San Rafael, Mendoza viernes 19 de abril de 2024

Flexitarianismo: la dieta que salvará el mundo… y te hará vivir más años

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¿Qué es la dieta flexitariana? 
Si eres de los que vive septiembre como un mes para hacer borrón y cuenta nueva, es muy probable que ahora mismo estés inmerso en un mar de propósitos para lograr convertirte en una mejor versión de ti mismo. En esa larga lista que manejas, comer mejor es, casi seguro, uno de los primeros ítems. El clásico hábito que, año tras año, te propones mejorar y, luego, no tardas en abandonar.

Pero no te desanimes. Este año te damos otra razón para que te mantengas firme en tu intención. Cada vez que tu voluntad flaquee, piensa en que no sólo tu salud depende de la dieta que elijas. También la del planeta está en juego.

Lo están advirtiendo los máximos expertos en todo el mundo: tanto el bienestar de la población como la sostenibilidad del mundo en el que vivimos pasan, irremediablemente, por un cambio en el modo en que consumimos -y producimos- los alimentos. Y eso, al menos para los habitantes del primer mundo, supone reducir drásticamente la ingesta de carne y aumentar exponencialmente la de frutas, verduras y legumbres.

La llaman dieta flexitariana, en alusión a un patrón de alimentación básicamente vegetariano en el que la carne tiene cabida de forma ocasional. Y es muy distinta a la que hoy en día llevan la mayoría de españoles, aunque está ganando adeptos.

Según datos de la consultora Lantern, en 2017 un 6,3% de la población se declaró flexitariana, un porcentaje que unido al 1,3% de vegetarianos y al 0,2% de veganos cifran en más de tres millones y medio la tendencia veggie en España.

Necesitamos mantener la producción de alimentos dentro de unos límites que disminuyan el riesgo de cambios potencialmente catastróficos en el sistema terrestre

A principios de este año, la Comisión EAT-Lancet, que reúne a 37 científicos punteros de 16 países, dibujó un plan global con algunas de las medidas concretas que hacen falta para que, en 2050, el planeta pueda alimentar, sin morir en el intento, a los casi 10.000 millones de personas que se esperan.

Entre otras iniciativas, el panel señaló la necesidad de una transformación que duplique la ingesta de «alimentos saludables como frutas, verduras, legumbres, nueces y semillas» y reduzca en más del 50% de media el consumo de alimentos menos saludables, como la carne roja.

Según sus consejos, debemos cambiar nuestros platos para que la fruta y la verdura ocupen al menos la mitad del espacio, que nuestra fuente de proteínas principal sea vegetal -a través, por ejemplo, de legumbres como las lentejas o las alubias- y el pescado, la carne y los productos lácteos se consuman ocasionalmente y en cantidades moderadas.

Estas medidas no sólo permitirían «prevenir aproximadamente 11 millones de muertes por año, lo que representa entre el 19% y el 24% del total de fallecimientos en adultos», señaló la comisión, sino también mantener la producción de alimentos dentro de unos límites que disminuyan el riesgo de «cambios irreversibles y potencialmente catastróficos en el sistema terrestre».

En el mismo sentido, una investigación internacional publicó el pasado diciembre en la revista Nature las opciones que manejamos para mantener el sistema alimentario dentro de las fronteras necesarias para la supervivencia del planeta. Y una de las claves principales también subrayaba la necesidad de reducir el consumo de proteína animal en favor de la vegetal en los menús.

En definitiva, más garbanzos y menos chuletones.

Luis Lassaletta, investigador del Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Medioambientales de la Universidad Politécnica de Madrid, es uno de los firmantes del trabajo. En su opinión, para adoptar esas medidas alimenticias, los españoles no tenemos que aprender nuevos patrones, ni acuñar nuevos términos culinarios: tan sólo debemos echar la vista un poco atrás.

«En el caso de España, apostar por la dieta mediterránea sería la opción ideal, ya que es una dieta saludable, sostenible medioambientalmente y basada en productos adaptados a nuestro clima», asegura. El problema es que hace décadas que abandonamos ese régimen tradicional de alimentación: «En los 60, la proporción de proteína animal en la dieta habitual en España era del 35%», señala Lassaletta. «En la actualidad, supera el 60%».

Uno de los mitos más lamentables en el imaginario colectivo es que es necesario comer carne a diario

MIGUEL ÁNGEL MARTÍNEZ, EXPERTO EN NUTRICIÓN

Aunque el consumo de carne se ha reducido progresivamente en los últimos 10 años, en 2018 se comieron 2.115 millones de kilos en España, lo que equivale a unos 46 kilos por persona y año, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.

«Uno de los mitos más lamentables en el imaginario colectivo es que es necesario comer carne a diario», coincide Miguel Ángel Martínez, catedrático de Epidemiología y Salud Pública de la Universidad de Navarra y uno de los expertos en nutrición más reputados del país.

«Desgraciadamente el español piensa que si no ha comido carne es que no ha comido. Pero en una dieta saludable no sólo puede, sino que debe haber días sin carne», subraya el especialista, a quien no le gusta el término flexitarianismo por impreciso: «¿Cuántas veces a la semana se le permite comer carne a un flexitariano? ¿En qué cantidad? ¿Qué tipo de carne?».

Según sus pautas, y como recomendación general, «debería haber al menos uno o dos días a la semana en que no se coma nada de carne». Además, a la hora de elaborar un menú omnívoro también es necesario anteponer la carne de ave a las carnes rojas, cuya ingesta no debería superar «las dos raciones de 125 gramos a la semana». La restricción de las carnes procesadas, subraya, ha de ser aún mayor.

En la misma línea se ha pronunciado la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), dependiente del Ministerio de Sanidad, que aconseja un consumo moderado de carne roja, que no supere las dos o tres ingestas a la semana, «ya que su consumo continuado y/o excesivo puede relacionarse con determinados problemas de salud».

El abuso de las carnes rojas y procesadas se asocia, desde hace años, con un mayor riesgo de enfermedades como las cardiovasculares. Pero desde 2015 preocupa además su relación con el desarrollo de tumores. Ese año, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC), dependiente de la Organización Mundial de la Salud, emitió una evaluación que ligaba estos productos con el cáncer.

El informe fue especialmente contundente con las carnes procesadas, señalando que «hay pruebas convincentes de que este agente causa cáncer». Según sus estimaciones, «cada porción de 50 gramos de carne procesada consumida diariamente aumenta el riesgo de desarrollar un tumor en el colon aproximadamente en un 18%».

La IARC también señaló en 2015 que la evidencia disponible sobre la relación entre la carne roja y el cáncer era «limitada», aunque suficiente para incluir este alimento en el grupo 2A, que engloba a agentes «probablemente cancerígenos para los humanos».

La carne y sus altísimos costes de producción para el planeta es también uno de los ejes sobre los que se ha construido el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC según sus siglas en inglés) que, este verano, volvió a recordar la necesidad de dar un giro radical en el menú habitual de la población si pretendemos que el calentamiento global se mantenga por debajo de los dos grados centígrados a fin de siglo, tal como establecen los Acuerdos de París.

Si sustituimos la carne por productos ultraprocesados, el impacto va a ser muy pequeño

BEATRIZ ROBLES

Sin embargo, reducir el consumo y producción de carne no es el único desafío al que debemos enfrentarnos para conservar nuestra salud y la del planeta. Por ejemplo, si pensamos en nuestro organismo, debemos ser conscientes de que renunciar a la carne no es la panacea del bienestar si se trata de la única costumbre que modificamos. Para que surta efecto, el hábito ha de ir acompañado de un aumento del consumo de proteína vegetal de alta calidad -como las legumbres-, explica Beatriz Robles, especialista en Ciencia y Tecnología de los Alimentos y Nutrición.

Si sustituimos la carne por productos ultraprocesados, «el impacto va a ser muy pequeño, al igual que sirve de poco eliminar la carne pero mantener un hábito tabáquico o ser sedentario». Y subraya: «Tenemos que cuidar la dieta en su conjunto, optando por alimentos saludables, no sustituir unos alimentos desaconsejados por otros que tampoco aportan».

También Lassaletta insiste en la idea de que un cambio global en la dieta es una condición necesaria pero no suficiente para salvar el planeta. El control del desperdicio de alimentos, la reutilización de residuos del sistema productivo o la aplicación de prácticas eficientes en los sistemas ganaderos y de cultivo, por poner algunos ejemplos, son claves para garantizar la sostenibilidad de nuestro modo de vida.

«Creo que es fundamental que la sociedad sea consciente del importantísimo reto que tenemos por delante», remarca. «Tenemos que contribuir como consumidores, sin duda, pero también apoyando la educación, apostando por la información, la trazabilidad o la investigación de la sostenibilidad del sistema agroalimentario».

El futuro está en nuestras manos. Y en nuestros estómagos.

Fuente:https://www.elmundo.es/papel/historias/2019/09/20/5d8488c7fdddfffd368b45df.html

 

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