“Piedad por el culpable,
es traición al inocente”
Ayn Rand
Gary Becker, quien fuese un brillante economista ganador del premio Nobel, escribió un singular trabajo relacionando el delito con las leyes económicas.
Para resumir sus conceptos, el catedrático explica que los delincuentes, realiza el mismo ejercicio de cálculo económico que lleva adelante un comerciante al instalar un quiosco; los malvivientes definen su inversión según la relación costo-beneficio.
El beneficio para el malhechor es el botín con el que se hace, mientras que el costo está determinado por dos variables: la dureza de la condena ante la que se enfrenta en caso de ser atrapado y las posibilidades de que la misma sea efectiva o sea, que se cumpla.
En Argentina, el problema más importante no son las penas que estipula el código penal (dureza de la condena), tampoco lo es el accionar de la policía; el meollo de la cuestión en nuestro país, es la invasión de jueces garantistas en los tribunales. Jueces que dejan libres a motochorros por unos cuantos pesos, lo mismo que a violadores o asesinos, o a delincuentes como Lucas Vázquez, aquel facineroso que participó en el asalto que padeció el reconocido conductor radial y que casi le costó la integridad física y la vida a él y a varios integrantes de su familia.
El karma de Argentina son las Silvia Chomiez, las Patricia Guichandut y todos los discípulos del siniestro e impresentable Zaffaroni; responsable intelectual del estado de indefensión que padecemos los argentinos de bien.
“El que las hace las paga”, reza un viejo refrán que aplica al crimen, la definición de justicia de Ulpiano: “a cada quien lo que le corresponde”. Todo acto humano es una moneda que presenta dos caras: la de la libertad y la de la responsabilidad; la libertad de llevar adelante una acción y la responsabilidad por las consecuencias del mismo.
Los jueces garantistas (y los políticos y periodistas políticamente correctos) son cómplices de la estafa que implica el cambiar la moneda ecuánime que tiene cara y cruz (libertad y responsabilidad), por una trucada que sólo habla de libertad en sus dos lados.
Aquel candidato que entienda, que los argentinos estamos hartos de ser carne de cañón, cansados de vivir con miedo tras las rejas o agotados de tener el corazón en la boca cada vez que salen nuestros hijos, pero sobre todo, recontrapodridos de los polititruchos, de los jueces tilingos, de los empresaurios prebendarios y de los sindicalistas patoteros, miembros de una pestilente asociación parásita y corrupta; ese día, aquel candidato, marcará la diferencia y podrá decir con la frente en alto, que él abrazó los principios éticos, morales y republicanos que Alberdi plasmó en la Constitución, aquellos valores de respeto al prójimo y de deber cívico que supieron convertirnos, hace casi un siglo, en potencia mundial.
Gentileza: Rogelio López Guillemain – rogeliolopezg@hotmail.com
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