El ritmo de desaparición de especies es entre 1.000 y 10.000 veces mayor que el que se produciría en condiciones naturales. Vista aérea de la selva del Amazonas donde se pueden apreciar los efectos de la deforestación.
Cinco grandes extinciones masivas se han dado a lo largo de la historia de nuestro mundo, causadas por fenómenos naturales tales como choques de meteoritos, glaciaciones o movimientos de placas tectónicas. En la actualidad, sin embargo, nos enfrentamos a una sexta oleada de extinciones masivas sin precedentes en la Tierra.
Esta vez, no es culpa de fenómenos naturales, sino de una especie muy particular: el ser humano. Las acciones irresponsables del Homo sapiens están provocando una crisis de biodiversidad que resulta dramática: el ritmo de desaparición de especies es entre 1.000 y 10.000 veces mayor que el que se produciría en condiciones naturales.
Así, se calcula que se extinguen aproximadamente 150 especies al día por culpa del hombre. Se trata, además, de una burda aproximación. Sólo podemos estimar, con mucho margen de error, cuántas especies diferentes han desaparecido por culpa de las acciones del hombre porque ni siquiera sabemos bien cuántas especies existen en la Tierra. De hecho, con toda probabilidad, hemos extinguido especies que ni siquiera hemos llegado a descubrir. Y lo peor es que este fenómeno no cesa: Cada año, entre el 0.01 y el 0.1 % de todas las especies desaparecerán para siempre de la Tierra. Aunque esta pérdida en la diversidad afecta principalmente a las especies salvajes que nos rodean, el ser humano no está exento de sus consecuencias, ni mucho menos.
Somos una especie relativamente «joven» en comparación con la inmensa mayoría de especies en el mundo. El Homo sapiens «tan sólo» tiene alrededor de 300.000 años de antigüedad (según nuestro conocimiento actual a partir de registros fósiles) y abandonó el continente africano hace sólo 100.000 años para expandirse por el planeta. Como consecuencia, nuestra diversidad genética o biodiversidad humana es pequeña en comparación con la absoluta mayoría de especies animales. Simplemente, no hemos tenido mucho tiempo de desarrollar diferencias genéticas marcadas. Además, otras especies emparentadas estrechamente con nosotros como los neandertales o los denisovanos, que podríamos considerar «humanos», desaparecieron por el camino sin que tengamos una respuesta clara al respecto (aunque siempre revolotea la posibilidad de que, de nuevo, los Homo sapiens tuvieran algo que ver…).
Etnias
Debido a las razones anteriores, nuestra homogeneidad genética no nos permite hablar de «razas» humanas, sino de etnias, con culturas, lenguas y ciertas características genéticas particulares. Aun así, hay que considerar que, en términos generales, la mayoría de la diversidad genética humana se da más entre individuos (85 %) que entre las diferentes poblaciones (15 %). Ahora bien, existen ciertos grupos humanos que, por una serie de factores (aislamiento geográfico, ausencia de interacciones con otras poblaciones humanas, condiciones ambientales extremas…) no sólo nos aportan más información sobre el «árbol genealógico» de la humanidad y nuestra evolución sino que también nos permiten profundizar sobre la influencia de ciertos genes en múltiples aspectos del ser humano: metabolismo, predisposición y protección frente a ciertas enfermedades, aspecto físico…
Un ejemplo ilustrativo en este sentido son los esquimales Inuit de Groenlandia. Durante miles y miles de años, esta etnia ha vivido prácticamente aislada en un hábitat inhóspito con una dieta tradicional muy particular, abundante en grasas y proteínas (80 % de la dieta) y basada en el consumo de pescado, foca, ballena, caribú, morsa… Un reciente estudio genético de esta población publicado en Science mostró que los Inuits contaban con ciertas mutaciones asociadas a bajos niveles del colesterol «malo» e insulina en sangre, que son factores de protección frente a enfermedades cardiovasculares y diabetes. Además, se observó que estas mutaciones se relacionaban con una estatura más reducida (hasta de dos centímetros) y con menor peso (hasta 4 Kg). En otras palabras, la selección natural, motor de la evolución, se reflejaba en los genomas de los Inuits.
El caso de los Inuits no es, ni mucho menos, único. Existen multitud de etnias, aisladas por diferentes rincones del mundo, que reflejan en sus genomas su historia evolutiva y su adaptación al medio, además de poseer idiomas y culturas propios y característicos. De hecho, se calcula que existen alrededor de un centenar de pueblos indígenas que no han tenido nunca contacto con ninguna población externa a ellos (en los bosques del Amazonas o en remotas islas del Índico o del Pacífico, por ejemplo). Incluso existen tribus de las que apenas sabemos nada, como los sentineleses.
Destrucción de hábitats
Desafortunadamente, que la interacción de estas tribus con las poblaciones occidentales haya sido inexistente o mínima no es ninguna garantía para estar protegido frente a las devastadoras acciones de la civilización moderna sobre los ecosistemas. De hecho, la biodiversidad humana también está en peligro. Múltiples tribus humanas repartidas por el mundo han desaparecido o están desapareciendo como consecuencia de la destrucción de sus hábitats, la invasión de sus tierras por los humanos occidentales y el padecimiento de epidemias al entrar en contacto con ellos.
Sólo el descubrimiento de América y la colonización de este continente por parte de los europeos causó una matanza de multitud de tribus indígenas que vieron drásticamente reducida su población o desaparecieron para siempre (como los Karankawa, los Beothuk o los Chisca). De hecho, estudios genéticos de casi 100 cuerpos de antiguos nativos americanos revelan que sus linajes genéticos ya no existen en la actualidad, ni siquiera entre las poblaciones indígenas que sobrevivieron. La explicación más probable es que se extinguieron con la llegada y expansión de los europeos en América.
Hace apenas un mes, National Geographic recogía la triste historia de «El último de su tribu», el último superviviente de una tribu amazónica masacrada por pistoleros contratados por colonos y ganaderos. Es sólo una historia, dentro de muchas. La destrucción de los bosques está expulsando a los indígenas nativos de la selva, para aumentar sus posibilidades de sobrevivir, a pesar de los evidentes riesgos: Entrar en contacto por primera vez con poblaciones occidentales puede exterminar hasta el 90 % de una tribu por enfermedades infecciosas (la principal causa de muerte de los indígenas aislados). De continuar con el ritmo de deforestación actual, veremos la desaparición de múltiples tribus de las que apenas tuvimos oportunidad de saber nada. Porque en la pérdida de biodiversidad, el ser humano es víctima y, al mismo tiempo, verdugo.
Fuente:https://elpais.com/elpais/2018/09/05/ciencia/1536155808_141443.html
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