Hubo un tiempo en el que, hablando de la categoría absoluta, España gobernó el mundo con suficiencia y brillo, asfixiando al rival con la presión para robarle la pelota y, una vez robada, gestionando los partidos con ella, de pie a pie, ahora en horizontal, ahora en vertical, hiriendo, dañando. Hubo un tiempo en que España definió un camino al que Alemania dio vuelo cuando España se agotó. Era el año 2012. Y hay un tiempo, el actual, en el que Alemania refuerza esa idea dinámica, vertiginosa y divertida con la que, además, se ganan muchas cosas mientras España trata de decidir si, vistos los jugadores que vienen, se mantiene en esa senda o trata de explorar otra distinta. En esa reflexión, España se encontró con lo que fue (también en las inferiores) y su propio espejo terminó con ella, dejándola sin el quinto título europeo de la categoría. [Narración y estadísticas (1-0)]

Al descanso, la única esperanza para España era que Alemania se hubiese vaciado en lo físico o, en el peor de los casos, que una genialidad individual devolviera el empate al marcador. Porque, por lo demás, el rival había pasado por encima de la selección de Celades durante tres cuartos de hora en los que no fue capaz de neutralizar su propio estilo, idealizado en las botas germanas, intensos en la presión, fieros en los duelos directos, jugando en campo contrario, teniendo la pelota, moviéndola a velocidad de vértigo, filtrando pases en el último tercio para hacer daño. El estilo con el que España conquistó el mundo resultaba indescifrable para una sub’21 mucho más vertical, no tan apasionada de la pelota como sus predecesoras.

El gol llegó en el minuto 40, pero podía haberlo hecho mucho antes, pues durante ese primer tiempo el equipo de Stefan Kuntz fue inmensamente superior. El panorama fue siempre el mismo. Alemania tenía el balón en campo ajeno, moviéndose al son propuesto por Haberer y el capitán, Arnold, con la gente de fuera metiéndose hacia dentro para dejar paso a los laterales.

España, acostada sobre Kepa, con el centro del campo a pocos metros de su frontal del área, se vio sometida. Y lo hizo porque las pocas veces que acertó a robar, cayó en la red de la presión rival, intensa, coordinada, eficaz a más no poder. Cuando en algún destello Asensio o Deulofeu lograban escapar de esa asfixia, quedaban 70 metros hasta la portería de Pollersbeck. Demasiado.

De hecho, en la jugada del gol, Alemania robó la pelota dos veces en el balcón del área. La primera la salvó Meré porque se equivocó Weiser, que podía haber seguido casi hasta las mismas barbas de Kepa. En la segunda, sin embargo, el centro de Toljan lo cabeceó el propio Weiser y el balón cogió una parábola imposible para el guardameta del Athletic.

Era el premio justo, mínimamente justo, para un equipo que ganó en todo, también en la posesión, antaño santo grial patrio. No había ni rastro de la jerarquía de Saúl, de la fantasía de Ceballos o del dominio de la situación de Asensio. Llorente bastante tenía con achicar el agua que buenamente podía y Sandro siempre recibía con dos centrales pegados al cogote. El panorama era realmente desolador.

Tras los 15 minutos de parón más necesarios de todo el torneo, España se rehízo. Puso las piernas en el campo del rival y durante un cuarto de hora, el inicial del segundo tiempo, hizo pensar en la remontada. La entrada de Gayá por Jonny le dio más profundidad por la izquierda y Williams trató de estirar a los alemanes para que sus centrocampistas pudieran recibir sin ahogo.

Pero duró eso, un cuarto de hora. En un despliegue conmovedor, Alemania, que venía de una prórroga en las semifinales del martes, volvió a cortocircuitar con la presión a España, que ya comenzó a actuar a la desesperada. Apenas un disparo de Ceballos y otro de Saúl desde la frontal se puede contabilizar como ocasiones. Alemania, que también imitó la eficacia de la gran España, era la justa campeona.

Fuente:http://www.elmundo.es/deportes/futbol/2017/06/30/5956bdd0e5fdea35678b45b5.html