Lanzado e imponente, Nadal eleva en Pekín su sexto título de la temporada, el primero en tierras asiáticas desde 2010, y deja prácticamente sentenciada la pugna con Federer por el trono anual.
Cuidado, abran paso, porque viene con fuerza Rafael Nadal, al galope y sin reparar en qué ni en quién está delante, como en sus mejores tiempos y despachando adversarios con tanta autoridad que desde el pasado 19 de agosto no hay quien pueda derribarle. Aquel día veraniego, saturado porque los retrasos le forzaron a jugar dos partidos en un día, le batió Nick Kyrgios en Cincinnati, el mismo Kyrgios que ayer, en Pekín, parecía un muñeco de trapo en manos del balear. No tuvo miramientos Nadal y liquidó la final del torneo chino (ATP 500) con otro ko inapelable, cediendo solo tres juegos (6-2 y 6-1, en 1h 32m) para reconquistar la capital china 12 años después.
Después miró al pasado —”cuando gané en 2005, nunca soñé que pudiera ganar otra vez aquí”— , un pasado que reafirma y endulza más si cabe este 2017 nadaliano, con seis títulos en el bolsillo, dos de ellos grandes, y un número uno que salvo sorpresa quedará a final de curso entre sus manos, porque este último botín de China hace que la distancia con Roger Federer en el ranking crezca ya de forma más que considerable. Entre uno y otro, hoy, 2.370 puntos, y por encima de todo la golosa impresión de que Nadal no va a aflojar, sino todo lo contrario, de aquí en delante: Shanghái, ya en marcha, Basilea, París-Bercy y la desembocadura en el Masters de Londres.
Tradicionalmente, el último trimestre de la temporada no suele ser productivo para él, ni tampoco Asia una tierra demasiado fértil. Tanto es así que a lo largo de su carrera solo ha ganado tres trofeos —sin contar el oro olímpico de 2008— en esos lares: los dos de Pekín y el de Tokio en 2010, hace siete años. La victoria de ayer, por lo tanto, tiene un valor intangible muy superior al dato puramente numérico. Demuestra que Nadal vuelta alto, que ha llegado con una inercia extraordinaria al tramo final del año y que la Copa de Maestros, sueño prohibido hasta la fecha, no es ni mucho menos una utopía.
“Es el torneo más importante que me queda”, explicaba ayer el ganador de 16 grandes. “Es un torneo que no he podido ganar nunca y en el que no he tenido mucha suerte. Llevo más o menos 11 años clasificándome, pero se juega sobre una superficie más complicada para mí. No ha podido ser, pero vamos a intentarlo de nuevo”, amplió el mallorquín, al que en el presente le acompañan las piernas, la derecha y la mente, limpia y despejada de lesiones. Cabalga Nadal, que enlazó su segundo título consecutivo en pista rápida —no hacía algo así desde 2013, cuando reunió Montreal, Cincinnati y el US Open— y prolonga una serie de 12 victorias sucesivas, aunando estas cinco de Pekín y las siete que le condujeron hasta su tercer laurel neoyorquino.
Y ahora, el Masters de Shanghái
El reto guía ahora hacia Shanghái, donde nunca ha hecho cumbre, evento que se le resiste. Allí, rebobinando, la cota más alta que ha alcanzado fue la final perdida en 2009 ante Nikolay Davydenko. Debutará en la segunda ronda, contra el estadounidense Jared Donaldson (52 del mundo), y coincidirá de nuevo con Federer, que no compite desde su eliminación en Nueva York y que transita por la otra rama del cuadro, por lo que no se toparían hasta una hipotética final. Por el camino, teóricamente, podría volver a verse las caras con Lucas Pouille y Grigor Dimitrov, asomándose Marin Cilic como el rival de mayor entidad hasta un choque con el suizo.
Tanto él como Federer no defienden punto alguno en lo que queda de año, por lo que solo cabe sumar en ambos casos. Ahora bien, el de Basilea tuvo problemas en la espalda hace un mes y necesita conjugar trofeos y tropiezos severos de Nadal para arrebatarle a este el liderazgo de aquí a 2018. “Vamos a pelear por el número uno, pero sin hacer ninguna locura. Mi calendario se va a mantener”, expuso ayer el de Manacor (31 años), poseedor de 75 títulos de la ATP, a solo dos ya del estadounidense John McEnroe.
En su última comparecencia, otra exhibición de fuerza contra el desnortado Kyrgios, que la volvió a liar y a montar el número, protestando desde el primer juego del partido. “Ha sido uno de los mejores que he hecho esta temporada. No me afectan sus protestas, pero en algunos instantes sí que resulta un poco extraño”, admitía Nadal. “No puedo decir mucho. Cuando ganas solo tres juegos en una final… Rafa me ha destrozado. De todas maneras, ¿a quién le importa perder un partido de tenis después de lo que ocurrió en Las Vegas?”, concluyó el australiano, rendido al avance dictatorial del Nadal hambriento.
Fuente:https://elpais.com/deportes/2017/10/08/actualidad/1507496138_955333.html
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