Una vez convocadas las elecciones y hechos públicos los diferentes candidatos, comienza la campaña electoral… y la carrera por el voto. Arengas, recorrida de calles, visitas a otras ciudades, besos y abrazos a diestra y siniestra, es algo a lo que estamos acostumbrados.
¿Era muy diferente en la antigua Roma?
Durante la República, el sistema político exigía la convocatoria a elecciones para reponer a los miembros que ocupaban las diversas magistraturas, que eran anuales. Si bien las campañas políticas eran muy distintas respecto a la forma en que las entendemos en la democracia actual, hay algunos aspectos que no han cambiado.
El «Commentariolum Petitionis» el manual de campaña de Cicerón que los políticos deberían leer, porque es una fuente imprescindible para conocer la estrategia electoral de un buen candidato. Escrito hace más de 20 siglos, este manual de Quinto Tulio Cicerón – hermano del orador- para ganar las elecciones al consulado mantiene a juicio de expertos como los profesores Pablo Vicente Sapag y Lisi, contiene lecciones muy útiles.
En este documento privado, con intención de hacerse público, solo entre los sectores nobles de Roma. Se imparten consejos y reflexiones de tipo electoral dirigidos al célebre Cicerón, como un manual de ayuda al candidato para poder llegar a obtener el éxito en la carrera hacia el consulado del año 63 a.C.
La autenticidad del manual ha estado siempre bajo sospecha, aunque ahora se acepte casi unánimemente su existencia.
Alguno de los consejos: 1) Acudir diariamente al Foro (que era el centro de la vida política, jurídica y social de la Urbe) y de ser posible, siempre a la misma hora, para que todos los ciudadanos que deseen dirigirse a candidato, conozcan su rutina y puedan encontrarlo. 2) Conversar con todos los futuros electores que pueda, con el objetivo de ser reconocido como un candidato accesible y atento a las propuestas del pueblo romano. 3) “la prensatio” (apretón de manos): La solicitud del voto mediante apretones de manos que transmiten la cercanía del aspirante y crea un vínculo de afinidad con quien recibe el saludo del candidato 4) La regla de oro: No negarse de forma taxativa a nada, rehusando amablemente a lo que no se puede cumplir, intentando quedar bien con cualquier posible elector.
La forma de obtener apoyo era pedirlo personalmente a cada ciudadano. Pero claro no a cualquier ciudadano, sino a aquellos de reputada condición social, que a su vez pudieran obtener el respaldo de otros ciudadanos. Pero… ¿cómo dirigirse a estas personas por su nombre o recordarlos cuando Roma tenía casi un millón de habitantes? Ahí aparece la figura del nomenclator, palabra que hoy en día, ha quedado como un simple «catálogo de nombres» se llamaba así a los esclavos que acompañaba, al candidato por las calles para susurrarle discretamente al oído el nombre de la persona a la que se dirigían para pedirle su voto.
Buscando similitudes con nuestra época, también tenían sus particulares pegadas de carteles. No era algo que se dejase al azar, sino que estaban muy organizados, como casi todo en Roma. Si se tenía el acuerdo del propietario de las fachadas o paredes donde se iban a estampar las pintadas se actuaba a plena luz del día e intervenían dos voluntarios o personas contratadas: el dealbator (blanqueador), que era el encargado de pintar la pared de blanco para resaltar el mensaje, y el scriptor, el graffitero propiamente dicho. En Pompeya incluso se encuentran también testimonios de la utilización de tumbas como soportes de publicidad. Existían otras formas de publicitar electoralmente a un candidato, pero ya entraban dentro de la ilegalidad. Tales como el reparto de dinero entre los posibles votantes, llevado a cabo por los divisores, era un soborno electoral, perseguido a través de la lex Calpurnia de ambitu en el 67 a.C., que suponía para los condenados el quedar excluidos a perpetuidad de las magistraturas y del Senado.
Durante algún tiempo, las estructuras del Estado romano se resistieron a esta corrupción sin sufrir grandes contratiempos. Era parte de un sistema social y político basado en el clientelismo, el abuso de poder y el enriquecimiento personal. La codicia de los funcionarios públicos no tenía límite y estos delitos fueron creciendo al ritmo de las conquistas. Pero llegó un momento en que el gobierno se hizo impracticable y el derecho romano tuvo que introducir cambios. Un ejemplo de esto fue Licinio Calvo Estolón, tribuno de la plebe en el 377 a.C., que introdujo una fuerte limitación a la acumulación de tierras por parte de un único propietario, además de una severa reglamentación para los deudores, pero luego fue acusado de haber violado sus propias leyes. La historia de Roma parece que ya había sido escrita tal, el escritor y político romano Petronio, cuando se preguntó, impotente, en el siglo I y aun nosotros en el XXI: “¿Qué pueden hacer las leyes, donde sólo el dinero reina?”.
Gentileza: Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
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