San Rafael, Mendoza jueves 28 de marzo de 2024

La tiranía del lenguaje inclusivo – Por:   Rogelio López Guillemain

“Aquellos que pueden hacerte creer absurdidades, pueden hacerte cometer atrocidades”      «Voltaire»

El lenguaje es un sistema de códigos escritos y fonéticos que le permite a las personas comunicarse.

Existen unas 5000 lenguas en el mundo, cada una de ellas se ha originado en los usos y costumbres de quienes fueron modelándola y sus acuerdos se oficializan, en el caso del castellano, en la RAE. 

Los idiomas van mutando al ritmo de los nuevos usos y costumbres lingüísticas; cuando los neo fonemas se tornan habituales entre un número significativo de sus parlantes y su uso se sostiene durante un período de tiempo considerable, el ente regulador correspondiente aprueba los cambios.  Si no fuese así, la falta de reglas haría imposible la comunicación.

El lenguaje es sin dudas, el mejor invento de la humanidad.  Sin él, aún estaríamos escondidos en cuevas, preocupados por no ser la cena de algún depredador.

Es interesante ver como el lenguaje ha representado un arma poderosa entre los hombres, no tanto por el peso de su gramática, como por su capacidad de comunicar y colaborar con el prójimo.

Por ejemplo en la Biblia, (antes de que algún iluminado me acuse de clerical, aclaro que hago referencia a este libro como elemento histórico y sociológico), en el antiguo testamento, el propio Jehová parece temer al entendimiento entre los hombres y desata la anarquía lingüística como arma de disolución: “todos hablan una misma lengua; siendo este el principio de sus empresas, nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros”.

Nuevamente encontramos en la Biblia, otra referencia al poder de la comunicación.  En la cita de Pentecostés dice: “y lenguas como de fuego se les hicieron visibles y una se asentó sobre cada uno de ellos, y comenzaron a hablar en lenguas diferentes, e así como el espíritu les concedía expresarse”, el lenguaje posibilitó a los apóstoles universalizar el mensaje.

La humanidad no ha podido “crear” un lenguaje de laboratorio efectivo, a pesar de sus múltiples intentos.  El caso más conocido es el del Esperanto; idioma cuyas bases publicó L. L. Zamenhof en 1887.  A pesar del esfuerzo y la inversión de más de un siglo de esta bien intencionada creación, su fracaso es rotundo.  Lo hablan apenas entre 100.000 y 2 millones de personas en todo el mundo y sólo hay 234.000 artículos en internet escritos en este idioma.

¿Y por qué fracasó una idea que parece tan noble y altruista?  Porque el hombre no puede avanzar sobre las leyes de la praxeología (acción humana), como tampoco puede hacerlo sobre las leyes de la física, impulsado tan sólo por su voluntad y sus buenas intenciones.

El racionalismo y sus descendientes filosóficos, el idealismo, el constructivismo, el desestructuralismo y el posmodernismo, sueñan con la idea de una razón humana súper poderosa, capaz de planificar todos los aspectos de la vida de las personas.

Estas filosofías niegan la realidad objetiva, niegan la verdad única y niegan la capacidad y la posibilidad de los hombres de evolucionar según el libre acuerdo de ideas, reglas y valoraciones (lo que se llama mercado).

Los promotores del lenguaje inclusivo, son pobres caricaturas de estos pensadores; siguiendo sus lineamientos, pretenden aplicarlos a todo lo que les resulta desagradable o “injusto”, según su maniquea mirada.

George Orwell, resultó un visionario al interpretar la sentencia del filósofo Wittgenstein “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi pensamiento” y en base a ello, presuponer que un idioma artificial creado podría controlar el modo de pensar de los ciudadanos; tal como lo exhibe en su novela “1984”.

Así cambiaron primero las expresiones que definen ideas o realidades.  El sexo pasó a ser género, el yo soy se convirtió en yo me autopercibo (autopercepción que estamos obligados a aceptar), el aborto fue remplazado por interrupción voluntaria del embarazo, el día de la raza por diversidad cultural, indígenas por pueblos originarios o el incesto fue cambiado por amor intergeneracional, estos entre otros tantos ejemplos.

Se condenaron algunos vocablos puntuales a los que se los asoció a intencionalidades perversas, ¡como si tuviesen libre albedrío!, cuando en realidad son neutras.  Valen como ejemplo la palabra discriminar (cuando elijo que comer estoy discriminando y no es malo); o la palabra represión (cuando me defiendo de una agresión estoy reprimiendo y no es malo).

También se inventan conceptos confrontativos como son los términos heteropatriarcal, homofóbico, violencia de género o micromachismo, mensajes en los que la intencionalidad manifiesta es generar un estado beligerante, pretendiendo modelar el pensamiento de  la masa, para que se sumerja en un lenguaje militante, corrupto, violento y energúmeno.

Este lenguaje destruye la convivencia armónica, promueve el caos y el odio, se opone a las escalas de valores aceptado en forma caprichosa, en lugar de someter estos valores a pruebas permanentes de corroboración y validación lógica.

Por eso, me niego a someterme a la imposición de lo políticamente correcto.  No voy a permitir que me impongan sus disvalores los posmodernistas; y me sumo al compromiso de Thomas Jefferson “juro ante el altar de Dios, hostilidad eterna contra toda forma de tiranía sobre la mente del hombre”.

                              Rogelio López Guillemain – rogeliolopezg@hotmail.com

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