Con la victoria 1-0 sobre Uruguay, la selección afirmó su marcha y se trepó a la cima de la tabla de posiciones con un ejercicio que ofreció más convicción que buen fútbol
MENDOZA.- Este grupo de jugadores no sabe de títulos con la selección, pero vaya si estarán entrenados en la adversidad. Tanta angustia se revela en estos momentos como un valor. El cambio del entrenador, los altibajos en los rendimientos, las sospechas agazapadas, el desencanto, las críticas feroces. todo parece haberles endurecido la piel. Viven en peligro cuando juegan por su país, y desde ese sentimiento de supervivencia inauguraron otra ilusión. Para ellos, la enésima. La victoria en el clásico, apretada y descolorida, encerró un mensaje tan valioso como los puntos: no están dispuestos a rendirse aún.
La Argentina asumió la iniciativa y con comodidad capturó el control del partido. Uruguay nunca se lo disputó. Sin espacios, el equipo de Bauza entendió que la paciencia debía ser su mejor aliado. Entonces, empezó a desplazar la pelota con sucesivas asociaciones. Pero demasiado centralizado en su búsqueda, sin ensanchar la cancha lo suficiente como para quitar a los visitantes de la trinchera. Si en la administración de la pelota se mide el sentido colectivo de un equipo, la Argentina se abrazó a la prolijidad. Pero le costaba conseguir que la siguiente estación fuese la sorpresa.
Uruguay, pesado, experto en forcejeos, se abrazó a una partitura precaria y apenas se prodigó en los pases kilométricos. Cuidar el empate parecía su única obsesión. Rompió la monotonía Dybala después de la media hora con un remate que devolvió la base del poste izquierdo y estuvo a centímetros de transformarse en gol en una rara carambola con la espalda de Muslera.
La jugada siempre se despeja detrás de una gambeta. O de un enganche que desorienta a varios rivales. Lo hizo Messi y encontró el hueco para perfilar el disparo., después, una de las tantas piernas que opuso Uruguay -Giménez- se encargó de completar la acción para desviar la pelota y traicionar al arquero Muslera. Otro clásico debía abrirse porque la propuesta de Tabárez ya no podría recostarse tan sólo en resistir, pero la expulsión de Dybala abrió incógnitas que se fueron al entretiempo con el delantero de Juventus escondido detrás de un mar de lágrimas.
El clásico se volvió más ordinario porque la Argentina buscó no desbalancearse pese a la inferioridad numérica, y Uruguay siguió renegando del protagonismo. Messi se mostró como un refugio confiable para la pelota y también se reservó algunas pinceladas de fantasía. El compromiso colectivo para desdoblarse dejó en evidencia que el mensaje de Bauza fue escuchado: ninguno se ahorró esfuerzos para retroceder y por pasajes dejar únicamente a Messi suelto. La Argentina se defendió con rabia y atacó esporádicamente, pero ni aun así el primer cambio fue defensivo: Alario por Pratto, debutante por debutante, aunque con marcadas obligaciones de achicar espacios y asociarse a Zabaleta en la banda. Uruguay no consiguió ponerse de cara a Romero ni una vez.
Aunque las eliminatorias todavía no alcanzan ni la mitad de su recorrido, la Argentina afirma su marcha con puntos, ya que anoche sumó su cuarta victoria consecutiva para trepar hasta la cima. El estreno del ciclo de Bauza llegó con la recompensa que más obsesiona al entrenador: ganar. Los recorridos tendrán que mejorarse cuando tenga más que dos prácticas.
Varios históricos se pusieron a disposición de un equipo nuevo. Con demasiadas intrigas futbolísticas aún por despejar, pero con la piel dura de los sobrevivientes. Esta victoria fue más un ejercicio de convicción que de buen fútbol. Pero la fe no necesita de razones, y este plantel cree que algo bueno todavía le puede ocurrir.
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