San Rafael, Mendoza viernes 03 de mayo de 2024

Los Juegos Del Hambre: Unitarios y Federales : Por Mariano Gimenez

unitarios yfederales“La dignidad,  afán de autonomía, lleva a reducir la dependencia de otros a la medida de lo indispensable”        

    José Ingenieros

“La independencia siempre fue mi deseo, la dependencia siempre fue mi destino”

Paul Verlaine

Los lectores [o en su defecto quienes vieron las adaptaciones cinematográficas] de la saga Los juegos del Hambre de la escritora estadounidense  Suzanne Collins saben que la trama se desenvuelve en una distópica nación conocida como Panem, un hipotético Estados Unidos a futuro. El País se divide en doce distritos esparcidos a lo largo de un vasto territorio y gobernado desde una aislada ciudad capital; El Capitolio. Los distritos han sido esquilmados por El Capitolio durante décadas y yacen sumidos en un exasperante estado de atraso y pobreza, mientras en la capital los ciudadanos viven con absoluta pompa estrafalaria y soberbio despilfarro sostenido por el saqueo constante en los distritos de la nación, que rozan el hambre. Un unitarismo económico tan extremo, sumado a los cinematográficos juegos del hambre, no tarda en generar rispideces entre la población de los distritos y el autoritario gobierno capitalino liderado por un maquiavélico dictador, el presidente Snow.  

Lo que a simple vista puede parecer sólo una historia juvenil, esconde, así como la gran mayoría de las llamadas novelas distópicas o ficción filosófica, una mordaz crítica político-económica-social, exacerbada obviamente por la ingeniosa y genial imaginación de la autora, hacia un contexto que, como en muchos otros países, es muy familiar en el nuestro.

Ciertamente, así como ocurre en Panem, Argentina está enzarzada en una lucha [hoy de facto y silenciosa] de la capital contra el interior, unitarios contra federales que, aunque comenzada hace doscientos años, parece no haber encontrado un fin, aún constitución federal mediante.

Mendoza y gran parte de las provincias del país están ahorcadas económica y políticamente por una distribución del poder decididamente centralizada que ha dragado año tras año, administración tras administración, los recursos necesarios para que las jurisdicciones federales [provincias y municipios] tengan la capacidad de generar prosperidad en el interior de la nación. Si a éste panorama de dependencias furiosas y clientelismos partidistas le sumamos la fabulosa posibilidad de eternización política que nuestra sociedad embelesada por el pasivo le regala a los políticos fiscalmente irresponsables, la trampa queda sellada. El resultado no puede ser otro; la decadencia.

No termino de decidirme. No sé si resulta gracioso, o abrumadoramente  triste, ver el desfile de funcionarios mendigando cual linyeras en los pasillos de Buenos Aires. La prosperidad [y la reelección] está al alcance de los fondos cuyo poder de adjudicación recae ya no sobre los benévolos poderes del parlamento, sino sobre una sola figura, imponente, el presidente de la nación. No me malinterpreten, no los culpo, el sistema se los exige, sus opciones se acotan a mendigar o renunciar.

Hay que reconocer que la administración recientemente inaugurada se ha propuesto valientemente [y dado buenos gestos al respecto] terminar con la dependencia absoluta de las provincias para con la nación, pero estamos hablando de dos siglos de engrasado funcionamiento del sistema pretendido a reformar. No puede ser muy fácil, más aún considerando que estamos acostumbrados como ciudadanos a mirar enfurecidos directamente al sillón de Rivadavia cuando las cosas no van bien, a veces sin importar si es un asunto meramente regional. Tal cambio en la mente colectiva, quizás subestimado, es probablemente más difícil de transformar que la ley de coparticipación federal. ¿Y qué presidente se arriesgaría a terminar como De la Rúa por hacer lo correcto? Irónico, pero lo correcto es muy poco popular. Nubes negras en el reino del revés.

No podemos olvidar, por supuesto, las responsabilidades provinciales en el cenagal que nos ocupa. Seamos justos, a veces la importantísima tarea del gobernador [y su investidura] se ve reducida a la de un mero pagador de sueldos, pero semejante rebaje puede también ser en parte atribuido al festival de gastos innecesarios e irresponsables en los que los funcionarios incurren en busca de apoyo popular o político, léase exceso de empleo público, corrupción, etc. Ineludiblemente, tan noble cheque en blanco al despilfarro, termina devolviendo una abultada agenda de pagos, porque en la economía no existe tal cosa como sentarse a comer en un restaurante y en medio de un tumulto bullicioso levantarse e intentar huir sin pagar, no. La factura, tarde o temprano, se paga. El poder ejecutivo nacional puede corromper al banco central [como hasta ahora y prácticamente siempre] y emitir “sin asco” billetes frescos y pagar con inflación. Pero una provincia no tiene una solución tan maravillosamente mágica y las cosas pueden ponerse duras, muy duras.

De igual forma, el unitarismo en Argentina, un país tan extenso, es un flagelo que actualmente atañe a todos y cada uno de los escalones del sabio federalismo constitucional. Mientras los gobernadores están obligados a pordiosear en la rosada, los intendentes tienen que limosnear a los gobernadores, y el presidente, ahorcado por tanta mendicidad desesperanzada, corre despavorido a las impresoras de la casa de la moneda, o a los brazos de bonistas nacionales, o peor, internacionales, para que financien una fiesta que no se puede pagar, y para más, a tasas vertiginosamente altas, porque hablamos de costear pasivos, jamás inversiones.

Conclusión… tenemos que hablar. Superar el impostergable dilema del federalismo truncado que retiene el avance del progreso en el país, sus provincias y municipios, requiere el esfuerzo y sacrificio de todos, empezando por los políticos y sus ambiciones irresponsables e  impagables [al menos no con la cosa púbica], y siguiendo por cada ciudadano. El momento de pagar la cena tristemente, llegó.

Un dato de interés. En Los juegos del hambre, Katniss Everdeen, la protagonista, amalgama al pueblo agotado y realiza un cruzada independentista contra El Capitolio, con notables resultados. Y no es un asunto competente sólo a la ficción. Cataluña, harta de la asfixia financiera, entre otras asfixias,  está luchando ferozmente contra la España centralista de Madrid, y es una riña que está provocando fuertes dolores de cabeza en el gobierno nacional, y tiene altas posibilidades de triunfo. Es un extremo bastante impensable en Argentina, pero; ¿No lo era acaso la victoria de Mauricio Macri? Recordemos jocosamente serios que, por ejemplo, Gildo Insfrán, gobernador de la empobrecida provincia de Formosa, ha comenzado su vigésimo primer año en el cargo [21, sí], y cualquier ¿ingenuo? sugeriría que pronto el gobernador podría autoproclamarse emperador de una Formosa independiente. Así de lejos podrían llegar las cosas.

Aflojar las amarras, pero sin descuidar el control y la auditoría, sería un buen comienzo. Eso sí, sin olvidar que coparticipar fondos significa también coparticipar responsabilidades y gastos. Redefinir las competencias de cada parte de la federación, equilibrar sus deberes racionalmente, puede ser un buen segundo paso.

“Federalismo o muerte”. Nunca Rosas lo imaginó tan literal. La indigna caminata del interior de país a la pobreza infame y el brutal  subdesarrollo puede ser detenida sólo con libertad.

Mariano Gimenez

marianogimenez.msg@gmail.com

 

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