En algunas facultades la disección de cadáveres ya fue reemplazada por aplicaciones 3D y técnicas como el body painting. La simulación y el entrenamiento continuo son la base de estas transformaciones.
La disección del cadáver ya no es un rito de pasaje para una nueva generación de médicos que salen con el título bajo el brazo de facultades y escuelas de medicina que poco tienen de convencionales. Clases de anatomía con body painting, experimentos secos gracias al uso de simuladores y aplicaciones de avanzada, pacientes virtuales capaces de recrear casos reales, actores que interpretan enfermedades, aulas ambientadas como salas y quirófanos que los invitan a entrenarse desde los primeros años de la carrera: solo algunos de los recursos innovadores que buscan adaptar los programas de formación de los profesionales de la salud para atender las nuevas necesidades y demandas de población, entre ellas la de mejorar la seguridad del paciente.
“¿Qué es lo relevante? Eso es lo que cuestiona nuestro modelo”, sostiene el médico mexicano Francisco Gutierrez, quien desde 2008 se desempeña en Estados Unidos como vicepresidente del departamento de Medicina y Ciencias de la Salud de Laureate Education, una red internacional de 80 universidades establecidas en 28 países (incluidos Brasil, Chile y Perú), que pone especial énfasis en aplicar sistemas innovadores de educación. Responsable de la dirección estratégica de los programas que se dictan en las diversas facultades y escuelas repartidas por el mundo, considera que la educación tradicional debe ser repensada y sometida a profundos cambios.
“Tenemos que identificar cuáles son las competencias del médico en general y focalizarnos en eso. ¿De qué sirve la materia Historia de Panamá en los currículas del estudiante de medicina de ese país? Necesitamos programas basados en competencias, no llenar de cosas que no sirven”, afirma en el marco del Seminario para Ejecutivos Latinoamericanos Gestión de Salud en el Siglo XXI dictado en la Escuela de Salud Pública de Harvard (Boston, Estados Unidos), al que asistió Clarín. Entre otras herramientas necesarias para la transformación habla de promover la interprofesionalidad (“tenemos que trabajar en equipo: un veterinario, un antropólogo, un psicólogo, un nutricionista”, establecer mecanismos conjuntos con las instituciones (“los sistemas de salud y educación deben trabajar y hacer políticas a la par”), promover la cultura del aprendizaje continuo y la enseñanza clínica desde el inicio.
Y en lugar de condenarla, explotar el poder de la tecnología, profundamente vinculada a la vida cotidiana de los aspirantes a profesionales de la salud. Gutierrez cuestiona: “¿Por qué tienen que disecar un animal en facultad? Si el resto de su vida verán el cuerpo humano a través de imágenes. Tenemos aplicaciones que permiten la disección virtual, hacer los exámenes, colocar el corte tomográfico, el corte radiográfico, el corte anatómico. Lo que quieran hacer con el cuerpo en la computadora. La fisiología también: ver la respiración pulmonar, que de otra manera requeriría de abrir animales enfrente de todos para que aprendan. Experimentos completamente innecesarios cuando tenemos software que nos puede enseñar la cuestión respiratoria. Y todo en laboratorios secos, sin las complejidades de disecar una rana”.
Lo importante, resalta, es el objetivo de aprendizaje. “Las escuelas siguen usando cadáveres para enseñar los 18 huesos del fémur. En el examen, el alumno debe mostrar cuáles son las estructuras relevantes, no los 18 agujeros. Me tiene que demostrar cuáles son los músculos que van a favorecer un embarazo saludable, o que más se lesionan en un atleta, o dónde ocurre una distensión de músculos en un tenista, por ejemplo. Tiene que poder mostrar cómo se ve en una tomografía. En la formación tradicional la tomografía la ven recién cuando hacen la práctica clínica. ¿Pero por qué no enseñárselo de una vez? Va a ser así como vea el cuerpo el resto de sus vidas. En la imagen. Generalmente no lo va a ver de otra forma”.
Pero los estudiantes no sólo experimentan en la pantalla a través de realistas e interactivas visualizaciones 3D. El cuerpo humano también es objeto de estudio. Pero vivo. Son incorporadas a la enseñanza técnicas como body painting, en la que un artista dibuja y pinta los músculos sobre un modelo de carne y hueso; o body projection, en la que se proyectan los músculos u órganos humanos sobre un voluntario. “Todos los alumnos pueden ver, poner en movimiento, tocar, entender las relaciones. El profesor está ahí, explicando. Tiene una cámara para agrandar la imagen y hacer observaciones específicas. El conocimiento es muy significativo porque impacta, se interioriza con prácticas de este tipo”, asegura Gutierrez. La resistencia existe, sí. “Es difícil cambiar a un profesor que lleva 20 años enseñando de la manera tradicional. Pero cuando convencés a ese docente o a ese decano es el mejor de todos, porque aplica su experiencia e innova. Es mucho más un trabajo de cambio cultural que de tecnología”.
La típica clase magistral no tiene lugar dentro de estas aulas. El formato es el de clase invertida, en la que el alumno estudia en la casa y aplica esa teoría en la facultad. “No los siento a escuchar sobre temas de los que disponen de vasta bibliografía escrita por eminencias. Les pongo un caso, discutimos y hacemos una enseñanza activa”. Todo ocurre dentro de una ecología inmersiva de aprendizaje (inspirada en el proyecto SMILE, de la Universidad de Stanford), en la que el alumno debe sentirse como si estuviera dentro de un consultorio, un quirófano o atendiendo una emergencia en la vía pública.
“El entrenamiento por simulación clínica no implica sólo el uso de maniquíes. Significa cambiar la metodología y la filosofía y llevar la educación clínica a los simuladores. El simulador permite que el alumno esté ahí hasta que demuestre que sabe y con casos controlados y demostrados. Prácticamente es igual que la educación clínica y en muchos casos es mejor, porque tengo un control. Puedo cometer errores y se me puede morir el paciente y no pasa nada”, explica Gutierrez. En la base del sistema está el triángulo de Miller: sabe-sabe cómo-muestra cómo-hace.
Pero, ¿cómo se hace para que el estudiante habituado a tratar con robots aprenda la importancia de ser empático con el paciente? “Reconociendo que hay que enseñarlo. Entender la importancia del sufrimiento de una persona, de la ansiedad de una familia, lo que pasa después de una muerte, sabemos que son competencias que deben aprender y deben estar en el currículum. La comunicación es un aspecto transversal. Primero con el contacto clínico directo desde los primeros semestres, yendo a clínicas, haciendo algunas visitas a grupos de pacientes y familias. Muchas veces los profesores no son médicos, son otro tipo de profesionales (psicólogos, sociólogos) que explican la situación. Y la otra es el paciente estandarizado, que te permite evaluar las habilidades blandas (aunque ese término no me gusta): si el estudiante no hizo contacto visual, no fue cortés, no demostró empatía. Todo lo actitudinal se puede medir. Paciente estandarizado y un poco de contacto real, que siempre hay que tener, desde el principio.”
El del paciente estandarizado es un tipo de simulación muy utilizada en Estados Unidos. Se trata del encuentro entre un alumno y un actor entrenado para simular cualquier enfermedad. El docente evalúa una serie de competencias referidas a cómo lo atendió, si hizo el interrogatorio adecuado, si evaluó bien los síntomas, si realizó un diagnóstico correcto. La situación es grabada para que el estudiante pueda ver qué le faltó saber, qué pudo haber hecho mejor. También pueden llegar a cursar y que los sorprenda un simulacro de crisis. En ese caso los alumnos de farmacia, nutrición, medicina, psicología y de las diferentes especialidades salen a jugar sus roles, toman decisiones y empiezan a internalizar la importancia del trabajo en equipo. “Ese es un alumno que llega al hospital con otra mentalidad, con un grado de confianza y seguridad que le da el saber que ya pasó por eso”.
En la tarde del 15 de enero de 2009 un avión de US Airways despegó del aeropuerto neoyorquino de LaGuardia con destino a Carolina del Norte. Tan solo unos pocos minutos bastaron para que el piloto estremeciera a los 150 pasajeros al informales que debían prepararse para un impacto inminente. En medio del pánico y las plegarias, la aeronave acuatizó en el helado río Hudson. Todos los que viajaban en el Airbus 320 sobrevivieron y pudieron contarla.
“La respuesta más interesante sobre las causas del éxito en el salvataje la dio la jefa de cabina. Ella dijo que ya habían hecho eso muchas veces. Ya habían sacado a los pasajeros por esa puerta, atravesado situaciones de emergencia. Todo a través del uso de simuladores”, relata Gutierrez. Y se pregunta: “¿No debería aprender algunas cosas una industria tan insegura como la salud de una industria tan segura como la aviación? Ellos han avanzado muchísimo en el campo de la simulación, el uso de la tecnología, las situaciones de control, el entrenamiento continuo.Tenemos que aprender más de eso para dejar de aterrizar fuera de la pista”.
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