San Rafael, Mendoza viernes 29 de noviembre de 2024

Las instituciones en nuestro país

Si consideramos a las instituciones sólo como cada una de las partes de la organización de gobierno, o como los edificios que conforman su patrimonio, estaremos obviando el profundo alcance que conlleva este vocablo.
Las instituciones son además los símbolos de nuestra forma de ver la vida en sociedad, cada una de ellas se expresa por medio de ritos y gestos que le son propios, que deben ser expresados con solemnidad para así mantener su valor figurativo y alegórico.
Para poder ilustrar con mayor claridad esta idea repasemos que acontece con las instituciones más antiguas y perdurables de la humanidad, las religiones y dentro de ellas la que nos es más familiar, la Iglesia Católica. 

Dentro de su liturgia encontramos ritos de iniciación, de conformación de sociedades, ceremonias regulares y otras especiales que conmemoran hechos destacados, atuendos propios de cada jerarquía, maneras específicas de realizar determinados actos y un código escrito de convivencia axiomático entre otros preceptos. La ascendencia de estas representaciones deja en evidencia que los intérpretes no son el fundamento de esta organización, son solo elementos circunstanciales; lo esencial es lo institucional y esto se mantiene impoluto por el respeto de sus externalizaciones, o sea de sus simbolismos.

En nuestro país, la primer institución que hemos despedazado es la familia. Ya hemos hablado de ello en el capítulo correspondiente, sólo voy a mencionar que en ella se ha roto la cadena de mandos, el puesto de patriarca (o matriarca) ha quedado vacante y lo peor es que se ha puesto en tela de juicio la necesidad de su existencia.

Los padres renunciaron a su posición jerárquica, intimidados por el peso de las responsabilidades inherentes al cargo, se declararon incompetentes e incapaces. Desertaron de su cometido, camuflados con el disfraz de una teórica mayor democratización de las relaciones familiares.

En las escuelas pasa otro tanto, el docente ha dejado de estar en un pedestal, sus decisiones son discutidas por los padres y por los propios alumnos; la palabra del maestro, otrora casi santa, es descalificada y menoscabada continuamente y su autoridad desconocida y desafiada por todos.

Así como hemos corroído la familia y la escuela, de igual modo también hemos estropeado las instituciones patrias. El suponer que un presidente está “más cerca del pueblo” porque es chabacano o porque se pone a jugar con el bastón de mando o el desafiar los dictámenes del poder judicial o el no promover que se hagan efectivas sus sentencias, o la falta de apoyo político a las fuerzas policiales o militares para que puedan hacer cumplir las reglas de convivencia o la sumisión del parlamento a los designios de quien detenta la banda presidencial son algunos de los ejemplos que ponen en evidencia el camino decadente que hemos tomado.

Las fechas patrias han sido desde siempre un día de feriado laboral, pero estas jornadas en la que no trabajábamos, estaban destinadas a la conmemoración de algún hecho sobresaliente que nos identifica como nación; no tenían como fin el desarrollo del turismo o darles un descanso a los empleados. Los alumnos marchaban en los desfiles a la par de los soldados, reverenciaban a la bandera y entonaban nuestras canciones patrias a viva voz. Ese día se usaba escarapela y no era todo ocio, ese día se destinaba a enaltecer nuestra Argentina.

Todos estos cambios que describo van minando nuestra identidad de argentinos. Confundimos el sentido del progreso creyendo que sólo se alcanza el mismo si hay una subversión de las pautas establecidas, pero en realidad se progresa cuando uno depura y mejora las realidades consolidadas. No es bueno ser conservador, tampoco lo es ser revolucionario, estas posturas extremistas solo generan anquilosamiento y violencia respectivamente; lo más sano y beneficioso es ser un férreo defensor de la evolución.

Por último, meditemos sobre la institución esencial de la vida en sociedad, la ley.  La sumisión a reglas que se encuentran por sobre todos los hombres y que regulan su convivencia es el camino hacia la libertad; es la forma de prevenir el despotismo, la prebenda y las injusticias. Pero a este manto protector también lo hemos vapuleado, nos regodeamos y vanagloriamos al transgredirla o al soslayarla con argucias, sin ver que las mieles de este exitismo efímero terminan siendo un calvario que se recorre el resto de la vida.

Por desgracia observamos que los principales infractores son el estado y los gobernantes; así quienes deberían ser modelos intachables de legalidad son en cambio el paradigma de la corrupción. Ante este espejo, el resto de la sociedad se siente autorizada a desconocer las normas, se tiene por cierto que la única forma de conseguir algo es “por izquierda”, al decir de Cambalache “…el que no afana es un gil”, o como aconseja el Martín Fierro “hacete amigo del juez…”

                                                                                                                             Rogelio López Guillemain

rogeliolopezg@hotmail.com

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