Fue uno de los 10 oficiales de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF, antiguo Santo Oficio o Inquisición), y secretario de la más importante comisión teológica del Vaticano. Trabajó junto a tres papas, Wojtyla, Ratzinger y Bergoglio, elaborando encíclicas, cartas, discursos del santo pontífice durante 12 años. El día 3 de octubre de 2015 escribe una carta personal al Papa Francisco declarándose gay: amo a mi pareja y amo mi sacerdocio, vino a decirle. Al día siguiente era suspendido, ni siquiera le permitieron recoger sus pertenencias en el asilo de las Hermanitas de los Pobres donde residía y ejercía su servicio pastoral, Roma.
Krzysztof Charamsa (agosto de 1972, Gdynia, Polonia) es doctor en Teología, escritor y poeta, y fue profesor universitario de Filosofía y Bioética. Dentro de 10 días sale a la venta la traducción de La primera piedra: Mi rebelión contra la hipocresía de la Iglesia (Ediciones B), relato autobiográfico de su vocación sacerdotal, su vida en el Vaticano y su salida del armario.
¿Se irá usted a la tumba con los nombres de los cardenales que en el Vaticano se le insinuaron, según escribe; esos otros «muchos que practican la homosexualidad en pareja o en relaciones esporádicas», oficiales que en la Santa Sede «contratan a sus amantes como centuriones o siervos (…) Herr und Frau» (señor y señora en el idioma de Ratzinger)?
No responde, ni sí ni no; hace un silencio y en sus ojos se adivina el futuro, intuye que «serán señalados por los grupos de apoyo que luchan a favor de los homosexuales católicos contra la institución homófoba, ese fantástico armario para esconder gais que es la Iglesia Católica». No será él quien lo haga, «porque no puedo denunciar una práctica que para mí no es nada malo, y no quiero ser cotilla ni provocar escándalo«.
Hasta su virtual consultorio llegan hoy miles de curas de todo el mundo que viven sus traumas personales, esa lucha entre su orientación sexual y su juramento «homófobo». Krzysztof, que encontró el amor en Barcelona, con quien hoy comparte vida, el economista Eduard Planas, ejerce su sacerdocio en la parroquia global de las redes sociales.
Relata sin ambages su primera historia de amor, siendo oficial de la CDF, hace unos seis o siete años, con un compañero sacerdote también, «un profundo sentimiento en busca del amor, pero altamente doloroso y tenso de contradicciones». ¿Lo confesó sacramentalmente? «Sí (silencio); en el libro cuento el trauma de mi confesión de la masturbación. La Iglesia ha hecho de las debilidades la base de su poder, sometiendo a la mujer, dominando a través del sexo, y el celibato es su forma de preservar ese poder».
Escribió una carta personal al Papa Francisco declarándose gay, ¿acaso pensó que le mantendría en su cargo, habiéndolo hecho al mismo tiempo público y mediático?, le pregunto. «Pensé que me llamaría, después de un acto tan doloroso por parte de uno de sus mejores trabajadores; pensé que se comportaría como Jesús, como el Evangelio exige: ¿no es la Iglesia un hospital de campo que recoge a los que se han perdido? Pensé que me llamaría, todos tenían mi número de teléfono, y me diría, ¡Hijo, ven, explícanos! Pero después de aquella declaración llena de pasión y lágrimas, la respuesta fue: usted no trabaja más aquí, y me pusieron como ejemplo de lo que le sucedería a quien siguiera mis pasos, enviando el mensaje claro: sufre dentro pero no digas nada. Y esto no es cristiano. Francisco tuvo entonces la mejor ocasión para hacer dimitir al jefe de la Congregación (CDF, el prefecto cardenal Müller), quien opera en su contra, neutralizando sus sínodos, y que se había revelado incapaz de controlar a las 10 personas que trabajan en su oficio».
¿Qué temió más, perder su puesto en la carrera del Vaticano y en la universidad, o ser señalado? «Ser despreciado». Sigue considerándose sacerdote por encima de todo (además de escritor y conferenciante), «lo soy más que nunca antes: hoy realizo con transparencia los ideales por los que me ordené sacerdote. La Iglesia no ha cancelado mi sacramento, estoy suspendido de ministerio, pero puedo oficiar y administrar, no he sido rebajado al estado laico como sí sucede con los pedófilos».
Sostiene que el Santo Oficio odia a Bergoglio y «su populacho que llena la plaza de San Pedro», habla de Francisco-fobia y de un supuesto lobby antipapa. ¿Quién entonces le dio la fumata blanca? «Los cardenales, que no lo conocían en esencia. Y él comenzó bien, con coraje y audacia, siendo evangélico y anunciando una revolución. Pero tiene 80 años, edad para jubilarse y escribir, y está solo, porque creo que no le interesa luchar: ha sacrificado cuestiones como la homosexualidad o la presencia femenina en la Iglesia, reaccionando como un político oportunista y nombrando comisiones llenas de homófobos y misóginos, y los teólogos verdaderos están asustados, no pueden hablar porque serán desplazados de su cargo. Es la herencia de Ratzinger, que puso una lápida sobre la búsqueda de la realidad y la ciencia».
Y hace referencia a las razones científicas que apuntan a una relación entre la auto represión del celibato y la pedofilia, que también denuncia en su libro, partiendo de un caso concreto que conoció en su Polonia natal y que le hizo sufrir una gran lucha interna. «Sentía que tenía que revelarlo, pero ¿a quién acudía? Nadie me escucharía en la Iglesia y yo sería desplazado. Hasta hoy la Iglesia no ha hecho juicio a la pedofilia, ese tan execrable crimen», declara.
No da nombres y sin embargo sí señala abiertamente a las más altas autoridades: «El pontificado de Benedicto XVI fue el más gay de la historia moderna de la Iglesia Católica», escribe. ¿Qué pruebas tiene que respalden su afirmación?
«No afirmo que sea gay, no me interesa afirmarlo, pero Ratzinger recuperó el teatro barroco de las liturgias, preocupado por sus zapatos, su capelina… Una escenografía de identidades escondidas, dobles vidas, que encanta a los gais anticuados. A lo largo de sus 30 años como prefecto de la CDF y luego Papa, ha promovido la homofobia con su gran inteligencia y su orden germano, sufre y siembra a su alrededor una auténtica paranoia personal contra la homosexualidad, cuando la ciencia e incluso los teólogos americanos llevan años estudiándola».
Encontró a su pareja una tarde en el Eixample de Barcelona, la ciudad que en su imaginario ya representaba la libertad, que visitaba con frecuencia, como turista cultural y… aquella noche conoció el amor de la mano de Eduard, lo cuenta y sus ojos se tornan de éxtasis: «Nadie puede imaginar la experiencia que fue salir del armario, sentirme liberado de la peor de las pesadillas«. Y sí, le gustaría volver a enseñar Teología y Filosofía, «sí, volver a ser profesor es uno de mis grandes deseos».
Fuente:http://www.elmundo.es/cronica/2017/02/04/588daf21ca4741953a8b4596.html
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