Ninguna selección se agarra a la vida como la Argentina de Messi. A veces parece buscar incluso la bronca, que la maltraten y la maldigan, que se ponga el mundo en su contra, para poder armarse de razones y desmentir a los sepultureros, hasta que llega a la final y se vence definitivamente, ya sea en América o en Europa. Necesita sentirse avergonzada y cercada, sin más salida que una gatera, suficiente para que se cuele Messi. Y entonces la malquerida albiceleste resplandece a partir de la figura del 10 y de meritorios que entran y salen de la alineación como Rojo. El equipo masoquista se convierte en retador de Francia y el ninguneado Messi se reivindica junto con Griezmann a la espera de ver cómo les va a Cristiano y Neymar.
La inestabilidad argentina ha sido tan manifiesta desde su llegada a Rusia que ayer cambió hasta al portero: debutó Franco Armani, el arquero de River, por Caballero, señalado por su error en el 1-0 contra Croacia. Tampoco jugaba el Kun Agüero y en cambio formaba como ariete Higuaín al tiempo que regresaban Di María, Rojo y sobre todo Banega, el mejor socio que podía tener Messi. El foco estaba puesto sobre todo en el 10, más risueño y liberado que la última jornada, de nuevo ubicado en el costado derecho, como cuando era un niño y su abuela Celia pedía que le dejaran entrar en la cancha de Grandoli.
JORGE SAMPAOLI
No por arrancarse como un falso 7, Messi es más anónimo que cuando se viste de 10. El delantero del Barça no tardó ni un cuarto de hora en debutar como goleador en Rusia. Banega le picó un medio pase en profundidad y Messi respondió con un desmarque y un doble control excelentes, primero con la rodilla y después con el pie izquierdo, para dejar la bola en la punta de su bota derecha y cruzarla ante Francis Uzoho. Hasta Maradona,siempre populista en sus exhibiciones en la grada, bendijo el gol del 10, prodigioso en la orientación del remate y certero en el disparo: 1-0
El gol tuvo un efecto terapéutico para la Albiceleste, hasta entonces tan esforzada como imprecisa por el mal pie de Mascherano, y tumbó a Nigeria, una selección muy física y buena contragolpeadora en Rusia. Messi no solo compareció como goleador sino también como asistente de Higuaín, que remató al cuerpo del arquero, señal de que Argentina estaba mejor puesta y armada en la cancha que en partidos anteriores, sobre todo porque el Jefecito ejercía bien o mal como único volante, mientras Enzo Pérez y Banega de descolgaban como interiores y Di María abría bien la cancha y desestabilizaba a Nigeria.
Messi y Di María tenían campo para correr en San Petersburgo. Aunque directos y veloces, los muchachos de Rohr nunca fueron aplicados tácticamente, una suerte para Argentina, repleta de jugadores históricos, capaces de amenazar también a balón parado, como pasó en un libre directo de Messi al palo izquierdo de Francis. El partido solo cambió de dirección cuando intervino el árbitro y a la salida de un córner pitó un penalti por agarrón del errático Mascherano a Balogun. La jugada no pareció falta y, sin embargo, Çakir se negó a consultar el VAR.
A Moses no le tembló el pulso por la trifulca que se armó en la cancha, desquiciados como estaban los argentinos, y engañó tranquilamente al debutante Armani. Necesitaba la Albiceleste de jugadores de refresco, dimitidos varios titulares, sin hilo de juego, sostenida por Banega. A Sampaoli no le quedó más remedio que agitar al equipo con un punta explosivo como Pavón. Dybala, mientras, seguía en el banco a pesar de que al grupo le faltaba fútbol y desequilibrio, más sufrido que vitalista, pendiente del menguante Messi.
Las desconexiones del 10 son sorprendentes, incapaz de sobreponerse a la adversidad, como si por momentos se dijera que no vale la pena esforzarse en un equipo tan mediocre como Argentina. La entrada en el campo de Meza y del Kun Agüero contribuyeron a que el encuentro se convirtiera en un ir y venir en cada área, también en la de Argentina: el colegiado no pitó un posible penalti de Rojo y Armani le sacó una pelota de gol a Ighalo después de un remate envenenado de Higuaín. El drama iba en aumento al tiempo que empeoraba Argentina. Volvía el caos, el desgarro, la selección repudiada y desacertada de un país en huelga general y también la melancolía de Messi, hasta que a falta de cuatro minutos para firmar la defunción futbolística compareció Mercado por la banda y su centro lo enganchó a gol Rojo. Así es la vida en Argentina: un zurdo rematando con la derecha para el 2-1.
Messi se puso de nuevo contento y Argentina rompió a llorar de forma desgarradora después del segundo gol de Croacia. La Albiceleste sigue de pie, brava y desafiante, dispuesta a nuevo martirio contra Francia.
Fuente:https://elpais.com/deportes/2018/06/26/mundial_futbol/1530040338_554270.html
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