San Rafael, Mendoza jueves 18 de abril de 2024

Cortesana, que tu belleza te salve – Por:.Beatriz Genchi

El orador ateniense Demóstenes resumió así el lugar que ocupaban ellas en la vida de los más acaudalados: “A las hetairas las tenemos para el placer; a las concubinas, para que nos cuiden diariamente; y a la esposa, para procrear legítimamente y tener una fiel guardiana de los bienes de la casa”.
“Dominaba a los hombres de Estado más influyentes.” “Tenía una rara sabiduría política.” “Le escribía los discursos a Pericles.” Éstos y otros elogios dedicaron autores griegos y romanos a un personaje de enorme influencia en la Atenas helenística del siglo V a.C. No hablaban de un filósofo ni de un político, sino de una hetaira –cortesana– llamada Aspasia de Mileto. Las mujeres como ella eran extranjeras de gran atractivo a las que se entrenaba desde la infancia para alegrar los banquetes, que entonces eran la cima de la diversión de los varones.

Sus servicios incluían los favores sexuales, pero aportaban también sus dotes como inteligentes conversadoras y sus habilidades en la música y la danza. Las cortesanas, cuya capacidad de brillar en la conversación, las artes y la cultura las distingue de las prostitutas, existen desde la antigüedad y en civilizaciones muy dispares: desde las hetairas griegas a las oiran japonesas o las odaliscas turcas.

Aspasia, primera cortesana conocida, reunía todas estas cualidades, y gracias a ellas conquistó al gran Pericles, que llegó a legitimar al hijo que tuvieron pese a que las leyes lo impedían. Resultaba tan buena oradora que se llegó a decir que daba clases de retórica a las atenienses de buena cuna. Y eso que ella ni siquiera era una ciudadana, ya que había nacido en Mileto. De hecho, las jóvenes de Atenas no podían ser hetairas, ya que se les reservaba para el matrimonio. Eso llevó a otra paradoja: estas cortesanas extranjeras eran las únicas mujeres que gozaban de libertad de movimientos y vida social entre los atenienses, que eran muy opresivos con la mujer.

Incluso podían poseer muchos bienes. Tomar el control Precisamente para conservar el afecto de sus amantes más generosos, las hetairas refinaban sus técnicas, como se relata en este consejo de seducción que el escritor griego Alcifrón puso en boca de una de ellas: “Uno de los trucos principales de las que practican nuestra profesión es posponer el momento del disfrute y, despertando las esperanzas, mantener a los amantes en nuestro poder… Unas veces estaremos ocupadas o indispuestas, o cantaremos, tocaremos la flauta, bailaremos o prepararemos la cena, o decoraremos la habitación, bloqueando así el camino a esos placeres íntimos que, de otra forma, con seguridad se marchitarían pronto”.

Otra gran hetaira griega fue Friné, amante del escultor Praxíteles, quien se inspiró en ella para crear su Afrodita de Cnido, entre otras muchas esculturas que representaron a la diosa en su plenitud. Mnésareté fue su verdadero nombre, aunque ha pasado a la historia como Friné, que significaba sapo por el tono verdoso de su piel. A pesar de su relevancia en las tertulias y los círculos públicos de la ciudad, Friné estuvo a punto de correr la peor de sus suertes, a consecuencia de la acusación de un amante despechado, que la llevó ante el tribunal acusada de impía tras hacer una parodia de los misterios de la diosa Deméter. Ante tal acusación y para considerar su gravedad en aquella época, sólo hay que recordar que Sócrates fue juzgado por lo mismo y su final fue la muerte a causa de la cicuta que tuvo que beber. Para aclarar qué era la impiedad en la Antigua Grecia, digo que ello significaba que la persona acusada no tenía ningún respeto por los ritos religiosos de la ciudad, y su castigo era la muerte.

Así que Friné tuvo que comparecer ante un tribunal con tan dura acusación. El escultor y a la su vez amante, al verse incapacitado con el don de la oratoria para defenderla durante el juicio, decidió que fuera Hipérides, otro de sus amantes, y uno de los mejores oradores del ágora, quien la defendiera ante la asamblea con su alegato. Aunque realizó una defensa muy inspiradora, el resultado no fue el deseado, y como último recurso, Hispérides pidió a Friné que se acercara a su persona y que allí mismo demostrara su belleza ante dichos hombres desnudándose. Tan maravillados y conmovidos se quedaron todos ellos ante la belleza y perfección de la mujer que el tribunal no dudó en otorgarle de nuevo la libertad. Fue esta anécdota la que sacó del anonimato a Friné para incluirla en la historia.

Gentileza:Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com

Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.

beagenchi@hotmail.com

 

 

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