Física e intelectualmente imponente, con su larga barba blanca y su bastón curvado (un trozo de madera que encontró durante sus paseos por Long Island con inscripciones en inglés y en islandés), Daniel Dennett tiene aires de profeta. Navegante, agricultor aficionado en su chacra de Maine (cuando necesitaba alejarse de problemas que se le resistían para volver a abordarlos desde otro punto de vista), este filósofo amigable y de risa fácil es una especie de rara avis tan atraído por la experimentación como por la reflexión. Ferviente seguidor de Darwin (sus oponentes lo tildan de «ultradarwinista»), fan de Borges y prolífico escritor para el gran público, sus estudios sobre el fenómeno de la conciencia, la naturaleza de la mente y la transformación de materia biológica en pensamiento le ganaron un homenaje durante la 20° Reunión de la Sociedad para el Estudio Científico de la Conciencia, que se realizó la semana última en Buenos Aires.
Daniel Dennett. Foto: Soledad Aznarez
-Doctor Dennett, ¿qué lo llevó a este tema?
-A los 17 años leí las Meditaciones, de Descartes. Me pareció fascinante y equivocado. Pensé: «Voy a ver si puedo mostrar los errores, no debería llevarme más que algunas semanas». [Ríe.] Y cincuenta años después sigo trabajando en esto.
-Tradicionalmente, filósofos y científicos no parecían poder trabajar juntos. ¿Cree que eso está cambiando?
-Oh sí… La razón de que no lo hicieran es precisamente la tradición. Si uno se remonta a la edad dorada de la filosofía y la ciencia, el siglo XVII, los filósofos eran los científicos. Descartes era un científico, Leibniz era un científico, Spinoza no lo era, pero fabricaba lentes. Los filósofos de esa época estaban íntimamente involucrados con la ciencia de su tiempo. Después, en el siglo XIX, nos alejamos, y los científicos pensaron que podían independizarse de la filosofía. Pero, como me gusta decir: no hay ciencia sin filosofía, sólo hay ciencia hecha con filosofía que no fue analizada. Algunos científicos pueden arreglárselas muy bien, pero otros cometen grandes errores, porque no piensan sobre los presupuestos que están utilizando. Eso es especialmente cierto en psicología y neurociencias.
-Bueno, algunos sí, pero creo que están equivocados. Yo pasé toda mi carrera argumentando que si uno va a hacer filosofía de la mente, la conciencia, el pensamiento, las creencias, el libre albedrío, hay que empezar por conocer la ciencia relevante. El filósofo «de sillón» que confía en las intuiciones está atrasado 100 años, porque muchas de esas intuiciones son ciencia obsoleta.
-No hace tanto, muchos científicos pensaban que nunca se iba a poder explicar la conciencia. ¿Qué se modificó?
-Era una opinión muy tentadora, muy amable. Había tanta ignorancia sobre cómo funciona el cerebro, que resultaba consolador pensar que nunca habría una teoría apropiada. Hoy estamos progresando muy rápido. Sólo en los últimos diez años hubo enormes avances. Todavía hay controversias. Representantes de ambos bandos están en este meeting. No nos vamos a convencer, pero… Convenceremos a nuestros respectivos alumnos. Por lo menos, yo espero convencer a los estudiantes de ellos. [Se ríe.]
-Es cierto que hoy medimos numerosas señales de la actividad cerebral. Pero, ¿sabemos qué quieren decir? ¿Entendemos la fenomenología de la conciencia?
-Hay dos investigaciones muy distintas: una sobre la fenomenología [las manifestaciones], como usted la llama, y otra sobre la maquinaria. Y lo que sabemos es que cada detalle de la fenomenología depende de detalles de la maquinaria. A medida que decodificamos cómo funciona la máquina, averiguamos claves sobre la fenomenología, y ya estamos en el punto en el que por nuestro conocimiento de cómo el cerebro hace varias cosas podemos crear nuevas ilusiones visuales, ilusiones cognitivas nunca antes vistas. Podemos crearlas y confiar en que van a funcionar porque sabemos cómo funciona el backstage. Cuando digo backstage, me resigno a la peor metáfora, el «teatro de la conciencia». No existe tal cosa, el teatro cartesiano es una imagen perennemente atractiva, incluso irresistible, pero una de las cosas que hay que superar para trabajar en esta área es que no hay tal teatro cartesiano.
-Dicho en otros términos, nuestros comportamientos emergen lisa y llanamente de la biología…
-Así es, pero tenemos que ser cuidadosos con lo que queremos decir por «biología». Mi próximo libro es sobre la evolución cultural; eso también es biología, no sólo los genes. Por ejemplo, en inglés, cuando una mujer adopta chicos, se habla de la madre «adoptiva» y la «biológica». Pero una madre adoptiva es tan biológica como una madre genética. La cultura también es biología.
-Una gran cantidad de estudios indica que nuestras experiencias tempranas pueden alterar el «cableado» de los circuitos cerebrales y que la mayor parte de nuestra vida mental es inconsciente. ¿Queda lugar para el libre albedrío?
-La idea tradicional, que separa el libre albedrío de la causalidad, es completamente incoherente. No, no tenemos libre albedrío en ese sentido, pero tampoco lo necesitamos. El tipo de libre albedrío que necesitamos para ser moralmente responsables es compatible con la materialidad del cerebro, con el determinismo. Ahora, muchas veces hacemos cosas que no teníamos intención de hacer, tal vez nos obligaron a hacerlas o padecemos una enfermedad del cerebro. ¡Entonces no somos responsables! No consideramos responsables a los niños. No somos perfectos, pero sí lo suficientemente buenos como para firmar un contrato, para hacer una promesa en la que debería confiarse.
-¿Cuáles son los efectos legales de esta visión del libre albedrío?
-Las consecuencias son muchas y es tiempo de que empecemos a trabajar en ellas. Siempre estoy discutiendo con mis colegas que piensan que el libre albedrío exige indeterminismo. Yo quiero hacer una distinción entre el tirador de Orlando y una persona que engaña a una viejita y le roba su herencia, o un cibercriminal. Creo que podemos establecer esas diferencias muy bien, y ya tenemos leyes para juzgar todo eso. Siempre habrá casos fronterizos. Bernie Madoff es uno. No es un hombre violento, pero sin duda es un sociópata. Hay psicópatas entre los CEOs de corporaciones internacionales, y entre los abogados, los médicos, los políticos…
-¿Cuál es el rol del lenguaje en la conciencia?
-Buena pregunta. Soy conocido por haberle dado al lenguaje un papel importante en la conciencia humana. Y lo mantengo. Creo que la conciencia humana no es sólo hablar con uno mismo y, sí, hay gente que no puede hablar consigo misma, pero tiene una forma de conciencia humana. Sin embargo, su conciencia está empobrecida en órdenes de magnitud comparada con la nuestra. Los chimpancés, los perros o los delfines están despiertos, tienen emociones y sentimientos, pero no tienen una vida mental. Desde el punto de vista evolutivo, tener una vida mental es caro. Y el equipo que necesitamos para nuestro tipo de conciencia es el más caro en términos de diseño, mantenimiento y consumo de energía. En mi próximo libro me refiero a lo que llamo «aptitud sin comprensión». Analizo el caso de animales que tienen comportamientos muy astutos y cómo tenemos tendencia a asumir que entienden lo que están haciendo. No… No necesitan. Cuando el pichón rompe el huevo y empuja a los otros fuera del nido para no competir por la comida de sus padres, no sabe lo que está haciendo. Nosotros somos los «entendedores», la única especie que tiene que entender lo que está haciendo. Muchas instituciones humanas fueron brillantemente diseñadas, sin necesidad de que hubiera un arquitecto, ningún sacerdote, o político o rey al que se le ocurrió que ésa era la manera de organizarnos. Son productos de la evolución cultural, de la misma manera en que el ala del pájaro es producto de la evolución genética. Se prueban muchas cosas, las que tienen éxito se mantienen y las que no, se descartan. Hay una fantástica cita de un filósofo francés llamado Alain sobre los barcos de pescadores en Bretaña. Él dice que allí los fabricantes de barcos los copian de los que hicieron los padres y abuelos. Envían los barcos al mar y copian los que vuelven. Así funciona la selección natural. No necesitás entender qué hace que un bote sea bueno: si vuelve, copialo.
-Algunas de nuestras costumbres no son tan buenas y, sin embargo, las replicamos….
-¡Lo mismo sucede en la evolución! Tenemos muchas instituciones, costumbres, hábitos, tradiciones, que sobreviven a su utilidad. Pueden haber sido útiles en algún punto, y algunos ítems culturales están excelentemente diseñados para beneficiarse… a sí mismos. Son parásitos culturales que viven de nosotros, no nos hacen ningún bien y sólo son buenos para hacer más copias de sí mismos. Como las ratas y las cucarachas: son especies culturales «sinantrópicas»: evolucionan para vivir en compañía de los seres humanos, pero no están domesticadas.
-¿Piensa que en el futuro habrá prótesis para potenciar la conciencia?
-¡Pero si ya hay muchas! Ahora usted está usando una: el grabador. La computadora. El papel y el lápiz. Empecemos por papel y lápiz. Es un brillante dispositivo para descargar la memoria y hacer más grande su espacio de trabajo. ¿Alguna vez jugó al scrabble? ¿Le gustaría hacerlo sin las pequeñas fichas con letras? Podría, pero no lo aconsejo. Eso es un dispositivo prostético para facilitar la manipulación, para aliviar su mente. Estamos rodeados de herramientas para pensar y de hecho esa es una de las principales cosas que distingue a nuestro cerebro de los de otras criaturas. Que tenemos tantas herramientas para pensar.
-Si tuviera que dar una respuesta breve, ¿cómo definiría la conciencia?
-Ja. Eso es como preguntarle a un biólogo qué es la vida. O preguntarle a un físico qué es la realidad. Las definiciones cortas tal vez sean buenas para concursos publicitarios, pero fuera de eso no son muy valiosas. Creo que la debilidad de un filósofo es pasar tanto tiempo definiendo las palabras que no le queda tiempo para hacer investigación. Una vez que tengamos una buena idea de qué son los fenómenos, podremos volver atrás y encontrar una buena definición. Hoy tenemos una buena definición de la vida en tres términos: si tiene captura de energía (metabolismo), reproducción y autorreparación, tiene vida. Pero nadie podría haber llegado a esa definición hace un par de siglos.
-¿Tal vez en otro par de siglos seremos capaces de definir la conciencia?
-Sí, y cuando lo hagamos, yo predigo que no tendrá nada de vitalismo. En la definición de la vida no hay ningún ingrediente mágico, son elementos de todos los días, proteínas y moléculas de ADN. No hay élan vital. Y lo mismo pasará con la conciencia.
-¿No tenemos una personita adentro de la cabeza dirigiendo nuestras acciones?
-No, por eso nuestra definición tal vez decepcione. Para mucha gente la conciencia es una suerte de magia. Es como la magia del escenario. Y de la misma forma en que nos desilusionamos si nos damos cuenta de cómo un mago hace sus trucos, tenemos que prepararnos para la decepción.
Bio
Profesión: filósofo
Edad: 74 años
Dirige el Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts. Es autor de numerosos libros para el público general, como Contenido y conciencia, El ojo de la mente (con Douglas Hoftstadter), Dulces sueños: Obstáculos filosóficos para una ciencia de la conciencia y La evolución de la libertad, entre otros.
Fuente:http://www.lanacion.com.ar/1910497-daniel-dennett-estamos-rodeados-de-herramientas-para-pensar-eso-es-lo-que-distingue-el-cerebro-humano
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