El 8 de marzo se repitió en todos los medios de comunicación, escuelas, y otros organismos el tema del día internacional de la mujer. Pocos saben que la celebración tiene muy poco que ver con nuestra cultura e historia. Pocos saben que el origen de la celebración se remonta a 1910, cuando en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas reunida en Copenhague (Dinamarca) se reiteró la demanda de sufragio universal para todas las mujeres y, a propuesta de Clara Zetkin, se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Al año siguiente se celebró por primera vez el 19 de marzo en algunos países reclamando el sufragio y el derecho al trabajo. Una semana después más de 140 jóvenes trabajadoras, la mayoría inmigrantes, murieron en el trágico incendio en la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York.

De aquél origen a lo que vemos hoy, ha corrido mucha agua debajo del puente. Se para y se marcha, dicen, en contra de la violencia contra las mujeres pero uno de los “derechos” que se reclama es el de hacer violencia contra otras mujeres u hombres que aún no han nacido, o sea el aborto. Se marcha contra la violencia pero se acaba en actos violentísimos contra otras personas, contra las creencias de otros, contra los bienes, contra las Iglesias, contra los símbolos cristianos. ¿Es que acaso esto tiene algo que ver con reivindicaciones relativas a la mujer?

¿Debe toda la sociedad tolerar estos ataques? ¿Es posible? Hubo pintadas en casi todas las ciudades, hubo incendios en el vallado de la Catedral de Buenos Aires y hubo una parodia diabólica en contra de la Virgen María en la puerta de la Catedral de Tucumán.

Esto no tiene nada que ver con reivindicaciones de derechos de las mujeres. Esto es un ataque contra la sociedad perpetrado por mujeres que dicen estar contra la violencia. Que no nos engañen.