Ningún triunfo agujereará más el corazón de Luis Enrique que el logrado en El Molinón. Ante aquellas gradas donde, de crío, ondeaba la bandera zurcida por su madre, costurera. Frente a Abelardo Fernández, amigo de la calle, del bar, del campo, de la vida. Compinche, compañero y ahora entrenador, como él, pero condenado a que el milagro sea la rutina. Debió dolerle a Luis Enrique, animal competitivo, agrio ante el desconocido, pero incapaz de disfrazar el semblante cuando se refiere al Sporting, a Gijón, a sus raíces. El destino, sin embargo, no está en sus manos.
Tampoco en las de Abelardo. Pero sí en las de Leo Messi, reacio a dejar pasar un día sin añadir una nota más a su leyenda.Messi, que ante el Celta brindó el mejor homenaje posible a Johan Cruyff con el histórico penalti indirecto, no sólo retomó lo que dejó a medias. Es decir, marcar el gol 300 en la Liga. Añadió uno más, justo en el momento apropiado, cuando el Barcelona amagó con mostrar síntomas de flaqueza ante el empeño sportinguista, emotivo en su centelleante empate. El argentino se lo llevó todo por delante en un suspiro. Tanto la frontera anotadora como el triunfo que, ahora sí, resquebraja el torneo.Las cuentas tras la disputa del partido que quedó pendiente de diciembre por la disputa del Mundial de Clubes son claras. El Barcelona aventaja en seis puntos al Atlético y en siete al Real Madrid.
Uno de los dos, además, quedará herido tras el derbi madrileño que tendrá lugar el próximo 27 de febrero. Y todo con 14 jornadas en juego en las que los de Luis Enrique tendrán como salidas más complicadas la de El Madrigal y la de Anoeta. Sevilla, Real Madrid y el desconcertante Valencia acudirán al Camp Nou. Pocas espinas quedan.
Cualquier partido, sin embargo, seguirá escondiendo trampas diversas. Como las múltiples que se encontró el Barcelona ante el entregado Molinón, donde tuvo que emplearse a fondo a pesar de que Abelardo, en una decisión del todo comprensible, dispuso un equipo repleto de suplentes. Su verdadera guerra le aguarda en el Villamarín. Frente a los azulgrana se jugaba el orgullo. Frente al Betis, la vida.No tuvo un momento de respiro el Barcelona, insistente en el frente, pero penalizado por las múltiples rotaciones perpetradas en la defensa (Aleix, Mathieu y Adriano dieron descanso a Alves, Mascherano y Alba). Toda contra del Sporting, por esporádica que fuera, iba a provocar el alarido de una hinchada que nunca dejó de creer en la sublevación.El pequeño Halilovic, escurridizo entre líneas, creyó en el gol de Álex Menéndez, al que el sueño se le cruzó en el disparo. El aviso envalentonó a Messi, que se adueñó del partido en una jugada que, en cualquier partido, hubiera pasado desapercibida.
El argentino, en el balcón del área, en cambio, aprovechó que Suárez arrastraba a rivales para alojar el balón en el último rincón de la meta.Tal era el empeño del Sporting que apenas empleó dos minutos para tomar el empate. Ayudó a ello la pérdida de Mathieu, incapaz también de retroceder, y la desatención de Aleix y Adriano en las bandas. Menéndez brindaría el pase perfecto a la joya Carlos Castro.La asociación de Messi con Suárez, en cambio, sería difícil de soportar. Si bien es cierto que el argentino inició la acción del segundo gol en posible fuera de juego -no tocó el balón en el primer pase, pero intervino en el desajuste defensivo rival-, su tremendo disparo con el empeine exterior zanjó toda duda.Aún quiso discutir el devenir de su equipo Halilovic, que reclamó penalti de Arda cuando éste le arrebató el balón en el área.
Pero, aunque Suárez desaprovechó la pena máxima engendrada por Neymar tras claro derribo de Cuéllar, no escondería el martillo hasta derribar la puerta. El tanto ingeniado por el ariete uruguayo, después de un disparo enroscado con la zurda, sacó lustre a los registros de un delantero tan insaciable (40 goles oficiales este curso) como ese Barcelona que vuela hacia el título.
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