Era época rosista y la imagen se imponía. Con un fuerte uso político. Entre las medidas del periodo, se estableció como obligatorio llevar la divisa punzó y la bandera nacional que sufrió cambios: se le agregaron gorros frigios e inscripciones. Uno de los elementos más repetidos en esta imposición de la imagen federal era el propio retrato de Rosas apareciendo en múltiples tamaños y objetos para lo que el desarrollo de la litografía va a facilitar la reproducción de su imagen.
En el siglo XIX el retrato adquirió mucha relevancia convirtiéndose en el género dominante en la función de propaganda y publicidad. Estilísticamente correspondían al neoclásico y la característica más importante es que todos mostraban personalidades de alta jerarquía y poder económico. Los retratos podían ser de busto o de cuerpo entero, individual o colectivo.
Existían producciones que por un lado referían a la pintura de caballete, cuyos artistas más importantes fueron Carlos Enrique Pellegrini, Cayetano Descalzi, Fernando García del Molino y unos pocos más. Juan Manuel de Rosas odiaba ser retratado pero amaba hacer circular sus retratos hasta el último confín de la “santa Federación”. Solo se dejó retratar al óleo en contadas ocasiones, a partir de las cuales se confeccionaron todas las variantes de sus retratos, que eran copias de copias. Nunca antes la circulación propagandística de la estampa de un caudillo había cobrado tanta importancia. Para la propaganda rosista, contaba más la imagen que la palabra.
Dentro de esta circulación de la imagen, existían también otras formas y soportes en los que aparecía la efigie de Rosas. Por lo tanto existía una profusión de imágenes rosistas que circulaban por el espacio público, que en el ámbito privado se veían en peinetones, abanicos, relojes, pañuelos, jarros, vajilla, etc. De hecho esta reseña surgió, a raíz de un comentario de mi amiga Matilde. Ya saben que desde esos tiempos se heredaban grandes juegos de vajilla y hasta ella llego una, con tonos azules la que según le contaba la familia, había estado guardada durante mucho tiempo, por no ser rojo punzo. No se sabe si por convicción o por temor.
Como ven, se hizo un uso sistemático de la imagen de Rosas, reproducida en multiplicidad de elementos imponiendo la imagen del Restaurador en todo momento. Uno de los casos más llamativos es la circulación de monedas con el retrato de Rosas y el papel moneda con loas a la “Santa Federación”. Por otro lado, la aparición de la litografía, facilitó la reproducción de la imagen de Rosas, por lo cual aparecía no sólo en “La Gaceta Mercantil”, de tinte rosista
Pero voy a detenerme (artista al fin!) en la obra “Boudoir Federal” de Cayetano Descalzi de 1845 como central, pues muestra un ámbito íntimo y privado que aun así no escapa al retrato de Rosas. Pero, ¿qué es un boudoir? No es ni la habitación ni el salón principal de una residencia. Es un salón lindante con la habitación matrimonial reservado exclusivamente para el cuidado y las reuniones de mujeres. Pero Juan Manuel de Rosas, por medio de su imagen, ha logrado acceder al espacio reservado a las mujeres.
La dama se mira al espejo mientras arregla su pelo. Aún no ha terminado de desvestirse y lleva puesto el pañuelo rojo punzó, emblema de la causa federal. A la derecha se encuentra la efigie de Rosas. No es solamente un objeto decorativo, sino un objeto de devoción que adquiere una cierta carga erótica. Aquí, Descalzi se cita a sí mismo y copia el retrato que había pintado de Rosas, titulado “Rosas el Grande”, y que se había masificado como litografía, mandada a hacer en París. El ojo hurga para espiar a la dama en su intimidad. Encuentra, en cambio, a una mujer rodeada por los emblemas de un animismo rosista, vigilada o custodiada, a través del retrato, por Rosas.
Los dictadores que le siguieron, alrededor del mundo y a lo largo del siglo XX, harán de sus retratos fotográficos, y de la regimentación de la apariencia de sus adherentes, preciosos instrumentos de poder, continuando y sistematizando, sin saberlo, unas técnicas de propaganda ensayadas, por primera vez, por un estanciero bonaerense.
Gentileza:Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga-Gestora Cultual-Artista Plástica.
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