San Rafael, Mendoza 20 de abril de 2024

FORMACIÓN CIUDADANA: Lo que Bolivia nos enseña … parte II. Prof:. Fabio A. Misino

En esta parte, siguiendo con el análisis y la reflexión que nos deja la situación boliviana podemos indagarnos sobre el acto eleccionario y sobre lo que implica un fraude. ¿Es tan grave un fraude? ¿Es malo siempre, aunque se trate de un buen gobernante, o de asegurar un buen gobierno?

Como vimos antes, el acto de elegir a los funcionarios que van a conducir a una sociedad es una característica propia de la democracia ateniense y de la república romana. O sea que dicha característica está desde el origen de estas formas de gobierno, son la esencia del espíritu democrático y republicano. El significado de este acto eleccionario nos dice muchas cosas. Nos dice que lo que legitima y respalda a la autoridad, no es la fuerza, no es un designio de los dioses, sino, que la autoridad se va a basar en una voluntad mayoritaria a través de un procedimiento que pueda tener en cuenta la opinión y la voluntad de toda la sociedad. Un procedimiento transparente que pueda asegurar un acuerdo social. Dicho procedimiento representa la búsqueda de la verdad, una expresión de voluntad y libertad para asegurar la paz. En fin, estamos hablando de valores universales deseados por cualquier hombre para estructurar una sociedad en la que valga la pena vivir.

El acto de cometer fraude en una elección nos aleja de la verdad como valor. Nos aleja de la buena voluntad  que cada miembro de la sociedad puede aportar. El fraude nos hace caer en la mentira, y representa una burla hacia la libertad y buena voluntad de cada uno de los ciudadanos y de toda la sociedad en su conjunto. El acto eleccionario pierde sentido, pierde significado porque ya hay un resultado prefijado. Le quita el poder a cada ciudadano. Por lo tanto, la autoridad que pueda surgir de ahí no es legítima, ya que no surge del cumplimiento de los principios democráticos acordados. No se respeta la voluntad popular. El acuerdo social también se expresa como una ley electoral, su violación o incumplimiento queda calificado como un delito. Entonces, quien motiva, organiza y participa de dicho fraude comete un delito quien comete delitos, ósea quien delinque, se califica como delincuente. Es en este momento que surgen un racimo de preguntas: ¿Puede la autoridad basarse y surgir de un acto delictivo? ¿Puede, por lo tanto, un delincuente conducir los destinos de una sociedad? ¿Cuál es la validez de esta autoridad? Quien respalda a dicha autoridad y respalda dicho acto: ¿no se convierte en cómplice, o sea, en delincuente? Y, lógicamente que sí. Sí se convierte en un delincuente, tantos los que participan como los que convalidan. Un gobernante surgido de esta manera no tendría autoridad legal, y menos autoridad moral.

La pregunta que brota es: ¿Cómo se sostiene en el tiempo una autoridad surgida de esta manera? Una vez violada la ley y roto el acuerdo social se sostiene con más violaciones a la ley y a los derechos de las personas, o sea con autoritarismo ¿Cuáles son las consecuencias? Las consecuencias son inconfundibles e innumerables: aumento de la tensión social, violencia, inseguridad, descrédito del país, pérdida de inversiones y un largo etc. Que incluye el debilitamiento y la pérdida de la democracia ¿Puede ser juzgado y condenado quien participa de este hecho? Si lo analizamos justamente no es que puedan, sino que deben ser juzgados y condenados todos los culpables, lo que implicaría la imposibilidad de ejercer cargos públicos, ya que la falta que se cometió es a la fe y a la paz pública. En una sociedad con valores democráticos arraigados, quien participaría de este acto vergonzoso, recibiría una condena social perpetua, caería en el descrédito su palabra y perdería su honorabilidad. Aunque, para muchos lamentablemente, el honor es un valor fuera de moda.

Si justificamos el hecho porque es el mejor candidato, tiene las mejores ideas, etc., no deja de ser un criterio particular que se guiaría bajo el principio: “el fin justifica los medios”. Pero, preguntémonos si el fin justifica los medios. En cualquier espíritu democrático la respuesta será: ”El fin no justifica los medios. El fin especifica los medios”

Gentileza: Prof. Fabio A. Misino

famisino@yahoo.com.ar

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