“El gobierno no es la solución, el gobierno es el problema”
«La visión del Gobierno sobre la economía se podría resumir en unas pocas frases cortas: si se mueve, póngale impuestos; si se sigue moviendo, regúlalo. Y si deja de moverse, subsídialo»
Ronald Reagan
Según el mito, Casandra era una bella joven, y Apolo quedó prendado de su belleza, entonces para cortejarla fue hasta ella y le ofreció el don de la profecía, pero con la condición de que ella se entregara a él. Casandra aceptó encantada el don que Apolo le ofrecía pero se negó a entregarse. Entonces Apolo, preso de la ira, le escupió en la boca, y desde aquel momento ella, aunque conservó el don de la profecía, perdió toda credibilidad. Por lo tanto, desde aquel entonces, Casandra se cansaba de profetizar cosa tras cosa (de hecho previó la guerra de Troya), pero nadie le creía, y así sería por siempre.
Ahora bien, Casandra en Argentina es el mercado; nadie le cree nada, aunque grite la verdad. Desde los nefastos legados de Yrigoyen y Perón, nos persigue el estigma del estatismo, y aunque a todas luces es una falacia, nadie piensa que alguien que no sea el estado puede solucionar algo. Por supuesto el estado y su gobierno no pueden, pero no importa, cargamos esa cruz que nos mantiene estatizados hasta los dientes, craso error. Y el mercado se cansa de profetizar cataclismos, como Casandra, pero nadie lo escucha, entonces el cataclismo llega, obvio.
Hace unas semanas me puse a mirar el prestigioso informe de competitividad que realiza anualmente el Foro Económico Mundial, que evalúa a 140 países del mundo con respecto a una serie de factores que los hacen competitivos, es decir prósperos, como por ejemplo infraestructura, educación y ambiente macroeconómico, son doce en total. Argentina ocupa el puesto 106 de 140, pero esa es la mejor de las noticias. El factor número 1 es calidad institucional, base indiscutible del progreso, pilar primero; ocupamos el puesto 135 de 140 (Y hay peores como “eficiencia del sector laboral”, donde Argentina -139- pelea el último lugar con Irán y Venezuela). Dada la situación me pregunto si tiene fundamento seguir pensando que este vergonzoso nivel de institucionalidad pública puede solucionar un problema. Naturalmente no, sólo puede crearlos. Y funciona a toda máquina.
Creo, en mi humilde opinión, que arrastramos un ancla, la tenemos atada al tobillo, y hay que desatarla. El estado es enorme, gigante, sufre de elefantismo. Se cree (porque no hay un solo dato preciso), que es aproximadamente entre un 45 y un 50 por ciento de la economía total, descomunal. Un sistema ideado para constituir una base, el cimiento del edificio, se ha transformado en la mitad del edificio mismo. Imaginen ese edificio espantoso. Esto nos hace mal, hay que retirar al estado hasta un nivel equilibrado. De lo contrario, no se puede avanzar; ¿cómo cargar con semejante carga?, ¿qué empresa o emprendimiento resiste pagar 45, 50 por ciento en impuestos?, que, por cierto, jamás regresan, porque son comidos por la colosal maquinaria ineficiente del estado, incluyendo corrupción y monstruosos laberintos burocráticos. Hay que eliminar esa piedra de una vez, esto termina en el totalitarismo.
Hace un mes, tuve que operarme dos muelas “del juicio”, fui a la obra social, pública, paga a través de los impuestos altísimos, ¿y qué paso?, nada, no se puede, y están incluidas este tipo de intervenciones, pero funciona tan pero tan mal, que tuve que ir y pagarlo completamente (de nuevo) en un consultorio privado, y adivinen qué, salió todo perfecto, rápido y eficiente. Mi opción en el sector público, ya financiado con creces, era esperar a que se me desacomodaran todos los dientes de tanto esperar un turno, después de cinco años de brackets, que también se incluían en mi obra social, pero también hubo que pagar privadamente. Así las cosas. Yo propongo, ya que no funciona, y el gobierno no puede hacerlo funcionar; ¿por qué hay que pagarlo, y encima agradecer que sea público? Puede ser muy, muy estatal, pero si no sirve y hay que pagarlo nuevamente, esta vez en el sector privado, cuando se necesita; ¿para qué lo quiero? Si se le suma que la economía a nuestro alrededor se cae a pedazos sobre nuestras cabezas porque el gobierno tiene que sostener semejante aparato inservible, me animo a decir; ¡Saquen eso del medio!
El sector privado está ahogado, estrangulado de tanto impuesto y regulación para sostener al sector público, que jamás (como se supone) provee, devolviendo, un servicio digno. Jamás habrá empleo decente con ese tronco atravesado ahí, nunca, es imposible, no hay ni habrá. Todo lo que se atreve a moverse es atacado por el estado, para que éste ultimo pague “lo público”, pero cuando necesites el servicio correspondiente por tus aportes, a pagarlo de nuevo, en otro lado. Educación gratuita, pero mediocre, así que a la privada. Salud pública, pero ineficiente, así que prepaga o algún otro sistema. Impuestos altísimos para el mantenimiento de lo público, tan idolatrado, pero circular por una calle es una completa osadía. Y van.
El estado tiene que ser una base, un marco legal, el bastidor y el lienzo, no la pintura, no el artista, ¡no! La falacia a la que nos sostenemos con fuerza por miedo al mercado, nos hace presas de la política clientelista, de la mediocridad de un estado que no funciona. El pseudo-socialismo estatista nos mantiene siempre pobres, por siempre limosneando al caudillo soviético de turno, siempre distribuyendo igualitariamente miseria y mediocridad.
Aclaro, sí creo en las bondades del estado. Creo en la educación pública, pero que eso no borre de un plumazo la calidad, tiene que ser excelente, porque hay dinero de sobra para financiar el sistema y mejorarlo. Creo en la salud pública, accesible a todos, pero no sirve de nada si hay que esperar seis meses por un turno, por más garantizado por el estado que esté. Creo en el papel del estado, pero si no puede siquiera mantener las calles en condiciones decentes, voy a dejar de creer. Porque creo, sobre todo, en el equilibrio, y ésta situación ya lo perdió hace rato.
Nuestro estado es hoy un enorme elefante, torpe e ineficiente, en un mundo donde todo corre muy de prisa. Mientras tanto, una bonita mariposa, el mercado, revolotea exhausta a su alrededor, intentando moverlo. Hay que poner al estado y a su gobierno (cualquiera sea su ideología, aunque siempre será de izquierdas por lo que veo) en su lugar.
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