San Rafael, Mendoza viernes 26 de abril de 2024

El desafío de llenar el changuito de forma «inteligente»

Un food planner acompaña a una cronista en una compra guiada para que incorpore hábitos saludables y ahorre dinero  

 Un cuarto de sandía. Tres manzanas, una banana. Un tomate y medio. Tapas de empanada. Tres potes de yogur. Dos de crema. Jamón. Salchichas. Dos leches. Quesos (untables, duros, cremosos y rallado) y aderezos varios. Juguitos de manzana. Un frasco de mermelada light. Alfajores. Pan lactal. Huevos. Gaseosas. Agua.

La primera aclaración que le hice a Fernando antes de empezar el recorrido por el Mercado de Belgrano de la calle Juramento es que ir al supermercado no es precisamente uno de mis mejores planes. No lo es ahora, con dos niños que la mayoría de las veces no paran de pedir que les compre algo por las buenas (mediante la utilización de palabras y argumentaciones de todo tipo, en el caso del más grande) o por las malas (a través del llanto o el vil arrebato, en el caso de la más chica) y no lo era antes, cuando por fin me independicé y tuve que tomar las riendas (o la manija) del changuito por mí misma.

Fernando me dice que el primer paso en esto de cambiar hábitos y comprar de forma inteligente es acercarse hasta la casa del interesado, abrir la heladera y hacer un diagnóstico detallado de la situación. El segundo es la compra guiada. Pero en mi caso ese primer paso lo salteamos porque no me gusta que un desconocido abra mi heladera. Me incomoda, probablemente aún más que si le echaran un ojo al interior de mi placard o al botiquín del baño (si lo tuviera), o mi cartera. Creo -en realidad estoy segura- que la heladera de una persona o familia pertenece al ámbito de lo privado. Las pocas veces que abrí una ajena tuve la sensación de estar cometiendo un delito. Y además de pedir permiso cada vez que abro esa puerta hacia una dimensión fría y desconocida, casi que también siento la necesidad de pedir perdón (ya sé, es algo que debería tratar con mi terapeuta, si lo tuviera).

«El consumo de alimentos hoy está fuertemente atravesado por cuestiones culturales y especialmente marcado por las publicidades. Por ejemplo, encuentro mucho más de lo que quisiera de lácteos. Yogures, quesos untables y de todo tipo. También abundan las mermeladas, las gaseosas y los jugos azucarados. Son alimentos culturales que hace 100 años no existían y la humanidad vivía igual -señala Valdivia-. No digo que no haya que consumirlos, pero si el chango lo lleno con productos altamente procesados, no sólo estoy atentando contra mi salud, sino también contra mi bolsillo.» Mientras Fernando hablaba, yo pensaba: «Cualquier similitud con el contenido de mi heladera… ¡es culpa de la publicidad!» Y recordé cuando Tomi, mi hijo de siete años, mi pidió probar el yogur que promociona un famoso jugador de fútbol.

Pero también, dice Fernando, somos permeables a máximas supuestamente saludables, como el tomar dos litros de agua embotellada por día. «Una persona que hace eso gasta US$ 50 por mes, 600 al año. Pero vale tanto el agua que contiene la lechuga, el tomate o la de grifo -que acá es apta para consumo- como la que viene en botellas de plástico, que además dañan el medio ambiente. La gente que carga en el súper los packs y bidones de agua definitivamente no está haciendo una compra inteligente. Lo inteligente es comprar una botella térmica y recargarla con agua corriente cada vez que queramos.»

Después de la charla, llegó la hora de empezar nuestra compra guiada. La primera parada fue la verdulería, donde la gran pregunta fue sobre la estacionalidad de las frutas y verduras. «Las que por época están baratas son el morrón y las berenjenas. Después, en el año no se consiguen o se consiguen carísimas, por lo que se pueden lavar, cortar y «freezar» para consumirlas en unos meses. Marzo y abril no es buena época para las cebollas. El tomate, que es una verdura del verano, está alto porque no llovió, pero ya va a bajar. Tampoco es un buen momento para la lechuga, que acumula el calor y la sequía de verano», dice Fernando.

En cuanto a la fruta, Fernando explica que la oferta local es acotada: «La frutilla y la cereza en primavera; las ciruelas y los duraznos en verano; las peras y manzanas en otoño, y los cítricos en invierno. La banana, al ser importada, se consigue siempre a precio internacional. En el norte argentino se están produciendo frutas tropicales, como mango y papaya, a precios razonables y accesibles». Pasamos por una pollería donde los huevos de color relucían y eran, a mi vista, más atractivos que los blancos. «Unos y otros tienen el mismo valor nutricional, no es verdad que los de color sean de mejor calidad -aclara-. La diferencia es que los de color son más caros porque la gallina necesita más alimento para producirlos»

Próxima parada: carnicería. «Por tradición, los argentinos consumimos el cuarto trasero de la vaca, donde están los cortes más caros. Pero hay otros igualmente sabrosos y nutritivos, como el osobuco, que ahora están poniendo de moda los chefs. La idea es abrir el paladar y probar cosas nuevas.» La misma regla se aplica a los pescados. ¿Otra pauta inteligente? No olvidar las legumbres: «Acá no tenemos buena relación con ellas porque hemos satisfecho nuestra necesidad de proteína con carne vacuna. Pero son versátiles, tienen alto valor nutricional y aunque no son superbaratas, porque la mayoría se exportan, su compra es una decisión inteligente».

Días después del encuentro con Fernando, volví al súper. El contenido de mi changuito era prácticamente el mismo de siempre. Pero cuando estaba por agarrar el agua mineral, recordé nuestra charla. Dejé la botella de plástico donde estaba. Al menos es un comienzo.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1876885-el-desafio-de-llenar-el-changuito-de-forma-inteligente

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