San Rafael, Mendoza miércoles 27 de noviembre de 2024

Un trabajo conmovedor que llevó más de 12 años y 100 entrevistas

Un trabajo conmovedor que llevó más de 12 años y 100 entrevistasEl libro «Voces de la tempestad. Recuerdos y vestigios de la Guerra de Malvinas», de Adriana Groisman, se presentará el 4 de abril a las 18.30 hs en Fola, Godoy Cruz 2626. En el campo de batalla. Adriana Groisman recorrió el territorio de Malvinas buscando los vestigios de los recuerdos de los ex combatientes

Como las costuras que le pidió hacer con sus fotos y las de sus adversarios a los combatientes de la Guerra de Malvinas para plantear un posible encuentro, el trabajo Voces de la tempestad de Adriana Groisman fue el resultado de una suma de suturas de hechos que realizó durante 13 años.

El resultado de este esfuerzo tiene la forma de un libro de 544 páginas, dividido en cuatro elementos que formaron la contienda. El mar, que es el agua y la Marina; el aire, que es la lucha aérea; la tierra, el combate cuerpo a cuerpo; y el fuego, que une a los anteriores y representa la guerra.

Un trabajo conmovedor que llevó más de 12 años y 100 entrevistas

Restos. Zapatilla de un conscripto argentino, combatiente en Monte Dos Hermanas.

La historia de este trabajo, que terminó teniendo como intención plantear la posible unión entre antiguos enemigos, comenzó en marzo de 2003. Groisman, reportera gráfica que trabaja para Clarín en Estados Unidos, fue contratada para ser parte de una expedición de arqueología submarina. Prometía ser la más grande después de la que tuvo por objetivo buscar el Titanic en las profundidades del mar. Bajo las bravas aguas del Atlántico intentarían, esta vez, encontrar el crucero General Belgrano, hundido por el submarino nuclear británico Conqueror, el 2 de mayo de 1982. Ella sería la encargada de retratar el proceso, que daría lugar a un documental de la National Geographic. El contrato decía que todas las imágenes relacionadas con la expedición no serían de su propiedad sino de la empresa que la contrató. Eran tiempos analógicos, y Groisman llevó algunos rollos extra. Los usó cada vez que las tormentas cedían y podía salir al exterior. Cuando llegó a tierra, después de 15 días, reveló el material: era el mar.

“Me magnetizaba”, recordará años después y con el libro ya editado por Ediciones Larivière. En los siete rollos en blanco y negro, Groisman encontró una narración metafórica de lo que pasó. En ese viaje iniciático también se ocupó de hacer las entrevistas a los sobrevivientes del hundimiento y a quienes lo provocaron. Eran cuatro hombres: dos argentinos y dos británicos, que compartieron las dos semanas del viaje, en el que no lograron encontrar restos del barco. Ellos eran el segundo comandante del Belgrano, Pedro Galasi, que dio la voz de abandono, y Carlos Castro Madero, que en ese momento era capitán de corbeta. Del lado británico fueron dos hombres de menor rango del Conqueror. Uno, el oficial que vio por primera vez el Belgrano. El otro fue quien lanzó el segundo torpedo.

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A 35 años de Malvinas, ecos de una guerra

“Escuchar esas historias -dice Groisman, repasando el recuerdo-, y cumplir el rol de mensajera entre las dos partes fue lo que me conmovió”. Este “rol” será también algo que repetirá a lo largo del trabajo de una década buscando fotografiar la relación entre la tierra, los recuerdos materiales que quedaron y los de cada protagonista.

Las fotografías del mar que sepultó al Belgrano se exhibieron en el Centro Cultural Recoleta en 2004. En la mitad de la sala de exposición había una balsa con la que se intentó trasmitir la experiencia de los sobrevivientes del barco que pasaron casi dos días sin saber si serían rescatados. La puntada que unió ambas experiencias (escuchar los testimonios; registrar las imágenes) surgió precisamente del público que asistió a la muestra.

Hacía un tiempo que Groisman no vivía en la Argentina y su primer plan era volver rápido a Nueva York, pero una herida de una operación que no cerró correctamente la obligó a quedarse en Buenos Aires. De esas tardes entendió que cualquier herida debía cerrarse y, a través del agradecimiento del público, entendió que lo que ella debía contar era el lado humano de la guerra.

Los hilvanes del trabajo son cuatro viajes a Malvinas, en campamentos solitarios y con miedo. También contienen un deseo de Groisman por querer fotografiar el posible encuentro entre viejos adversarios. Primero se le ocurrió pedirles que escribieran deseos y que eligieran alguien del bando enemigo para enviárselos. En esa mensajería, Groisman fue conociendo a más protagonistas; aprendió de memoria la memoria de los otros; fue capaz de reconocer, una vez en el terreno, las trincheras descriptas por varios de ellos.

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A 35 años de Malvinas, ecos de una guerra

Las Malvinas se volvieron una adicción. “Cuántas más historias conocés, más querés saber”, asegura. Cuando estaba allá quería que los más de cien testimonios resurgieran para crear una relación entre ellos y el paisaje. El resultado son fotografías de mantas abandonadas que parecen cadáveres, zapatillas y borceguíes de soldados conscriptos argentinos que gritan el horror.

Estar sumergida en esas historias a Groisman le dio lecciones. Primero debió aprender a luchar contra el terreno, contra ella misma y sus prejuicios para acercarse a quienes no le agradaban. “Si quería trabajar la idea de inclusión y sólo lo hacía con quienes me sentía cómoda, entonces era falso. Trabajar con personas con las que te sentís molesta es fuerte. Aprendí a verlas desde otro lugar y pensar cómo me podía relacionar, y eso lo aprendí al ver que antiguos enemigos, cuando tenían la oportunidad de conocerse, lo hacían. También funciona en ellos el prejucio, pero además había un mecanismo de empatía, compasión, curiosidad por haber estado en un terreno común, de haber compartido la guerra”.

Cuando Groisman estaba en el campo de batalla, intentaba ponerse en un estado psicológico similar. “Me pasaba días sin ver a nadie y tuve miedo. Sentirlo concretamente era tratar de encontrar ese clima para poder traducirlo en imágenes”, cuenta. El terreno de roca y pasto era también un paisaje impregnado de la tragedia. Groisman, ante él, se pregunta cuánto tiempo tarda el hombre en sanarse, si es que alguna vez lo consigue, y cuánto tiempo tarda el terreno en recuperarse.

Entre el primer viaje en 2006 y el último en 2012, volvía a los mismos lugares y veía que los cráteres se rellenaban. Entonces pensaba: “Esta herida de la tierra se está empezando a curar”. La sutileza la obligaba a ver y a pensar cómo mostrarlo. Hasta que de tanto reflexionar llegó la idea de pedirle a los sobrevivientes que eligieran a un adversario y que, a mano, suturaran, unieran, ambos retratos. El pacto sería reflexionar sobre ese encuentro que se concretaba no en un abrazo sino en el hacer. El resultado fue una cantidad de reflexiones e imágenes cosidas con puntadas, algunas gruesas, algunas más finas; unas fueron hechas en cuatro horas, otras con las manos llenas de secuelas visibles por las heridas de guerra.

Por fin, le dio forma concreta en este libro, del que Clarín publica hoy un adelanto con algunas de las fotos y testimonios conmovedores. Pero también proyecta un legado: sueña ahora con que el libro se compre para ser donado a escuelas, sobre todo a las del interior de la Argentina, de donde provenía un gran número de conscriptos. Para que, a 35 años del inicio de la guerra, se conozca este otro aspecto de la historia. Porque lo que Groisman aprendió -desde el presente- en la costura del pasado, es la frase que dice que en la guerra no hay vencedores, que todos pierden.

“El que gana, gana un pedazo de tierra; pero el ser humano perdió. El que combatió, vivió cosas tan fuertes que no pueden no marcarle la vida. Pero el proceso de la pos guerra, es casi idéntico para el que perdió que para el que ganó”.

Fuente:http://www.clarin.com/sociedad/trabajo-conmovedor-llevo-12-anos-100-entrevistas_0_SkPWqFp3x.html

 

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