‘Alquimista’, pólvora sobre lienzo, de Cai Guo-Qiang MUSEO DEL PRADO
El autor reflexiona sobre la obra de Cai Guo-Qiang que se exhibe en el Museo del Prado y que establece un peculiar diálogo con el Greco
La reciente exposición del artista chino Cai GuoQiang (Quanzou 1957) en el Museo del Prado da lugar a numerosas cuestiones, unas respecto a su propia obra, otras respecto a la obra de el Greco.
Al respecto de su propia obra, la exposición muestra el reciente paso del artista chino a trabajar con pólvora impregnada con pigmentos de colores, y salir así de unos paisajes en el sentido tradicional de la pintura oriental, solamente con trazos negros, a un mundo colorista. Por otra parte, la exposición abre el horizonte sobre el espíritu de la pintura que recoge la singularidad de las colecciones del Prado. Las grandes composiciones de Cai, siguiendo a Rubens, o su visión del final del espacio interior del Salón del Reino. También la alargada vitrina con algunos de los dibujos del artista, antes de llegar a la película documental de Isabel Coixet, es una exposición sobre el sentido del dibujo en este artista. Esta vitrina es una exposición en sí donde se ven desde las cajas de cerillas de su padre convertidas en paisajes, como hacía Alberto Giacometti de la Segunda Guerra Mundial que utilizaba las mismas cajitas para sus esculturas en miniatura y que desembocarán o le abrirán el horizonte a su obra más esencial y típica de su escultura adelgazada. La vitrina muestra asimismo dibujos de Cai en todos sus ámbitos y enfoques de esta disciplina: desde los bocetos, a los dibujos de esquemas compositivos, a los dibujos de presentación del cuadro completo.
Quiero detenerme, sin embargo, en lo que la exposición tiene de reflexión sobre la pintura de el Greco. Una reflexión no de historiador del arte sino de un pintor que reflexiona sobre la propia esencia de su práctica artística. El Greco es un pintor de pintores, lo ha sido siempre. Recordemos que lo tuvieron que rescatar para la historiografía del arte dos pintores: el francés Andre Derain y el español Ignacio Zuloaga. Un pintor de pintores como lo han sido Tintoretto, Pierre Bonnard o Philip Guston. Tras Derain, otros artistas más contemporáneos como Johannes Itten o Donald Judd pusieron el acento sobre su composición basada en el color, no en la simple narratividad de la escena.
Cai nos ha hecho detenernos en la explosión de color que se da en el interior de las composiciones de el Greco, como si se reventara la paleta con la que trabaja. Una paleta, como la de todos los grandes coloristas, muy limitada en la elección de sus pigmentos, como en la música de Eric Satie, verdaderas gymnopedias de color, simples y armónicas, pero con un timbre nuevo. Cai GuoQiang, un artista que desde finales de 1984 está trabajando el color negro y la estructura compositiva con el juego y la explosión de la pólvora, detiene su mirada en esa forma que el Greco tiene de reventar el color desde su propio magma. Es decir, desde el fuego interior que toda composición representa, al margen de la representación de figuras, sean ángeles o sean montañas en el paisaje.
Esto se ve de una manera más literal si miramos no los cuadros realizados para la exposición sino los cuadros de Cai a principios de los años 80, cuando sólo contaba con 22 o 23 años y sólo conocía al Greco por los libros que habia podido conseguir en la China de Mao Zedong. El joven Cai no se detiene en esa verticalidad de las figuras, el ya conoce las figuras filigranas de Giacometti, sino en las ráfagas de color chirriante en el interior de los cuadros, esos amarillos en el cielo, o esos azules en las alas, que viajan en el interior del cuadro como senderos de pólvora, como rayos. Como esas serpentinas amarillas que García Lorca veía en el cielo de las tormentas, pero también en el esófago de los cantaores de flamenco. Allí donde la voz surge como una explosión no desde sus cuerdas vocales sino mucho más abajo, el rayo que viene de lo hondo de la tradición, y que sólo en el timbre singular de cada uno acontece, que sólo en la voz propia explota, sea la de Plácido Domingo sea la del Cigala. Una exposición que nos ayuda a ver de nuevo al Greco y que engrandece al Museo del Prado.
Fuente:http://www.elmundo.es/cultura/2017/12/26/5a422e27468aebbd148b4586.html
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