San Rafael, Mendoza viernes 22 de noviembre de 2024

Lealtad al otro, traición propia (Extraído del libro El Imperio de la Decadencia Argentina RECARGADO)

Según el diccionario de la Real Academia Española, dos de las acepciones de la palabra lealtad son:

  1. f. Cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien.
    2. f. Amor o gratitud que muestran al hombre algunos animales, como el perro y el caballo.

En nuestro país rige el concepto de lealtad como el del principio de subordinación de una persona a las decisiones de otra, a las de un grupo o a las de un partido político.

Esto tiene mucha relación con el capítulo anterior, “Nosotros”… esa palabra de servidumbre; sólo que en este caso, el engaño no se basa en el sentimiento de culpa que nos produce el anteponer nuestro bien al supuesto bien general, sino que manipula un adulterado sentimiento de honorabilidad.

La lealtad ciega a otro u otros, no es diferente a la lealtad que tiene un perro con su amo. Para poder llevar adelante este tipo de devoción debemos de rebajarnos al nivel de un animal. Para cumplir con este tipo de lealtad debo ser sumiso, debo olvidarme de tener mis propias opiniones, debo olvidarme de pensar por mí mismo.

Este principio de abstenerse a racionalizar y poner en duda una sentencia, es el que rige en los dogmas de fe de la religión, en los temas que son de Dios. Son revelaciones que no pueden ser puestas
en duda, se tiene fe y se cree en ellos o no se es católico apostólico
romano. Esto es algo entendible cuando se habla de religión, espacio en el que se realizan abstracciones sobrenaturales.
Este principio de lealtad, de respaldo incondicional, tiene también relación con la idea de obediencia debida, noción propia e indispensable de la cadena de mando de las fuerzas armadas. Paradójicamente, quienes han hecho un culto a la lealtad se declaran enemigos de quienes profesan la misma fe.

Ahora, cuando se acepta ciegamente los dichos o la voluntad de un tercero, sin someterlo al juicio de nuestra inteligencia, estamos renunciando a lo único que nos diferencia de los animales (la razón), estamos renunciando a nuestra independencia, estamos resignando el poder de decidir sobre nuestro destino; estamos entregándonos voluntariamente a la esclavitud, a la peor esclavitud, a la esclavitud mental.

Ya Sócrates y Aristóteles demostraron que el hombre racional “es bueno por necesidad”; en este punto es importante no confundir al individuo racional con la persona inteligente, esta última es la que es capaz de utilizar su capacidad para abusar del prójimo y el mejor ejemplo de este tipo de calaña es el propio líder que exige lealtad.

Si pretendo ser respetado, primero debo respetarme yo mismo.  Eso implica conocer y reconocer mis valores, evaluar las implicancias de los mismos y actuar acorde a ellos.

Luego, la razón me dice, que si quiero ser respetado, necesariamente debo respetar al otro.  Si pretendo ser respetado sin respetar, en realidad no estoy buscando respeto, estoy buscando sumisión, sumisión por idolatría o por temor. Una relación desigual de este tipo nunca se basa en el respeto.

Pero el respeto al prójimo no es ilimitado, del mismo modo que la tolerancia tampoco puede serlo. El respeto al irrespetuoso, así como la tolerancia al intolerante, destruyen los propios conceptos de respeto y tolerancia. Si respeto y tolero a quien propone o ejecuta masacres, estaré destruyendo la esencia de lo que pretendo resguardar.

El respeto al prójimo es la norma fundamental de convivencia, el respeto al ser humano como institución es una necesidad racional e ineludible. Aquel individuo que pretende ser respetado, debe por necesidad respetar al prójimo; para aquellas personas que no entienden esta lógica y violenten a sus vecinos, existen las leyes y la fuerza pública.

Cuando yo respeto mi razón, mi libertad y mis principios, inevitablemente respetaré la razón, libertad y principios de los demás.  Y siendo leal a mis principios, seré leal a todos aquellos que profesen los mismos principios.

De este modo, mi lealtad no se deberá a que entregué mi razón, mi libertad y mis principios a un mesías de pacotilla; mi lealtad será hacia los principios de cualquier individuo que coincidan con los míos y si ese individuo traiciona esos principios dejará de tener mi apoyo.

La lealtad al otro, tarde o temprano me llevará a tener que traicionar mis principios. Es el caso de los comportamientos corporativos de los sindicatos y las colegiaturas. Cuando un empleado comete un hecho de corrupción, es defendido por sus compañeros y por el sindicato, destruyendo la lealtad a los valores éticos a favor de la lealtad a un compañero o colega.

Si somos leales a nuestros principios, si somos leales a la razón, a los criterios de justicia, de libertad y de respeto al individuo; recién entonces seremos íntegros y habremos entendido lo que implican de verdad los tan manoseados y desfigurados derechos humanos.

                                                                                  Rogelio López Guillemain

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