Por efecto de las propiedades del suelo, las acciones de los insectos o las lluvias que se filtran, casi nada de lo que es enterrado puede recuperarse en sus condiciones iniciales. Las bibliotecas enterradas nunca vuelven a ser las mismas. No solo por la transformación material de los libros sino porque, desde su vida subterránea, cuentan las relaciones entre política y lectura que las llevó a ser escondidas.
Durante los años 70 las bibliotecas argentinas se enterraban para reducir el peligro que significaba tener ciertos libros y, al mismo tiempo, se convertían en fósiles de una época y una forma de vida..
Habría que hacer una arqueología política de las bibliotecas enterradas para reconstruir los efectos de la persecución ideológica pero también una historia de la lectura como forma de insurrección. Los libros se habían convertido en una bomba de tiempo, en delatores de una vida política. Algunos optaron por deshacerse de los ejemplares de un modo que dejara la menor cantidad de rastros posibles, como la quema de los libros en un acto de autoprotección que se anticipaba a la práctica incendiaria de la dictadura. Otros eligieron enterrar sus bibliotecas de forma secreta para ocultar los libros sin perderlos del todo, o al menos con la expectativa de recuperarlos en otro lugar del tiempo.
En marzo de 1976 Liliana Vanella y Dardo Alzogaray, jóvenes estudiantes con activa participación política, terminan de enterrar parte de su biblioteca en el jardín de la casa que estaban construyendo en Villa Belgrano, Córdoba. No fue simplemente meter los libros bajo tierra sino que hicieron un pozo de cal y ladrillos (con el objetivo de filtrar el agua) y los envolvieron en bolsas plásticas para hacerlos impermeables. Cuando regresaron al país, ocho años después del exilio, intentaron desenterrar la biblioteca pero lo primero que encontraron fue una bolsa con un libro deshecho por la humedad y renunciaron a recuperar la biblioteca. Treinta años después del intento fallido, Tomás Alzogaray Vanella (hijo de Liliana y Dardo), Gabriela Halac y Agustín Berti realizan una investigación sobre el destino de la biblioteca perdida en enero de 2017, se inicia la excavación con ayuda del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Para el antropólogo y especialista en políticas de la memoria, Juan Besse, “la historia de La biblioteca roja, (tal el nombre del libro que documenta la excavación) es una lección acerca de cómo no es tan sencillo romper lo que conecta una generación con otra, algo conmovedor, la evidencia de que el trabajo inconcluso de una generación se transmite como promesa a la que sigue y hasta puede realizarse”.
La excavación dio como resultado 16 paquetes de libros meteorizados (desintegrados y/o en descomposición) por efecto del agua, el ácido, el humus y el suelo, según describe el paleontólogo Santiago Druetta.
La biblioteca roja no es un caso aislado sino que es parte de una serie de prácticas que sucedieron durante los años 70 para enterrar y ocultar libros. Oscar Elissamburu y Nélida Valdez, profesores universitarios de Mar del Plata, enterraron sus libros bajo el tercer álamo después de la tranquera de su casa. A 18 años del entierro, sus hijos se enteran de la historia y quieren recuperar los libros. Casi como un juego de niños excavaban todos los días al volver de la escuela hasta que dieron con la pequeña biblioteca de los padres.
Un caso invertido: el 12 de agosto de 1976 detienen y desaparecen a Luis García. La noche posterior el padre y su hermano Alberto vacían la biblioteca y la entierran enfrente de la casa, atrás de una cancha de fútbol entre unos árboles en San Antonio de Padua. Alberto calcula que enterraron alrededor de 150 libros y revistas. Tras una serie de mudanzas, se enteran de que en ese baldío donde enterraron los libros se construyó una casa. Hoy la biblioteca es imposible de recuperar.
Toda biblioteca, no importa su escala, tiene la capacidad de crear el lugar donde se encuentra, de generar una atmósfera propia. Cada libro tiene un pasado, una trayectoria, un itinerario de lecturas, que genera una especie de ecosistema de lectura. Las bibliotecas ocultadas crean dos lugares a la vez, el lugar de donde vienen pero también el espacio donde se escondieron. Cada libro tiene ahora una doble vida. En las bibliotecas recuperadas puede reconocerse una cualidad que han adquirido por su condición subrepticia, la capacidad de proyectar otra biblioteca, la de los libros que aún quedan por encontrar, pero también la de los libros que cuenten la pesadilla de la historia.
Una de las preguntas centrales que plantean estas bibliotecas, es sobre el estatuto de esos restos encontrados. ¿Siguen siendo libros? ¿O son algo distinto, reclaman ser llamados de otra forma? ¿Acaso son algo más que libros destruidos por el tiempo?
Gentileza:.Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
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