Santa Olga, en la zona del Maule, 360 km al sur de Santiago, quedó reducido a cenizas. Allí, 3 víctimas se sumaron a 7 anteriores. Sequía, viento y 40° C.
Unas 1.000 casas del pueblo de Santa Olga fueron arrasadas ayer por uno de los incendios forestales que afectan al centro sur de Chile y que ya han consumido 200.000 hectáreas y causado la muerte de diez personas.
“Es una situación de extrema gravedad, de horror, de pesadilla sin nombre, con un final que no tiene guión”, dijo el alcalde de Carlos Valenzuela de Constitución, una ciudad balnearia vecina al poblado de Santa Olga, unos 360 kilómetros al sur de Santiago. “Todo se quemó”, declaró.
Una persona fue encontrada calcinada entre los escombros, informaron el alcalde y el comandante de bomberos Cristian González. Unos 140 kilómetros más al sur fue ubicado otro cuerpo calcinado en el interior de una vivienda destruida por las llamas, indicó la gobernadora de Concepción, Andrea Muñoz.
A media tarde murió otro bombero al volcar el camión aljibe en el que se dirigía a combatir el fuego, publicaron los bomberos en su página de internet.
“Me temo que hoy va a ser un día largo, que vamos a tener más malas noticias y nos falta aún descubrir una fotografía que nadie quiere ver”, añadió Valenzuela en alusión a las decenas de poblados cercanos que estaban en el camino del fuego que avanzaba sin control por las fuertes ráfagas de viento que cambian de dirección cada minuto.
Los cerca de 6.000 vecinos de Santa Olga lograron evacuar el lugar antes de que las llamas consumieran su jardín de infantes, la comisaría, el centro de salud y todas sus viviendas, relató el alcalde.
Decenas de bomberos llorando, tapándose la cara y mirando hacia el cielo cubierto por gruesas capas de humo paralizaron ayer unos minutos su labor para despedir a su colega Hernán Avilés, fallecido la víspera luego de evacuar a una familia. De los 10 fallecidos, 3 murieron ayer.
Unos 4.000 brigadistas y 40 helicópteros combatían los peores incendios forestales en toda la historia de Chile.
Las altas temperaturas -que se acercan a los 40 centígrados– la sequedad del aire, las ráfagas de viento y una prolongada sequía favorecen la propagación del fuego.
Peses a que algunos focos están controlados, las raíces de la vegetación siguen encendidas bajo tierra y se reactivan al aumentar la velocidad o cambiar la dirección del viento.
El fuego que los últimos días arrasó con el centro sur chileno estalló a mediados de noviembre en Pumanque, una localidad cordillerana a 215 kilómetros al sureste de Santiago, y en pocos días llegó a poblados y a las puertas de ciudades costeras como Constitución y Concepción, 500 kilómetros al suroeste de la capital chilena.
El humo dificulta por momentos la conducción por las rutas locales.
Aunque es prematuro calcular el monto de los daños, la Corporación Chilena de la Madera estimó en 40.000 hectáreas la superficie de bosques naturales dañados mientras la Asociación Vinos de Chile precisó que de las 141.000 hectáreas de vides plantadas en todo el país se han quemado 440.
Un avión Boeing 747 “Supertanker” con capacidad para transportar 73.000 litros de agua o retardante de fuego realizó ayer vuelos exitosos sobre Hualañe, una de las comunas más amenazadas del centro del país.
En tanto, Bachelet escribió en su cuenta de Twitter que aceptó el ofrecimiento ruso de un avión Ilyushin II-76 capaz de lanzar 40.000 litros de agua de una vez.
Ayer viajó a la zona del desastre una delegación de unos 30 brigadistas colombianos que llegó a colaborar con sus colegas chilenos.
“Nunca he visto algo así. Un incendio tan grande”, dijo uno de ellos. “Venimos con toda la voluntad y la intención. Estamos convencidos de que podremos ayudar”. El viernes se espera que se les una un grupo de rescatistas mexicanos.
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