Las economías de la región atraviesan un momento bisagra. Tras años de expansión, los países adaptan sus estrategias a un escenario de desaceleración. Mientras las reformas políticas avanzan hacia una mayor transparencia e integración, nuevos impulsos públicos y privados aparecen para favorecer una cultura de negocios innovadora.
América latina, un conglomerado de unas 20 naciones con profundas diferencias entre sí, pero con una gigantesca cantidad de recursos naturales y humanos, se enfrenta al desafío de un mundo en plena transformación. Navega en una marea turbulenta de transiciones económicas y geopolíticas protagonizadas por las grandes potencias globales.
La región transitó un camino de oro durante el decenio 2003-2013, cuando logró crecer a tasas altas y en forma sostenida. Pero, la situación comenzó a revertirse debido a la ralentización del comercio internacional y la desmejora de los términos del intercambio.
Precisamente, según un reciente informe de la Organización Mundial del Comercio (OMC), el valor en dólares corrientes de las exportaciones mundiales de mercancías disminuyó 14% en 2015, hasta u$s 16 billones, debido a un descenso del 15% en los precios de las exportaciones.
Menos recursos
El impacto negativo en los términos del intercambio generó déficits comerciales y fiscales en América latina. Por ejemplo, según consigna la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los ingresos fiscales provenientes de la producción y la comercialización de hidrocarburos cayeron de un promedio de 6,8% del Producto Bruto Interno (PBI) en 2014 a 4,4% en 2015, en una serie de 10 naciones de la región.
La misma tendencia cursaron los ingresos por minería. El organismo estimó que durante 2016 se produjeron caídas adicionales en los ingresos fiscales provenientes de los recursos naturales no renovables. Pero, antes de esa desaceleración, la región ya estaba rezagada en cuanto a su inserción en la economía global. Su participación en las exportaciones mundiales de bienes y servicios permaneció estancada. Y se redujo su cuota en los intercambios de bienes de alta tecnología y servicios modernos.
Cambios políticos
Se sumaron a la desmejora de la economía sucesos políticos inesperados. Fueron dos los hechos que despabilaron a la comunidad mundial, que hasta entonces había aceptado como un dogma los beneficios inmediatos y a largo plazo de la globalización. El primero, la salida del Reino Unido de la Unión Europea (Brexit), proceso iniciado tras el ajustado referéndum de junio de 2016. El segundo, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en enero de 2017.
¿Qué explica esta nueva coyuntura? «En algunos países desarrollados se consolidó una visión que considera que la creciente integración internacional produjo efectos internos adversos», explica Roberto Bouzas, director Académico de la Maestría en Política y Economía Internacionales de la Universidad de San Andrés (Udesa). «De allí, las manifestaciones que apuntan a modificar el modo en que las políticas económicas -y también en otros campos- se han implementado, priorizando la protección de sectores afectados negativamente», completa.
Pero ambos sucesos, el Brexit y el triunfo de Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses, no solo son consecuencia de una era que finaliza, sino causa de otra que apenas comienza y que promete agitar las aguas internacionales durante un largo tiempo.
«En los últimos años venimos presenciando una transición de ciclo económico y político global con un fuerte impacto regional. Por un lado, el comercio dejó de crecer por encima de PBI agregado mundial y se está estabilizando a la baja el ‘super-ciclo’ de altos precios de commodities agrícolas, energéticos y mineros, con los respectivos costos para nuestro espacio geográfico, que los produce y exporta en abundancia», analiza Norberto Pontiroli, director del Comité de Asuntos Latinoamericanos del Consejo Argentino de las Relaciones Internacionales (CARI) y profesor de la carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad del Salvador (USAL). «También se fue cerrando un momento político de convergencias ideológicas y afinidades personales entre mandatarios de la región, lo que supone una nueva etapa de búsqueda de acuerdos y contenidos en la agenda de integración regional», agrega.
Diseño de alianzas
En este contexto, ¿cómo deben diseñar las naciones de América latina sus estrategias de integración? «Cuanto mayores y más amplias sean las alianzas, habrá mayores probabilidades de lograr comerciar, de absorber tecnología, de utilizar mejor los recursos disponibles», menciona Diana Mondino, economista y directora de Asuntos Internacionales de la Universidad del CEMA (Ucema).
La necesidad de construir espacios de cooperación más amplios y unificados aparece como un elemento central para que la región pueda posicionarse mejor frente al golpe de timón global. Por ejemplo, la Alianza del Pacífico y el Mercosur representan conjuntamente cerca del 90% del PBI, población, comercio y flujos de Inversión Extranjera Directa (IED) de la región. «Su integración sería un gran avance para el proceso de convergencia a nivel regional», afirma Eduardo Fracchia, director del área Académica de Economía del IAE Business School.
Para Fracchia, en América latina ese proceso debe ser gradual y progresivo, basado en la implementación de políticas integradas, no sólo en el ámbito económico sino también social y ambiental. «La calidad de la infraestructura regional de transporte, logística, energía y digital son aspectos centrales para mejorar la competitividad de las cadenas de valor. La convergencia regulatoria y la facilitación del comercio contribuirían a dinamizar los flujos intrarregionales de bienes y servicios, favoreciendo así la inversión y una mayor integración productiva», agrega.
¿Cómo puede, entonces, la región fortalecer su posición en el mundo? Para Pontiroli, del CARI, América latina debe aprovechar el momento de incertidumbre geopolítica, fortalecer una agenda de cooperación acorde a las nuevas realidades y evitar a toda costa la fragmentación. «La idea de convergencia tiene mucho potencial. No significa un mismo modelo de integración para todos, porque las estructuras productivas de los países de la región son distintas. Se trata más bien de encontrar los espacios para cooperar», diferencia.
Tres socios de magnitud
Integración y convergencia son clave para afrontar los desafíos que vienen, pero la relación con los Estados Unidos, con una Unión Europea en transformación y con China requieren estrategias diferenciadas.
Con los Estados Unidos, el desafío pasará por intentar conservar los lazos existentes. Aunque el curso futuro de la relación con este país dependerá del sendero que finalmente adopte la administración Trump en sus políticas comerciales. «Trump estudia transitar caminos alternativos a la OMC para resolver conflictos o disputas comerciales, marchando así a una ruptura con el multilateralismo construido desde el inicio del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), hace 70 años. Y llevando a los Estados Unidos al mundo bilateral intentado en 1934 con el Acta de Acuerdos Comerciales Recíprocos», opina Fracchia.
En cuanto a la Unión Europea, el profesor del IAE recomienda avanzar en los acuerdos comerciales pendientes, como por ejemplo el comercio de alimentos con el Mercosur. «No solo para impulsar las exportaciones de productos primarios, sino también las de manufacturas o de productos con mayor valor agregado puesto que la Unión Europea es la región con el mayor destino de estos últimos», apunta.
¿Y con China? Su gobierno promueve cada vez más el libre comercio y la economía de mercado. Está dispuesto a incorporar productos con mayor valor agregado de la región. El Plan de Cooperación China-CELAC (2015-2019) proporciona una referencia institucional para entender la voluntad de asociación.
Pero, si todas estas estrategias resultan bien, ¿llegarán a raudales las inversiones a América latina? Parece que no. «Es indispensable un marco de reglas de juego estables y coherentes. Cada país tiene una idiosincrasia propia. Hay que evitar situaciones de regulaciones costosas o volátiles. Y no puede haber rigideces en un mundo donde la tecnología avanza vertiginosamente», advierte Mondino, economista y profesora de la Ucema.
Los últimos datos de la Comisión Económica para América latina y el Caribe (CEPAL) sobre IED muestran una fuerte asimetría en el destino de los flujos de capitales. Aumentaron un 36% en 2015, hasta u$s 1,73 billones. Pero mientras en los países desarrollados crecieron 90% ese año, en las naciones en vías de desarrollo sumaron solo 5,3% y en América latina cayeron 9,1%.
¿Y cuáles son las perspectivas para la Argentina? «Lo mejor que puede hacer es reducir su volatilidad. Pero, lamentablemente esto es algo que no se alcanza con solo proclamar que ‘ahora somos previsibles’. Más aún, no es una tarea de un solo gobierno. La previsibilidad requiere un ‘track record y el nuestro es pésimo», considera Bouzas, profesor de Udesa. «Dos cosas nos juegan en contra: los clivajes de la sociedad argentina y el modo que tenemos de procesar el conflicto. La otra es que los frutos, si encaminamos las cosas, no están a la vuelta de la esquina», complementa.
Fuente;http://www.cronista.com/negocios/El-Foro-Economico-debate-en-Buenos-Aires-la-nueva-agenda-de-America-latina-20170405-0013.html
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