San Rafael, Mendoza viernes 29 de marzo de 2024

El tintero de la condesa

José Bonaparte, hermano de Napoleón, ordenó construir una lujosa mansión para sus escarceos amorosos con una condesa viuda. Fue, el palacio de la Gran Vía, el que servía de “picadero” a “Pepe Botella” y su amante cubana al decir español.

Doña Teresa Montalvo y O’Farrill, condesa de Jaruco, nacida en La Habana en 1771 e hija del primer conde de Casa Montalvo, nieta del primer conde de Macuriges y del IV marqués de Villalta, descendiente directa de los condes de Casa Bayona. Largo nombre y alta alcurnia precedían la fama de la noble dama protagonista de esta historia curiosa de Madrid. Se había casado a los 12 años con el hombre más rico de Cuba, Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas. Ambos llegaron a Madrid a finales del siglo XVIII y pronto adquirieron fama en la ciudad. El, por sus fracasos económicos que hicieron mermar su hacienda. Ella, según los libelos de la época, por ser una mujer seductora, descarada y aficionada a los “juegos del amor”.

En 1806, Teresa se quedó viuda, después de que el conde de Jaruco muriera en Cuba tras padecer una virulenta fiebre. En ese punto aparece el otro protagonista de esta historia: José Bonaparte, conocido popularmente como Pepe Botella. El hermano de Napoleón, rey de España, se encaprichó con la treintañera condesa cubana. La condesa viuda guardó poco tiempo el luto. Sus fiestas y su presencia en los fastos del Palacio Real eran siempre motivo de conversación. Pepe botella quedó prendado de los encantos de Teresa, que era madre de dos niñas: Mercedes y Josefa.

Bonaparte estaba casado con Marie Julie Clary, reina consorte de España. El matrimonio no fue dificultad para que el rey tuviera a sus amantes. Alguna de ellas, casi con título oficial como María Pilar de Acedo y Sarriá, marquesa de Montehermoso, que se trasladó con el rey a la corte con la complacencia de su propio marido. Pero no fue la única. El exotismo cubano de Teresa quitó protagonismo a María Pilar.

Los rumores, cada vez más frecuentes, en torno a la relación entre el hermano de Napoleón y la condesa viuda llevó al rey a sufragar un nuevo palacio, situado en los terrenos que hoy ocupa la Gran Vía, esquina a la calle del Clavel. Los historiadores cifran en uno y cinco millones de reales el dispendio en la construcción de esta casa. Un espacio concebido únicamente para los encuentros íntimos entre ambos que contaba con un coqueto jardín rodeado de árboles. Ella no utilizó nunca esa construcción como residencia, ya que tenía su domicilio en la calle de la Luna.

La fama de la noble cubana quedó reflejada en una célebre obra que relata la convulsa España de principios del siglo XIX: el diario de Elizabeth Vassall Fox, conocida como Lady Holland. En él dejó escrita su descripción de Teresa Montalvo: “Mujer habanera y hermosa, voluptuosa en extremo, vive entregada por completo a la pasión del amor”.

Desgraciadamente sus encuentros duraron poco ya que ella murió en 1812. Madrid no olvidó este romance entre el rey y la cubana y la historieta “picarona” se convirtió en burla contra el monarca, y entonaban la copla “la condesa tiene un tintero donde moja la pluma José Primero”.

Gentileza:  Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com

Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.

 

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Sé el primero en comentar en «El tintero de la condesa»

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*