empezaron a hacerlo!”, recuerda. Tiene uno de sus Doc Martens – son zapatos de piel de leopardo – sobre el sofá. Es un día de enero en Barcelona. “Esa clase de tío te lo quita todo. Cuando yo me mudé a Londres, coincidí allí con dos de mis mejores amigas. Y a las tres nos pasó lo mismo. Llegó un tipo, nos hizo algo horrible, y pareció que éramos nosotras las que teníamos que cargar con la vergüenza de lo que pasó. ¡Y lo que teníamos que hacer era devolvérsela! ¡Era él quien merecía cargar con ella!”, dice.
Su feminismo, siempre tan descaradamente igualitario, está dando pasos de gigante últimamente. ¿Se arrepiente de algo de lo que escribió en Cómo ser mujer, a la vez, y pese a todo, una ácida crítica contra las creadoras y científicas que no parecían haber existido nunca? “¡Estuvieron ahí! ¡Pero no podíamos verlas! Sí, en este tiempo he descubierto que siempre ha existido una cultura femenina, y que ellas habían formado parte de ella desde el principio. Ahora, de forma compulsiva, visito museos, tratando de buscar a las mujeres que han estado ahí desde el principio, esas pintoras que antes pasaba por alto. Cuando llego a casa, las busco, observo sus rostros, les digo que el mundo con el que soñaban, el mundo en el que hubieran encajado a la perfección, !ya existe! ¿No es un milagro?”, se pregunta.
“La Revolución Francesa la inició una mujer, ¡y ni siquiera sabemos su nombre!”, brama, en un momento dado. “Hizo un discurso, en plan súper político, en un mercado, ¡y las mujeres y los niños abandonaron la ciudad! ¡Y empezó la revolución! ¿Cómo es posible que nadie haya documentado eso?”, añade. Por otro lado, si alguien filmara, dice, una película sobre la historia de las mujeres “en los últimos 50 años”, sería “fascinante”. “¿Cuántas cosas hemos hecho? Hemos hecho nuestro todo lo bueno que tenían los hombres, pero ¿qué ha sido de ellos? Si la película fuese sobre la historia de los hombres, sería un completo aburrimiento, ¿en qué han cambiado? ¡En absolutamente nada! ¿Y por qué? Porque no se han atrevido aún a incoporar lo bueno que siempre ha tenido ser mujer. Aún tienen miedo a que les digan que lo que hacen es cosa de chicas”, dice.
Así que lo que toca ahora es “poner en valor” esas “cosas de chicas”. “El hecho de que podamos hablar de cualquier cosa, que nos contemos en todo momento lo que sentimos, que nos cuidemos, ¿no da un poco de miedo que un hombre no pueda ayudar a un niño que se encuentre en la calle sin que se piense de él que es un pedófilo?”, se pregunta. “Los hombres necesitan apropiarse de los privilegios de las mujeres como nosotras nos hemos apropiado de los suyos si quieren avanzar”, insiste. Pese a todo, cree que estamos en el camino hacia alguna parte. Siempre alguna parte mejor. “Cuando mis hijas, de 18 y 16 años, me dicen que les hubiera gustado vivir los 90 me recuerdan un poco a cuando yo les decía a mis padres que me hubiera flipado vivir los 60. Y les contesto que no tienen ni idea. Entonces una chica no tenía ningún valor, nadie la respetaba. Hoy nos respetan”, sentencia.
Fuente:https://elpais.com/cultura/2020/01/29/babelia/1580323419_999827.html
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