“Estamos próximos a cumplir el Bicentenario de una epopeya, de uno de los hechos más trascendentes de la Historia Argentina, sudamericana y mundial: el Cruce de los Andes, llevado adelante bajo la conducción del general José Francisco de San Martín, Padre de la Patria y Libertador de la Argentina, Chile y Perú.
Sin embargo, por más espectacular que haya sido el cruce, lo cierto es que hay que comprenderlo como el engranaje esencial de una maquinaria más compleja.
Podemos decir que el Cruce de los Andes fue el instrumento táctico del que se valió el general San Martín para concretar los primeros tramos de su Plan Continental, una acción estratégica puesta al servicio de un objetivo superior: salvaguardar la Independencia argentina, obtener las de Chile y Perú y garantizar la emancipación sudamericana, esto es, la libertad para medio continente.
Declarada la Independencia Argentina –en rigor, “de las Provincias Unidas en Sudamérica”, el 9 de Julio de 1816–, decisión política y jurídica en la que San Martín tuvo un papel insistente y relevante; las fuerzas libertadoras podrían cruzar los Andes no como un “grupo rebelde alzado en armas” sino como el ejército de una nación soberana que había roto vínculos con el monarca español Fernando VII.
La lucha que ya venía librándose desde 1810, y que cobró impulso a partir de la decisión del Congreso de Tucumán en 1816, era entre dos concepciones diametralmente opuestas: por un lado, la absolutista, que bregaba por mantener un mundo de súbditos obedientes y conformistas; por otro, la del poder limitado, que promovía la existencia de ciudadanos libres, formados en la cultura, las artes, las ciencias y la búsqueda del saber. La columna central del despotismo era la ignorancia y debía ser vencida por el Ejército Libertador y, luego, por los libros.
La hazaña se desarrolló en un contexto muy difícil. En Europa, vencido Napoleón Bonaparte, se había reimplantado el absolutismo en casi todo el continente. De los focos revolucionarios en Sudamérica, sólo el nuestro permanecía en pie. Fernando VII, restaurado en su trono, pretendía terminar con la “insurrección” y volver a sojuzgarnos por medio del yugo absolutista. El haberse animado San Martín, sus hombres y los pueblos de medio continente a continuar adelante con la lucha habla de su voluntad por mantener en vigencia “el grito sagrado” de la Libertad desde ese momento y para siempre.
El cruce, como queda dicho, formaba parte de un esquema libertador integral: el Plan Continental, que tenía los siguientes objetivos:
- Crear y organizar un Ejército en Cuyo y desplegar espías a lo largo de la Cordillera de los Andes con vistas a obtener información de inteligencia propia y confundir al enemigo realista (guerra de zapa). Esto ocurrió entre 1814 y 1817.
- Cruzar los Andes, liberar Chile y proclamar su independencia definitiva. Mientras tanto, Martín Miguel de Güemes y sus gauchos hostigarían a las fuerzas realistas en el que fue teatro de operaciones natural del Ejército del Norte: el Alto Perú. Esto ocurrió entre 1817 y 1818.
- En una operación anfibia, desembarcar en Perú con el objeto de ocupar Lima, liberar al país y declararlo independiente. Esto ocurrió entre 1818 y 1821
- La parte del Plan que no se pudo cumplir: el Ejército del Norte confluiría desde el Alto Perú, en maniobra de pinzas sobre Lima, en auxilio del Ejército Libertador comandando por San Martín. La razón: en 1820 imperaba la anarquía en las Provincias Unidas del Río de la Plata. Por lo tanto, no había ejércitos operativos que siguieran órdenes precisas para concurrir en auxilio del Ejército Libertador Unido Argentino-Chileno.
San Martín será designado comandante con rango de capitán general del Ejército de los Andes (luego, ya efectivizado el cruce e independizado el país hermano, Ejército Libertador Argentino-Chileno), el más importante del escalafón militar argentino”.
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