Cuando leí el libro de Joseph Fadelle El precio a pagar; Mi prisión y mi huida de Irak después de mi conversión al Cristianismo[1] tuve un fuerte impresión al enterarme de los padecimientos de un converso al que le lleva más de 12 años ser aceptado por el cristianismo debido a que los cristianos se ven obligados en los países de medio oriente a aceptar la charia (o sharia) que es la Ley Islámica basada en el Corán y la Sunna.
Me vino a la memoria alguna anécdota oída de labios de una religiosa misionera en aquellos países que comentaba que en su colegio todos los alumnos y docentes eran musulmanes y que ellas no podían hacer nada al respecto porque la ley impide y castiga cualquier forma de proselitismo. Recuerdo que en esa ocasión una alumna de secundario le preguntó a la religiosa si tenía entonces algún sentido estar en ese colegio a lo que la hermana respondió que su principal actividad misionera se desarrollaba con los jóvenes que procedentes del África subsahariana venían a estudiar carreras universitarias a la ciudad. Con ellos si podían misionar y para tal cosa empleaban la infraestructura del colegio.
En el libro de Joseph Fadelle (Mohamed, hijo de Fadel-Alí al-Musavi), el autor relata cómo luego de su conversión y al regresar a su ciudad de Bagdad empieza a frecuentar los barrios cristianos y las Iglesias católicas para solicitar el bautismo. Pero, para su decepción, sólo encuentra el rechazo: “la mayor parte de las veces me encuentro las puertas cerradas, o para ser exactos, me ponen de patitas en la calle”. En uno de los tantos intentos, relata:
“Hasta que un buen día… dejo estallar mi cólera en la cara de un pobre sacerdote que, como todos los anteriores, me acababa de despachar sin contemplaciones. –¡En el nombre de Cristo, no se atreva usted a echarme!”. A lo que el sacerdote le responde: “–Tenemos órdenes… de negar la entrada a nuestras iglesias a los musulmanes”.
Una verdadera y dolorosa peregrinación de muchos años vivirá Joseph intentando reiteradamente ser aceptado en alguna comunidad cristiana. En un momento, cinco años después de su conversión logra que se le conceda una largamente anhelada entrevista con el auxiliar del patriarca, monseñor Ignace Chouhha. Al explicarle su situación y solicitar el bautismo: “el prelado rojo de ira,… se precipita sobre mí aullando: –¡Largo de aquí! Y me empuja sin miramientos hacia la salida… Lo más duro de aceptar es que una reacción así provenga del clero, de una de sus máximas autoridades, cuando mi deseo más ferviente es formar parte de esa misma comunidad de fieles que es la Iglesia”.
Finalmente, luego de tantos esfuerzos, consigue, al fin, ser recibido en una comunidad. A partir de entonces asistirá a la Santa Misa dominical. Se sucede la conversión de su esposa y el acercamiento de ambos a un convento donde solicitarán el bautismo. Pero les será impuesto un tiempo de preparación. Para ese entonces corría el año 1997, ¡han trascurrido 10 años desde la conversión de Mohamed!
La familia de Joseph descubrirá entonces su conversión al cristianismo por lo que se iniciará una nueva odisea familiar que les impone la huida de Irak hacia Jordania y posteriormente de Jordania a Francia. Es en la última huida dentro de Jordania desde Kerak hacia una ciudad al norte Zarka cuando Joseph llega a esta conclusión:
“Ya me he convencido de que tenemos que exiliarnos de nuevo. A los cristianos conversos como nosotros no nos será posible vivir ni aquí ni en Irak mientras los gobiernos de ambos países reconozcan la ley islámica, la charia, como única fuente de derecho, y mientras no autoricen la libertad fundamental de poder cambiar de religión y abandonar el islam”.
Hasta aquí un testimonio de los sufrimientos de un cristiano en los países de medio oriente. ¿Y qué pasa en el occidente, otrora cristiano? ¿Es posible ver algo similar?
En apariencia y luego de una mirada superficial nos inclinamos a decir que “felizmente en occidente esto no sucede”, aquí reina la libertad, la tolerancia de cultos de modo que cada quien es dueño de practicar su religión según su conciencia… pero… Cuando empezamos a fijarnos con más detalle… Nos encontramos que la Ley que impera en occidente es sin dudas la Ley del mundo. Ley que sistemáticamente contradice los principios de la fe cristiana bajo la apariencia de una libertad que relativiza todo y que se impone como dictadura del pensamiento único o lo políticamente correcto. Entonces sucede que nos encontramos, los cristianos, embretados en tener que aceptar estos principios, sin coraje para discutirlos o al menos plantear nuestras dudas sobre su validez y certeza. La jerarquía en occidente, con honrosísimas excepciones, ha aceptado y es cómplice de la Ley del mundo y se esfuerza por imponerla dentro de la Iglesia. No es la Ley de Cristo, ni la Ley del Evangelio, sino la Ley del mundo la que debe ser acatada por los cristianos.
De allí que en occidente y para la jerarquía cómplice del mundo el problema no sea el pecado y el abandono de la fe sino el cambio climático, la democracia, el narcotráfico, la pobreza, el lugar de la mujer; cuando no, la homofobia, la libertad. La caridad ha sido sustituida por la solidaridad, la fe en Dios por la confianza en el hombre, la Iglesia de Cristo por la creencia en algo superior. Los mandamientos ya no son sino sugerencias de Dios al hombre que podrán ser cumplidos o no según cada caso. La familia cristiana ya no es la inspirada en la Sagrada Familia, el modelo a seguir para los creyentes, sino sólo un ideal inalcanzable al cual podemos o no ajustarnos gradualmente, si queremos.
Eso sí, para quienes imponen la Ley del mundo a su grey: la obediencia a la Ley de Dios puede ser pasada por alto; pero la obedienciaciega a los sucesores de los apóstoles es condición sine qua non para entrar al cielo. Han reemplazado la Ley de Dios por la Ley del poder mundano y así también, pues, en muchos sitios del occidente otrora cristiano nos encontramos rechazados, abatidos, empujados fuera.
Esta es la encrucijada en que nos hallamos los cristianos del mundo actual. Esta Ley del mundo impuesta en el seno de la Iglesia no es ni más ni menos que el producto, parafraseando a Castellani, de los grandes teólogos de la desesperación. Han leído el Sermón de la Montaña pero… “dicen que es sublime, hechicero y encantador. Dicen que hoy ya no se cumple, que nunca se ha cumplido, que no se puede cumplir. ¡Qué lástima! La humanidad sería tan hermosa si se pudiera cumplir…”[2], escribe con sorna Castellani.
Es así, estos teólogos de la desesperación han sustituido la Ley de Dios por las Leyes de los hombres, llámese la charia o la ley del mundo, porque desesperan de las promesas del Sermón de la Montaña.
Oigamos este diálogo entre el cristiano y el desesperado:
“–El Sermón Montano no se puede cumplir.
–Usted no sabe si se puede cumplir o no, porque no lo ha probado. Muchos lo han probado y saben más que Usted en la materia.
–El Sermón Montano nunca se ha cumplido en el mundo.
–El Sermón Montano se ha cumplido por una minoría desde que Cristo habló hasta hoy: y esa minoría, actuando a manera de levadura, levantó la Moral de Occidente, y en consecuencia su prosperidad y su felicidad, a un nivel que hubiese asombrado a los moralistas paganos.
–Por lo menos, ahora no se cumple más el Sermón Montano: éche Usted una mirada a la Humanidad de hoy; el que quisiera seguir a la letra a Cristo sería hecho trizas o tenido por loco… la lucha por la vida… no hay más remedio.
–Confieso que hoy los que siguen perfectamente a Cristo son pocos; la ‘multitud’ ha apostatado, con los halagüeños resultados que Usted dice; pero hasta que se acabe el mundo habrá algunos o al menos Uno que obedezca a Cristo, el cual dará testimonio de la Ley contra ellos. Y la Ley durará siempre, y será restaurada, sancionada y vindicada un día, aunque sea con la mayor violencia –y ¡ay de aquél que en ese día sea hallado fuera de ella!– cuando sean sacudidos los basamentos de la tierra, se derrumbe todo lo edificado sobre la mentira, y vuelva en gloria y majestad el Legislador a hacer nuevos cielos y nueva tierra… Porque los cielos y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán”[3].
Mientras llega ese anhelado día, los cristianos que intentemos ser fieles vivamos en la esperanza, en la esperanza de ser pescados, recogidos por Cristo cuando lance sus redes como en la pesca milagrosa: “¡Dichoso pues el que sea pescado de esa suerte y sea sacado de las tinieblas a la luz; y de animal salvaje se convierta en manjar sabroso, asado por el fuego de la tribulación, aderezado con la miel de la gracia divina, digno de la Mesa de Dios!”[4]. Foto Ilustrativa Pirámide Informativa
[1] Fadelle, Joseph, El precio a pagar; Mi prisión y mi huida de Irak después de mi conversión al Cristianismo, Madrid, Rialp, 2014.
[2] Castellani, Leonardo. El Evangelio de Jesucristo, Buenos Aires, Theoria, 1963, p. 250.
[3] Ibidem, p. 254-255.
[4] Ibidem, p. 248.
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