En 1957, César Arconada viajó a Asia para loar el nuevo régimen. Su trabajo, poético y nostálgico, dejó estupefactos a los chinos
Vistas en perspectiva, lo que suele equivaler a juzgarlas con injusticia y ventajismo, todas las decisiones vitales que adoptó César M. Arconada, una de las voces más silenciadas de la Generación del 27, lo dirigieron tristemente a la soledad. Dos ejemplos: fue comunista y perdió la guerra; eligió el exilio moscovita en vez de emigrar a México, Cuba o Sudamérica, como la mayoría de los transterrados republicanos.
Hasta su invitación a visitar China para cantar las alabanzas del régimen de Mao llegó tarde: sus amigos Rafael Alberti y María Teresa León se le adelantaron en la publicación del texto, y el suyo se perdió en los abismos de la ruptura chino-soviética posterior a la muerte de Stalin, en pleno avance de la Guerra Fría hacia una nueva fase de delirio.
Ese libro de encargo, Andanzas por la nueva China, se edita ahora por primera vez en la Colección Obra Fundamental de la Fundación Banco Santander, dedicada a recuperar a grandes nombres de nuestras letras hoy semiolvidados. El catedrático de Literatura Española Gonzalo Santonja es el artífice de la publicación de esta obra que recibió de la viuda de Arconada, María Cánovas -fallecida en 1987-, en forma de copia calcográfica confeccionada por el matrimonio.
A César Muñoz Arconada (Astudillo, Palencia, 1898-Moscú, 1964), la sublevación franquista lo sorprendió en Irún por su trabajo de funcionario de Correos. Participó en la defensa de la ciudad contra las tropas enviadas por Mola y permaneció en el norte hasta la caída de Gijón, en octubre del 37, año en el que escribe Río Tajo, una novela sobre la resistencia popular contra el fascismo que deja ya muy atrás anteriores veleidades vanguardistas del autor.
Después de abandonar la península in extremis, Arconada acabó en el campo de prisioneros francés de Argelès-sur-Mer, del que lo salvaron Neruda y la filántropa inglesa Nancy Cunard, con ayuda de Tristan Tzara. Después se exilió en Rusia, donde vivió con María Cánovas, otra desterrada, hasta el final de su vida con las comodidades inherentes a su cargo de redactor jefe de la revista Literatura Internacional.
Entre los vahos helados de Moscú, los cónyuges se erigirán en grandes divulgadores y traductores (ella dominaba el ruso, a diferencia de su marido) de la literatura española del Siglo de Oro, y durante años, montaron La gitanilla de Cervantes en diversos teatros de la ciudad con decorados de Rafael Alberti, el único escritor español que los visitó regularmente gracias a su facilidad para entrar y salir de Rusia.
Como le sucedía con frecuencia, pues el escritor solía imponerse al comunista ortodoxo, Arconada respondió en 1957 al encargo de contar al mundo las bondades de la nueva China con una obra muy alejada de lo que su Gobierno pretendía. Aunque convencido de las bondades del maquinismo, la industrialización y la modernidad propugnadas por Mao, el novelista sucumbe al deslumbramiento del chico de Tierra de Campos que aún es ante la inmensidad de una geografía desmesurada. Él, un pobre chaval sin estudios que hablaba con los pastores en su pueblo polvoriento y de chopos escuetos, se conmovía entonces por «la ebullición de los cerros» chinos.
«Una extrañeza y una contradicción» explica la génesis del volumen, según Gonzalo Santonja, su prologuista y antólogo. Arconada sabía lo que debía escribir, pero el cuerpo le pedía contar otra cosa. Por mucho que le llevasen de pueblo en pueblo, de industria en industria, se sentía más atraído por los paisajes, los ríos, los templos y -ya por ese camino- los mitos y las leyendas inmemoriales. «Por ahí crece la obra, vivificada por el asombro, la mirada azul, la palabra justa» que desoye la doctrina oficial.
Para Francisco Javier Expósito, responsable de la Colección Obra Fundamental, «hay mucha alma en este libro al que se le exigía que careciera de ella por completo». Su singularidad de miscelánea entre paisaje, leyenda y relato social explica, sin embargo, la perplejidad que debieron de sentir las autoridades chinas, quienes respondieron a la entrega del texto con el consabido silencio.
Rusia, enfrentada a su vecino debido a los ataques de Mao a Kruschov, tampoco quiso publicar aquella supuesta apología de la nueva China, que tampoco pudo ver la luz en España ni en Argentina, donde se había adelantado otra obra fruto de una visita pactada al país, la de Alberti y León Sonríe China.
Fuente:http://www.elmundo.es/cultura/2017/09/15/59bac18822601d4b048b4601.html
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