Los beneficios de nuevas tecnologías, como los coches autónomos, se revelarán a su debido tiempo. Los robots están en todas partes excepto en las estadísticas de productividad. Este hecho me ha sorprendido durante los últimos años. El crecimiento de la productividad ha sido decepcionante durante muchos años. El desempleo ha bajado a niveles mínimos históricos y el empleo ha subido. Todo esto es lo opuesto de lo uno esperaría si ya hubiera comenzado la invasión robótica.
Sin embargo, no podemos ignorar los impresionantes avances en varias ramas de la inteligencia artificial. El ejemplo más conocido es el de los coches sin conductor. Esta tecnología ha avanzado mucho en poco tiempo, a diferencia de los esfuerzos de los participantes originales en el 2004 Darpa Grand Challenge, una carrera patrocinada por el ejército estadounidenses que ofreció premios en efectivo para el primer vehículo autónomo que pudiera completar un trayecto de 150 millas en el desierto de Mojave. El mejor de todos fracasó después de siete millas. El concurso se convirtió en una broma. Sólo 13 años más tarde, los vehículos autónomos no son motivo de risa.
Entonces tenemos a las tecnologías de aprendizaje profundo como AlphaGo Zero, que tardó sólo 72 horas en aprender a ser aparentemente invencible en el formidable juego de mesa, Go. Alexa, Cortana, Google Assistant y Siri han hecho del reconocimiento de voz un milagro cotidiano. Se están logrando avances en el reconocimiento de imágenes, el diagnóstico médico y la traducción.
Todo esto hace que el enigma del alto empleo y la baja productividad sea aún más desconcertante. Sin embargo, hay varias formas de resolverlo.
Una simple explicación es que todo el revuelo con respecto a los robots es una exageración. Los informáticos han sido demasiado optimistas antes. El premio Nobel Herbert Simon predijo en 1957 que una computadora vencería al campeón mundial de ajedrez dentro de 10 años; tomó 40. En 1970, Marvin Minksy predijo que las computadoras tendrían inteligencia general similar a la humana «dentro de tres a ocho años», una predicción aún más inexacta que la de Simon.
Una explicación más alentadora es que estamos subestimando la productividad, por ejemplo, al infravalorar la producción de los servicios en general y la economía digital en particular, gran parte de la cual es gratuita y, por lo tanto, invisible para las medidas normales de producción económica.
Una tercera posibilidad es que, tomando prestada una idea del escritor William Gibson, el futuro ya llegó, pero está distribuido de manera desigual. Quizás la lucha de suma cero para dominar a los mercados donde el ganador se lleva todo simplemente está desperdiciando la mayoría de las ganancias potenciales.
Erik Brynjolfsson, un economista muy conocido por sus escritos sobre «la nueva era de las máquinas», y Chad Syverson, uno de los principales expertos en productividad económica, formaron un equipo de investigación para evaluar estas posibles explicaciones.
Los investigadores argumentan que la desaceleración de la productividad es real. Puede parecer plausible sugerir que nuestros datos simplemente no son lo suficientemente exactos como para reconocer que la productividad está creciendo significativamente, pero que el déficit de productividad es demasiado grande para ser una ilusión estadística. Algo similar se puede decir de la lucha de suma cero por el dominio corporativo: bien puede estar sucediendo, pero ¿realmente ha sido tan derrochadora que las enormes ganancias de productividad simplemente se están evaporando?
La forma más sencilla de resolver el acertijo, es decir: «hay que esperar». No hay contradicción entre el decepcionante crecimiento de la productividad actual y el espectacular crecimiento de la productividad en el futuro cercano.
Esto es cierto en el estrecho sentido estadístico de que el crecimiento de la productividad tiende a fluctuar: una década mala puede ser seguida por otra década mala, o por una buena, y el crecimiento de la productividad actual nos dice poco sobre el futuro.
Pero también es cierto que tiende a haber una demora entre los avances técnicos y el aumento de la productividad. El caso más famoso es el motor eléctrico, que parecía destinado a transformar la fabricación estadounidense en la década de 1890, pero no alcanzó su potencial hasta la década de 1920. Para aprovechar la nueva tecnología, los propietarios de las fábricas tuvieron que poner patas arriba sus organizaciones, usando procesos, arquitectura y capacitación totalmente nuevos. Las primeras investigaciones del Prof. Brynjolfsson en la década de 1990 descubrieron que las empresas veían poco beneficio de invertir en computadoras a menos que también se reorganizaran.
Si los beneficios de las nuevas ideas de hoy son reales, pero tardíos, eso también puede explicar la propia desaceleración de la productividad. Consideremos el coche sin conductor: en este momento es un gasto de investigación, todo costo y ningún beneficio. Más tarde, comenzará a desplazar a los automóviles tradicionales, la industria del automóvil tradicional, y muchas empresas relacionadas, desde garajes de estacionamiento hasta la industria de reparación de automóviles. Finalmente, tal vez décadas después de que un auto sin conductor sea factible, es probable que todos los beneficios sean aparentes. El progreso económico requiere mucho más que la simple invención de una nueva máquina.
Entonces tal vez en este momento nos encontramos en un período de calma que precederá a la explosión de nuevas tecnologías que radicalmente remodelarán el mundo que nos rodea. O tal vez nos espera otra década o dos de decepción. Cualquiera de los dos escenarios parece posible, y ambos prometen un viaje incómodo.
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