Documentos, cartas, alguna chapa identificatoria y un reloj de pulsera con sus agujas clavadas a las 12.50 de un día cualquiera. Esas son algunas de las pertenencias de los soldados argentinos caídos en la guerra de Malvinas que fueron encontradas en el cementerio de Darwin, en las islas. Así concluye la primera parte de un histórico trabajo de exhumación hecho por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) que contrastó los cuerpos con el material genético de 107 familiares.
Fueron 649 los soldados argentinos que murieron en el conflicto bélico, desatado tras la ocupación que la dictadura militar operó en el territorio controlado por los británicos, en 1982. Sin embargo, y durante años,122 cuerpos enterrados en el cementerio de Darwin no habían sido identificados. Los nombres y apellidos de los “Soldados Argentinos solo conocidos por Dios” -como reza en las placas de cada nicho- comienzan a saberse. O al menos algunos de ellos.
Los trabajos comenzaron en julio y en poco menos de dos meses, la Cruz Roja terminó la exhumación de 122 cuerpos enterrados en 121 tumbas, de las 230 que hay en total. Unas 107 familias aportaron material genético y dieron su consentimiento para que esos perfiles fueran analizados en Ginebra. Finalmente, se logró identificar 88 cuerpos.
El cabo primero Darío Rolando Ríos, caído en combate a los 19 años, fue otro de los jóvenes mal alimentados y vestidos casi con harapos que lucharon contra dos enemigos mucho más fuertes que ellos: los ingleses y las bajas temperaturas. Su hijo, Pablo Darío, pasó los últimos 15 días casi en vela. “Se me va a salir el corazón”, le dice a María Fernanda Araujo, presidenta de la comisión de familiares. El joven espera su turno con ansiedad para recuperar la alianza que su padre llevaba en su mano.
“Estamos muy ansiosos y somatizando”, reconoce a EL PAÍS Araujo. Ella pudo saber que su hermano, el soldado clase 1962, Elbio Eduardo Araujo, fallecido en la batalla de Monte Longdon, está en Darwin, y de allí no lo moverán. “Quedará ahí para la perpetuidad, para que el mundo entero sepa que por ahí pasaron un puñado de hombres para recuperar algo que nos corresponde, por hecho, por derecho y por historia. El cementerio es el único bastión de soberanía que nos queda, por eso tienen que quedarse”.
“Mi hermano hacía el servicio militar y estaba a punto de dar de baja”, recuerda Norma Gómez, otra de las presentes. “Un día, mi tío recibió una carta suya donde decía que cuidara de mi mamá, mi abuela y mi hermanito, que cuando volviera le iba a pagar, y nunca mas supimos de él. Tenía 19 años”. La tarea de la Cruz Rojale permitió saber a Norma y a la familia entera que el cuerpo enterrado en la parcela B 419, del lado Oeste del campo de paz, es el de Eduardo Gómez, hermano de Norma y un ser “muy especial, muy luchador”.
“Como todos mis hermanos, Edu me ha supermalcriado y por él es que no se cuanto es 2 + 2, ya que me hacía toda la tarea de la escuela, me vestía en la cama para llevarme a la escuela y me alzaba a cocollito (en andas) para que yo no pisara las heladas. Fue todo para mí”, se emociona la mujer. Y cierra: “Estoy un poco mas tranquila. Esto significa cerrar un poquito la etapa de todos estos años, pero no significa que uno va a elaborar el duelo. El duelo va a ser permanente. El no verlo morir no se puede elaborar, porque él salió de su Chaco natal con muchas energías y fuerzas. Estoy orgullosa de que fue y murió por nuestra bandera, como nos han enseñado en la familia y en la escuela”.
Fuente:https://elpais.com/internacional/2017/12/05/argentina/1512497393_021035.html
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