RÍO DE JANEIRO – «¡Argentina, Argentina, Argentina!». La noche de Río no tenía límites: 400 argentinos en la Casa Argentina celebrando la llegada de la medallista de oro argentina. La argentinidad al palo, claramente. Y eso que Paula Pareto, la heroína del día en Río, se hizo esperar. Y en esa espera de dos horas cayeron todos: el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, el del argentino, Gerardo Werthein, el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta. Y la madre de Pareto, claro. Y su padre. Mientras esperaba, el star-system del olimpismo argentino se entretuvo un rato con Bach, que dio un discurso por momentos inaudible en el que dejó claro que tiene incluso más entusiasmo que Werthein por ver una Buenos Aires olímpica. «Yo sé que ustedes tienen sueños, y que no se contentan con el primer escalón», dijo en referencia a lo Juegos juveniles de 2018. Mientras, una docena de miembros del COI seguía esperando a Pareto, que era como Godot: llegó a pensarse que nunca aparecería.
No era su culpa, claro. Un compromiso con un canal deportivo la había casi deglutido en el IBC, el edificio que concentra a las cadenas de televisión. Consecuencia de un día soñado, porque la Argentina desembarcó en Río 2016 con un cálculo prudente de medallas y poco después de las cinco de la tarde del primer día se encontró con lo impensable: cualquier consulta al medallero olímpico la situaba primera, por encima de Bélgica y Estados Unidos.
Anecdótico, claro, eran las ventajas del orden alfabético y de unos Juegos que, casi sin haber comenzado, ya le quitaban muchísima presión a la delegación y al Comité Olímpico Argentino (COA). Por cuartos Juegos consecutivos, la Argentina cerrará el medallero con al menos un oro.
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