Miguel Bein arrojó la primera piedra, cuando planteó que sólo un 4 ó 5% pueden ayudar a corregir el déficit social del país. Sin embargo, a nivel mundial no hay recetas exclusivas. ¿Basta un número alto para corregir las estructuras fallidas?
El Gobierno nacional es optimista: todavía confía en crecer a un 3 por ciento y que los brotes verdes se vuelvan vergeles de producción en una economía briosa. La CEPAL, en cambio, se muestra un tanto más celosa en lo que respecta a la Argentina y arriesga un 2 por ciento de recuperación. En el medio, consultoras y economistas de diversas escuelas se inclinan, en su mayoría, por algún pronóstico entre ambos márgenes.
¿Cuál es el número mágico de crecimiento, entre lo ideal y lo real, que el país requiere para cerrar la brecha social?
Migue Bein arrojó la primera piedra en un diálogo con periodistas durante el Tercer Encuentro de la Asociación Empresaria Argentina (AEA).
Si bien reconoció la mejora de algunos índices, el economista puso el dedo en la llaga en el delicado tema de la inversión: «Es una materia pendiente en la Argentina. En términos macroeconómicos es de 19 puntos del PBI, a precios constantes, y 16 puntos, a precios corrientes. Puesta en cualquier modelo de productividad, no permite crecer a más de 3% anual a largo plazo y así la Argentina no tiene solución a los problemas sociales que enfrenta».
Para el economista, solo un 4 a un 5 por ciento pueden ayudar a corregir el histórico déficit social de este país, con una pobreza en torno al 32 por ciento. Y ello demanda, al menos, un 24 por ciento de inversión del PBI.
A nivel mundial, no existe una receta exclusiva. Ni siquiera en la región. A lo largo de Latinoamérica, conviven ejemplos de países con un crecimiento bajo pero constante, como Uruguay, y otros con booms en torno a un 4 a 5 por ciento, como Bolivia, con cuatro años ya de tasas que duplican o más el promedio. En ambos casos, se han evidenciado mejoras a nivel social.
No obstante, también hay casos en las antípodas: Panamá, que acumula ya más de una década de números astronómicos en comparación a la región, convive con un tercio de su población rural bajo la línea de pobreza.
Todo lo cual lleva a preguntarse: ¿basta solo con un número alto para corregir las estructuras fallidas a nivel socio-económico?
Modelos
«Crecer hoy por arriba del 3 por ciento, a un 4, y hacerlo durante varios años, es muy difícil, antes habría que hacer todos los deberes», opina Daniel Artana, economista jefe de FIEL y profesor en las universidades de La Plata y Torcuato Di Tella. «Requiere un Estado más chico, eficiente, con políticas laborales modernas y una economía abierta. En definitiva, exige practicar una serie de reformas estructurales muy profundas, y eso no te lo da la política», concluye.
Para Artana, no se puede esperar mucho más de ese 3 por ciento, aún avanzando a paso lento en la ingeniería macro y microeconómica y una mejora de la inversión, porque hay mucho que corregir del «populismo» de años previos y Brasil ya no es un socio al que le vaya bien.
Frente a los tropezones cíclicos de los socios pesados del Mercosur, Uruguay y Paraguay han mostrado economías que crecen bajo un mismo modelo primario, pero con resultados muy distintos.
«El orden macroeconómico es imprescindible. Tiene que existir consistencia entre lapolítica monetaria, cambiaria, fiscal y de ingresos», explicó Danilo Astori, arquitecto de la economía charrúa de la última década, en una entrevista reciente al diario El País.
Uruguay ya no se resfría con sus vecinos. La última vez que lo hizo fue entre 1999 y 2002. Terminó con una fuga de capitales galopante, el colapso bancario y un 40 por ciento de su población pobre. Tres años después, era el segundo país deudor del mundo en términos relativos. Como parte del denominado giro a la izquierda, ha representado el espíritu neodesarrollista de los gobiernos de la región con políticas sociales fuertes y supervisión de superávits, al menos, mientras el viento de cola del alza de las materias primas y la abundancia de capitales golondrinas ayudó.
A Uruguay le bastó para mantener un crecimiento bajo y constante, suficiente para una nación de 3,3 millones de habitantes que produce alimentos para 60 millones. Soja, vacas, turismo y la industria forestal han sido el motor de su crecimiento.
Ignacio Munyo, profesor de la Universidad de Montevideo, destaca que aún hay deudas pendientes a nivel social y educativo, y que las políticas frentamplistas apagaron el incendio, pero no se tradujeron necesariamente en una mejora del desarrollo. Incluso han avanzado sobre el poder adquisitivo de las clases medias a fuerzas de impuestos.
Con todo, en la foto general, la pobreza se redujo a un 9 por ciento y todavía más la indigencia.
En contrapartida, Paraguay no ha desbordado esa riqueza promedio del 4 por ciento en los últimos años al común de su población.
Según el informe «La infantilización de la pobreza», publicado por la Universidad Católica de la capital paraguaya, Asunción, el 40% de los niños menores de 10 años del país vive en condiciones precarias, sin acceder a niveles mínimos de nutrición, educación, salud y vivienda, en familias con un ingreso diario menor a los u$s 4. San Pedro y Concepción son los departamentos donde se registra el mayor número de infantes pobres.
«En sociedades como la nuestra, con problemas de desocupación y subocupación laboral, el futuro de la infancia está severamente restringido, por lo que la desigualdad se reproduce a lo largo de las generaciones», sostiene el autor del reporte, Emilio Ortiz.
Estos porcentajes chocan con el Plan Nacional de Desarrollo Paraguay 2030 presentado por Horacio Cartes al llegar al poder, que contempla el Crecimiento Económico Inclusivo como uno de sus pilares. Lejos de revertirse, la pobreza dio un nuevo salto en 2016 del 26,6 al 28,8 por ciento a nivel país, de acuerdo a datos oficiales sobre la base de la Encuesta de Hogares.
Tampoco pudo torcer la desigual concentración de la riqueza: en un país donde la soja genera el 40 por ciento de su PBI y el 80 por ciento de sus suelos está abocado al monocultivo, poco más de las dos terceras partes de las tierras se encuentran en manos del uno por ciento de los terratenientes, de acuerdo a un relevamiento de la ONG Oxfam.
Más que números
Para Abraham Gak, miembro del Grupo Fénix, el pronóstico que maneja el Gobierno es «demasiado optimista», si bien entiende que habrá una mejora en este año y el próximo.
Como sea, no se trata sólo de números: «Lo que importa son las metas. Para qué se utiliza ese crecimiento. Si el Gobierno sigue apostando a los sectores primarios, entonces se va a alcanzar un statu quo que beneficiará a algunos y dejará a la gran mayoría marginada. Seguirá dependiendo de los mercados que se le abran y de los precios internacionales». Es el costo de plantear el crecimiento sobre la base de un modelo agropexportador. A su entender, la Argentina puede contribuir a cerrar su brecha social si mantiene un crecimiento del 3,5 por ciento, aunque bajo otras premisas que garanticen la inclusión.
«Aunque existe una asociación positiva entre un mayor PBI per cápita y un valor más alto del índice de protección social, se observa una gran variación en los valores», afirman José Antonio Ocampo y Natalie Gómez-Arteaga, en un trabajo publicado por la CEPAL. Y concluyen: «No es cierto que el nivel del PBI determine lo que los países pueden permitirse gastar en materia de protección social». En consecuencia, lo que incide en el cierre de la brecha social es cuánto un país expande los sistemas de protección social de acuerdo a sus posibilidades y no basado únicamente en el crecimiento de su PBI.
En América latina, el 70 por ciento del incremento de estos sistemas tuvo lugar entre 2002 y 2013, con especial foco en las políticas de salud y seguridad social.
Pero la imagen arroja matices muy dispares: Costa Rica, por caso, con un PBI apenas por arriba de la media regional, presenta una de las puntuaciones más altas en el índice de protección social elaborado por los investigadores frente a Panamá, con un Producto Bruto mucho mayor.
«El crecimiento económico no reduce automáticamente la pobreza», concluye el reporte.
Perú es un ejemplo claro: «Aquí hubo chorreo monetario hacia la cúpula, goteo para las capas medias y garúa sobre los estratos pobres», ilustra a la perfección Jürgen Schuldt, profesor emérito de la Universidad del Pacífico, en un artículo publicado en el peródico El Comercio.
Comparando los extremos en la radiografía social, el 10 por ciento de la población con ingresos más bajo aumentó su participación del 1,5 al 18 por ciento mientras que el décimo más rico perdió hasta un 35,6 por ciento.
Sin embargo, las brechas monetarias absolutas se ensancharon en ambos sectores a favor de los más ricos por lo que los ingresos promedios crecieron más entre los sectores pudientes que en los pobres, al final de cuentas.
La maldición de los recursos
Joseph Stiglitz, Nobel de Economía y profesor de la Universidad de Columbia, lo llama «la maldición de los recursos naturales», un bienestar engañoso en tiempos de viento de cola y precios de materias primas altas que achaca la salud ni bien se pinchan las burbujas.
Países petroleros como Venezuela lo han sentido en carne propia tras el colapso del barril de petróleo desde los tres dígitos a una cuarta parte de ese valor. Hoy agoniza en medio de sus convulsiones políticas y sociales, con una grave fractura democrática en sus instituciones.
Como afirma el Nobel, no alcanza con una buena tasa de crecimiento si esa riqueza no se vuelca a una inversión que impida que se multipliquen las desigualdades sociales.
A contramano, Bolivia disminuyó drásticamente su índice de indigencia a lo largo del actual gobierno de Evo Morales, de un 38,2 por ciento en 2005 al 16,8 actual.
Aún subsiste un núcleo duro impenetrable pero la mejora en otros indicadores sociales conexos, como la tasa de analfabetismo del 13 por ciento de la población en 2001 al 2,8 hoy- habla de una política inclusiva de inversión estatal con miras al desarrollo humano.
Con un 4,3 por ciento -el doble del promedio registrado en el medio siglo previo- mal no le va a Bolivia que ha logrado colocar deuda a 11 años a solo un 4,6 por ciento frente al 7 pagado por la Argentina.
Es cierto que presenta un rojo en sus cuentas y algunos informes hablan de desaceleración. Aún así, todavía lidera el crecimiento sudamericano por cuarto año consecutivo, muy por encima de la media, compartiendo el podio con Paraguay y Perú aunque en condiciones muy distintas.
Productos estrella
Desde que asumió, el gobierno de Mauricio Macri se ha lanzado a la conquista de nuevos mercados y a la recuperación de otros mediante el trabajo mancomunado de la Cancillería y los ministerios de Producción y Agroindustria.
La premisa es la colocación de la mayor cantidad de productos primarios con valor agregado, dentro de los cuales el biodiesel y el aceite de soja ocupan un lugar clave. El Gobierno confía en que estos productos abran las puertas a mayores intercambios, más diversificados y, en un futuro, nuevas inversiones en ambos destinos.
Tras años de bloqueo, el aceite de soja ha logrado regresar a China, aunque en una cuota muy inferior a la de entonces. Eso no desalentó al Gobierno a la hora de presentarlo como su última gran victoria comercial.
Por su parte, el biodiesel espera hacer lo mismo en Europa en el transcurso de dos semanas. Así lo anunciaron los ministros Jorge Faurie y Ricardo Buryaile a lo largo del último mes.
Sería el cierre definitivo para un diferendo que se dirimió en la OMC a favor de la Argentina y al que piensan recurrir como precedente si fallan las negociaciones con los Estados Unidos, tras la imposición de un arancel del 60 por ciento promedio.
Por lo pronto, los negociadores locales aguardan por la misión de verificación del Departamento de Comercio que hará pie en la Argentina entre el 14 y el 15 próximos. Antes de apelar al litigio, esperan poder mostrarles, y convencerlos, que el dumping que alegan no es tal.
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