Es como un monstruo. Se devora a la opinión pública. O, más precisamente, a la parte de la opinión pública que no se expresa. Se llama la espiral del silencio y es una teoría desarrollada en los 70 por la socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. Pero nada más práctico que una buena teoría: las opiniones que no se expresan, fundamentalmente en los medios de comunicación, terminan siendo devoradas por las que se gritan más fuerte, así sean minoritarias.
La gente quiere estar con la masa, no quiere sentirse aislada, y si desentona se calla, aun siendo mayoría silenciosa.
Es una explicación un tanto simplona de una teoría que sirve para anticipar qué podría pasar con la reforma laboral, la más importante de los tres pilares con los que Cambiemos quiere controlar el déficit galopante de la Argentina para acabar con la inflación crónica.
La reforma laboral no solo podría poner en el centro de la escena al empleo privado en un mercado laboral que vive casi exclusivamente del empleo público desde hacer demasiado tiempo, sino que podría dinamizar el sector más importante de la economía: las pymes, que hoy prefieren cortarse una mano antes de contratar a alguien.
Pero la falta de voceros del propio gobierno para explicar los beneficios múltiples que traería flexibilizar las condiciones de contratación en Argentina son insuficientes. Si bien la reforma, luego de una poda de propuestas interesantísimas, tuvo el visto bueno de la CGT oficial, el centro porteño se convirtió en un pandemonio de protestas y de griterío en contra. Los gritones que se aprovechan de la espiral del silencio se nutren de un gobierno que cree que alcanza con el debate parlamentario, luego del aval recibido en las urnas hace tan solo seis semanas.
Pero el Congreso también se nutre de la opinión pública para votar: un dato que debería anotar el gobierno, que está bastante cómodo en Diputados, pero no en el Senado. El factótum del peronismo no K en la cámara alta, Miguel Pichetto, ya avisó que solo acompañará la reforma, si está a favor el movimiento obrero. Definición elástica que le permite día a día monitorear la opinión pública, porque, evidentemente, considera a la CGT oficial solo como una parte de ese movimiento.
Y a todo esto se suma el Papa Francisco censurando las reformas previsional y laborales, como si no fuera una forma de ir cambiando planes sociales y empleo público improductivo por empleo genuino, mucho más digno y útil para servir a la Humanidad.
El Gobierno no solo tendría que sacar a la cancha a todos sus voceros para explicar los beneficios de la reforma para los desocupados y planeros. El Gobierno no debería olvidar que, luego de tantos fracasos, como el de la Banelco: la frustrada reforma de la Alianza en el 2000, en los medios, salvo excepciones, los sindicalistas juegan de local. Para el periodismo, que goza de uno de los estatutos laborales más generosos y que más desalientan a la generación de puestos de trabajo en los medios la reforma laboral es anatema.
El centro del debate es: «se precariza y no por abaratar los costos laborales se toma gente. Se toma gente, si la economía crece».
Para contrarrestar este silencio, además de espadas propias, la espiral del silencio se rompe mejor invitando a los protagonistas: los empresarios pyme y grandes, a defender la reforma y explicar por qué las empresas privadas podrían contratar y hacer crecer a la economía con otras condiciones y otros costos laborales. Pero los empresarios no hablan. Mucho menos los pyme.
Daniel Ivoskus es hoy uno de los mayores expertos en comunicación política de América latina. Es el creador de la Cumbre Internacional de Comunicación Política, el evento especializado por lejos más taquillero a nivel mundial de la especialidad, con miles de asistentes por año. Es también diputado bonaerense por Cambiemos. Bien podría recordarles a sus correligionarios el brutal título de su primer libro sobre estrategia de comunicación: Lo que no se dice, no es.
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