San Rafael, Mendoza viernes 29 de marzo de 2024

Una condesa francesa en tierras chaqueñas – Por:.Beatriz Genchi

En 1870 Alice se encontraba en Francia en medio de un caos belicoso y social que hacía mella incluso en su matrimonio. Nacida en Paris en 1840, Alice Francisca María de Chavagnac, apellido que figura en el séquito de María Antonieta, entre las damas de compañía de la reina.

Casada desde los 23 con Raúl Carlos María Le Saige, vizconde de Villesbrume, tres hijos y con ciertas dificultades económicas, la condesa finalmente se separa de Raúl y empieza a acariciar la idea de tierras lejanas. Finalmente, la decisión fue tomada: Alice se ausentaría de Francia con los dos hijos varones…  en tanto el esposo quedaría en Cheronne, a cargo de Juana María Josefa.

Con poco dinero que le otorgó su familia en bancarrota, gestionó en la embajada Argentina de París “cuatro pasajes de inmigración”, porque aparte de los dos hijos, a la aventura se sumaría Magni, un jardinero con el que se decía que Alice habría entablado intimidad.

En 1888 Alice contaba con 44 años y ese mismo año arribaría junto con su familia al puerto de Barranqueras en Chaco. Ni bien la condesa puso pies en esta tierra llamó la atención de todos y corrió la voz de que una señora, con cuatro baúles con ropas y hasta un piano de cola, venida de algún país de Europa había decidido desembarcar en aquella parte del suelo argentino.

Con dos carruajes la familia se dirigió a Resistencia que en aquellos años era apenas una colonia, fundada hacía sólo 13 años, con una primera oleada de inmigrantes del Friuli del noreste de Italia.

La condesa fue recibida por el entonces gobernador Antonio Dónovan. En algún punto del encuentro, y gracias a un regular manejo del idioma español, Alice le comunicó al gobernador que no pensaba quedarse en Resistencia, sino que su destino era Campo Arocena distante a 40 kilómetros de la capital chaqueña. Los intentos del gobernador por disuadirla de dirigirse a aquel paraje casi inhóspito no sirvieron de nada, la mujer estaba decidida. A pesar de las distancias, el desamparo y hasta las tribus originarias que habitaban el lugar, al notar que la mujer no se daba por vencida, decidió ofrecerse como “protector para gestionar recursos, elementos y ayudantes”.

En cierta zona de Campo Arocena se levantó una construcción de dos plantas. A cargo del emplazamiento estuvo Magni, un tal Simón Gómez que sería el futuro capataz de Alice y un equipo de peones y carpinteros. La casa fue armada con tablones de quebracho y algarrobo, mirador de ocho metros de alto y cobertizos para albergue del personal. La casa fue rodeada por una fuerte empalizada como un fuerte. A pesar de todo, los malones se daban en diferentes puntos del territorio nacional y aquella zona en particular se creía conflictiva con las tribus del lugar.

A pesar de que el lugar era inhóspito y a Alice no le fue fácil acomodarse a aquella nueva vida, ésta pudo conformar un gran espacio para la agricultura y ganadería. El interior de la estancia estaba amueblado con un estilo francés que difería mucho de las construcciones que se veían por la zona.

A pesar de que las cosas parecían ir bien y la estancia empezaba a dar sus frutos con los peones trabajando incansablemente la tierra y protegiendo la estancia de cualquier posible intruso, un nuevo revés en la vida de la condesa traería algunas dificultades. El fiel Magni la abandonó. No conocemos bien los motivos por los cuales el jardinero francés decidió dejarla, aunque algunos autores se refieren a una fuerte discusión, de cualquier manera. a Magni se le perdió el rastro en Paraguay y no se volvió a saber más de él.

En 1893 el gobernador Dónovan designó a Rolando Le Saige (con 18 años), subcomisario de la jurisdicción con tres vigilantes a su cargo con asiento en la misma estancia. Entretanto, Javier Le Saige, el otro hijo de Alice, se dedicó de lleno a la vida campestre. Aparece entonces un nuevo personaje en esta trama, Victoriano Pinto, un peón que se incorporó a la estancia y que se diferenció del resto por un “temperamento astuto y observador” según indica el historiador Ramón de las Mercedes Tissera.

Para el año 1894 una visita inesperada de una pareja correntina llamó la atención de la condesa, no tanto la pareja en sí, sino el niño que traían con ellos. El padre del niño le indicó a Alice que buscaba trabajo y necesitaban un lugar donde quedarse. Alice aceptó, tal vez no necesitaba otro peón en la casa, pero aquel niño la había cautivado. Inmediatamente se encariñó con él, tanto así, que su nombre Genaro se deformó a un francés: Yenaró.  Tiempo después los padres se ausentan y dejan a la criatura al cuidado de la piadosa patrona.

Un lunes 13 de marzo de 1899 con las primeras luces del alba los perros de la estancia empiezan a ladrar como nunca. Los peones divisaron una nube de polvo a la distancia que se aproximaba amenazadora en dirección a la estancia, algunos ya sabían de qué se trataba aquella amenaza hecha polvo. Unos llevaban lanzas, otros, carabinas. Enseguida se escucharon las primeras detonaciones y algunos jinetes cayeron de sus monturas desparramados entre polvo y tierra.

A los gritos los peones ordenaron a las mujeres que abandonasen la casa y huyeran a los campos aledaños. Y salieron en tropel de la estancia dejando el caos detrás. Alice corría con ellas, pero de repente se frenó en seco paralizada. Recordó a “Yenaró”, el niño estaba dentro de la estancia. Nutrida de valentía maternal la francesa giró sobre sus talones y corrió en dirección al caos de disparos, corridas, ladridos y gritos. Pronto alcanzó el jardín, pero allí volvió a frenarse en seco ya que frente a ella el peón Pinto empuñaba una lanza. Alice hizo ademán de flanquearlo, pero el traidor atacó, clavó con todas sus fuerzas la lanza en la francesa.

Al día siguiente la estancia se consumía ya en un fuego casi extinto que derrumbaba la estructura transformándola en un gigante humeante y carbonizado. La casa había sido totalmente saqueada, los finos muebles destruidos, la ropa de los ocupantes chamuscada por el fuego y “Yenaró”, en brazos de uno de los saqueadores, desaparecía para siempre de esta historia.

Así termina la vida de Alice Le Saige y la historia de una francesa que huyó de la decadencia y muerte por la guerra, que dejó su tierra natal en busca de un nuevo hogar el cual encontró en el interior del Chaco, pero que, a pesar de ello, pareciera ser que la guerra pudo seguirla incluso hasta tierras tan inhóspitas donde la muerte aún podría alcanzarla.

Gentileza: Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com

Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.

 

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