Un análisis estadístico muestra que el crecimiento de la esperanza de vida lleva estancado desde los años noventa y sugiere que se puede haber alcanzado el límite biológico
La persona que más tiempo ha vivido de la que se tenga constancia es Jeanne Calment. Esta mujer francesa murió en Arlés (Francia) con 122 años, en 1997, y desde entonces nadie ha batido su plusmarca. Como sucede con algunos records olímpicos, que parecen estar acercándose a los límites de la biología humana, es posible que en términos de longevidad no se pueda ir mucho más allá que Calment. Esa es la hipótesis que ha planteado un equipo de investigadores de la Escuela de Medicina Albert Einstein de Nueva York (EEUU).
Aunque algunos estudios en animales muestran que el tiempo máximo de vida de un individuo puede ser flexible gracias a intervenciones farmacológicas y genéticas, un análisis estadístico de la evolución de este límite en humanos indica que, al menos en las condiciones actuales, este no es el caso para nuestra especie. Según explican los autores en un artículo que se publica hoy en la revista Nature, la edad máxima de la muerte en Suecia, por ejemplo, se ha incrementado desde los 101 años en la década de 1860 hasta los 108 en la de 1990. Tomando una amplia colección de datos de todo el mundo, se observa que tanto allí como en otros países, ese máximo se ha estancado desde la década en que murió Jeanne Clement. Esto, interpretan, es una evidencia sólida de que “la longevidad máxima en los humanos es fija y está sujeta a limitaciones naturales”.
En otro artículo que se publica enNature, Jay Olshansky, investigador en la Universidad de Illinois en Chicago (EEUU), comenta que los últimos estudios indican que el límite a la vida humana no está marcado por un sistema de obsolescencia programada, fruto de la evolución, que nos hace morir a partir de cierta edad. “Lo que parece ser un límite natural es un efecto secundario indeseado de los programas genéticos fijados para actividades del inicio de la vida”, plantea. Como explica el autor principal del trabajo original, el investigador de la Escuela de Medicina Albert Einstein Jan Vijg, “muchos de los sistemas que han evolucionado para protegernos de amenazas externas, de daños provocados por el estrés, de fallos en procesos moleculares, a largo plazo producen los problemas que nos acaban matando”.
En su opinión, aunque en algunos modelos animales medidas como reducir el consumo de calorías han prolongado un 30% su vida, cree que esto no funcionará en humanos. “El problema es que cada especie desarrolla unos sistemas de protección adaptados a sus posibilidades de supervivencia en la naturaleza. Los ratones son muy frágiles y por eso tienen una esperanza de vida muy corta. Los humanos, sin embargo, en parte gracias a nuestro cerebro, incrementamos nuestras posibilidades de sobrevivir, y por eso nuestro sistema evolucionó para vivir más”, explica Vijg. “Pero los sistemas que nos permiten sobrevivir durante nuestro periodo de esperanza de vida no es uno, ni diez, pueden ser miles o decenas de miles. Cuando empiezan a fallar, el organismo se deteriora, y sería muy difícil crear un tratamiento que los reparase todos a la vez. Olvidar de tomar un solo fármaco de los miles necesarios para mantener en funcionamiento todos esos sistemas significaría la muerte”, concluye.
“Estos programas genéticos de crecimiento, desarrollo, maduración y reproducción son producto de 3.700 millones de historia de evolución”, indica Olshansky, que continúa: “No hay un límite fijado a partir del cual los humanos no pueden vivir, pero hay, no obstante, límites a la duración de la vida impuestos por otros rasgos genéticos de nuestra historia vital”. Un ejemplo similar sería la velocidad a la que podemos correr. No hay ningún programa genético que la limite, pero hay constricciones biomecánicas impuestas por un cuerpo que es fruto de una historia evolutiva concreta.
Algunos investigadores, no obstante, plantean que el trabajo de Vijg es un buen análisis estadístico, pero no va más allá, no puede predecir qué sucederá en el futuro. Es el caso de Timothy Cash, investigador del Grupo de Supresión Tumoral del Centro Nacional de Investigaciones oncológicas (CNIO). En su opinión, para ver las posibilidades de tratamientos en humanos con restricción calórica o rapamicina, que han funcionado en modelos animales, será necesario esperar a que se realicen estudios que tomarán mucho tiempo. Para Cash, el estancamiento en el crecimiento de la esperanza de vida humana puede ser algo temporal y el récord de Calment algo que se supere en el futuro gracias a la ciencia.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/10/05/ciencia/1475684245_298031.html
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