La igualdad en la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea obligado a venderse. Jean-Jacques Rousseau
La riqueza, el poder económico y la opresión política de las masas son los tres términos inseparables de la identidad divina sobre la Tierra. Mijaíl Bakunin
Hace algún tiempo cuando leí “Mercaderes del espacio”, una novela de ciencia ficción que narra un panorama en que los gobiernos se han transformado en un mero protocolo sin ningún tipo de poder en medio de una economía totalmente privada gobernada por monopolios, me pareció un tremenda exageración, por lo menos en Argentina, donde el estado es más un mamut público arrastrado por hormigas, que mamuts privados arrastrando a indefensas hormigas. Pero la novela estuvo sabiamente adelantada, escrita por Frederik Pohl y Cyril Kornbluth en 1953, hace referencia al contexto mucho más privatista de Estados Unidos o Europa, y he empezado a pensar que, obviamente, temprano o tarde, todos los países del globo se dirigen hacia tal situación. Los políticos, que todavía tienen suficiente poder para liderar nuestros rumbos, pueden cada día ser más fácilmente comprados por empresarios acaudalados, porque sus campañas necesitan financiación, y las empresas necesitan a los políticos para que permitan una libre circulación de capitales (que ciertamente es necesario, equilibradamente) que les ofrezca mayores oportunidades de negocios para acumular más capital, lo que les da la posibilidad de intervenir aún más en la política, y así sucesivamente. Un círculo vicioso se ajusta, la desigualdad extrema puede ser inevitable.
La última semana, a propósito de lo rimbombante del tema en el Foro económico de Davos y la publicitada publicación del informe de la organización Oxfam, he estado reflexionando un poco sobre la terrible grieta que está abriéndose rápidamente entre las más grandes fortunas y las más desesperadas pobrezas. El informe de Oxfam ha causado un sacudón importante exponiendo que en el último año la desigualdad en la distribución de la riqueza a nivel mundial alcanzó un nivel inédito; las 62 personas más acaudaladas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, es decir, 3600 millones de personas, alcanzando la sorprendente suma de 1,76 millón de millones de dólares en manos de 62 personas, y no sólo eso; en 2014 el número era de 80 personas en comparación a la mitad más pobre, y en 2010, 388. El crecimiento de la brecha es escalofriante. Los números nos muestran una realidad asombrosa, y probablemente difícilmente reversible. A este nivel, estamos en condiciones de decir que nos dirigimos a un mundo sin grises; o somos escandalosamente ricos, o simplemente muy pobres.
A su vez, pequeños países o ciudades estado como Singapur, Belice y Mónaco, sin ningún recurso al que poder acudir para vivir, se declaran paraísos fiscales, para que el dinero fluya a sus arcas, ofreciendo exenciones impositivas y regulaciones mínimas que quitan poder a los gobiernos de países con mayores barreras arancelarias y regulatorias para redistribuir o reinvertir el dinero en los estratos sociales más bajos, y la grieta no puede hacer otra cosa; ensancharse.
El tema está pasando a ser tan controvertido que toma ineludiblemente cada discusión política posible. La campaña presidencial en Estados Unidos, al menos entre los demócratas, no entiende de otra cosa que de desigualdad social, e incluso, tal como el famoso economista John Maynard Keynes solía decir, grandes desequilibrios o injusticias desembocan en el extremismo, retroalimentándolo. Y los extremistas están triunfando en la carrera hacia la Casa Blanca; Donald Trump, multimillonario de los bienes raíces y de radicales ideologías, parece indiscutido e indiscutible entre los republicanos y Bernie Sanders está haciendo furor entre los demócratas, siendo que se declara socialista, algo totalmente impensable en un país donde mencionar la sola palabra comunismo o su prima hermana; socialismo, puede ubicarte entre los tiranos. Esto quiere decir que el próximo presidente podría dirimirse entre un fanático billonario del libre mercado y un revolucionario de izquierdas. Y como plus, el multibillonario y ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg, está amagando con autofinanciarse su propia campaña presidencial como independiente, lo que le costaría entre 1 y 2 billones de dólares, claro que no sería mayor problema para alguien cuya fortuna se estima en alrededor de 40 billones de dólares. Y no, no está sucediendo únicamente en Estados Unidos, en Grecia, Syriza, un partido de drásticas ideas estatales gobierna con amplio apoyo pese a que insiste en subir los gastos en un país terriblemente endeudado, lo mismo que en España con “Podemos”, y los problemas se agravan. En Francia y algunas otras naciones del norte de Europa está azotando la amenaza derechista neonazi. La desigualdad o sus consecuencias, están provocando radicalizaciones profundas, y puede tornarse muy impredecible y explosivo.
Por otra parte, otro tema candente de la agenda, el cambio climático, ostensiblemente imparable, profundizará la desigualdad existente, los países y las personas con suficientes recursos pueden sobreponerse fácilmente a las catástrofes naturales, pero los pobres, no sólo no pueden, sino que automáticamente se empobrecen aún más con pocas esperanzas de restablecimiento. Existen cercanas evidencias, por ejemplo, en la rápida recuperación de Japón en comparación con la agonía de Haití. Los cataclismos climáticos fustigarán a la parte del mundo más atrasada y probablemente enriquezcan más a los ricos que serán los encargados de las reconstrucciones. Incluso entre los grupos de lobby negacionistas se ha empezado a aceptar que tal fenómeno climático “puede estar sucediendo”, pero igualmente resultaría beneficioso en cualquier caso así que, qué más da. La trampa se cierra.
Sería un terrible error culpar a los multimillonarios por los millones de pobres, de hecho es la competencia y la iniciativa privada lo que crea riqueza, distribuirla es un reto pero peor es atacar la desigualdad con pobreza. Estamos ante un problema sistémico que se retroalimenta constantemente, y el resultado puede ser poco prometedor, un futuro de blancos o negros; o pasas a ser súper rico, o a ser realmente pobre.
Quizás siendo pesimistas, deberíamos apelarnos; ya que la marcha está decididamente dirigida, entonces la tarea, dificilísima por cierto, a emprender sería: cruzar la grieta antes de que sea demasiado tarde. Sálvese quien pueda.
Un halo de esperanza
Aclaración: al principio no parece muy alentador.
Mientras el mundo empezó a recuperarse de la crisis económica de 2008-2009 y los indicadores se pusieron lentamente en verde, las tasas de desempleo siguen siendo más altas que antes de la crisis, y aunque es muy sabido que durante la recesión la desigualdad aumentó y tuvieron que ser rescatados usureros y codiciosos bancos y empresas, poco se habla del rápido proceso de reemplazo de humanos por máquinas, que se aceleró durante este tiempo.
El maquinismo está terminando con millones de puestos de trabajo, toda labor humana es reemplazable por nueva tecnología, o sea, el desempleo crecerá al son de la desigualdad. Pero la buena noticia de todo lo anterior puede ser rastreada en una divertida e hipotética conversación entre Henry Ford II y un líder sindical mientras caminan por una planta llena de robots:
-Hey Walter, ¿Cómo vas a hacer que estos trabajadores se afilien al sindicato?- preguntó Ford provocadoramente.
-Hey Henry, dime tu cómo vas a hacer para que te compren autos…-replicó triunfante el líder sindical.
Lo cierto es que… ¡podemos vivir sin trabajar!, en ese caso nuestro problema sería luchar contra el ocio extremo. Pero sí, si la desigualdad total nos gana, y hay pleno desempleo, nadie tendría dinero, nadie compraría nada y nadie podría vender algo con lo que hacerse rico. Y entonces el gobierno debería intervenir y dotarnos de un subsidio universal para que movamos la economía, compremos y vivamos… sin trabajar. Por cierto, en Utrecht, localidad holandesa, el gobierno ya ha decidido entregar un sueldo de 900 euros por persona y 1300 por familia, a todos y sin condiciones. No es un mal comienzo.
El futuro puede ser más prometedor de lo que parece.






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