San Rafael, Mendoza martes 26 de noviembre de 2024

La épica de volver a la democracia que añoramos

HORACIO CARDO

La actual democracia argentina es la más sólida desde la promulgación de la ley Sáenz Peña. Aun así, está en deuda en exhibir los rasgos de normalidad de un sistema institucional maduro. Las transiciones entre gobiernos democráticos desde 1983 han sido regularmente traumáticas como lo prueba el siguiente repaso histórico.

Así lo fue entre el primero y el segundo turno entre Alfonsín y Menem en medio de la espiral hiperinflacionaria que develó con toda crudeza los alcances del nuevo país pobre. También entre el tercero y el cuarto que, si bien pareció en las formas un camino tranquilo –Menem puso a toda su administración a disposición de los funcionarios de su sucesor, De la Rúa, con tiempo y de manera civilizada y solidaria-, incubaba los nubarrones de una nueva crisis socioeconómica de proporciones que habría de desatarse con toda crudeza dos años más tarde. 
Tras la renuncia de De la Rúa, se produjeron dos debates alucinantes: si debía sucederlo el presidente provisional del Senado, el ex gobernador Puerta u otro elegido por la Asamblea Legislativa. Puerta resignó la sucesión abriéndole las puertas al gobernador Adolfo Rodríguez Saa. El otro debate giró en torno de la duración de la provisionalidad: si debía ser por sesenta días hasta nuevas elecciones generales o completar el período de De la Rúa hasta diciembre de 2003. Finalmente, se impuso la primera opción; pero Rodríguez Saa lanzó una batería de medidas bien diferentes a las de un gobierno de tránsito. Sus colegas de la Liga de Gobernadores sospecharon, y el puntano duró solo nueve días. Tras dramáticos cabildeos, la Asamblea le confirió el gobierno al senador y ex candidato presidencial derrotado por De la Rúa en 1999, Eduardo Duhalde, para completar el periodo de quien lo había vencido.

Tampoco lo habría de lograr: la conjunción de crisis económica con saga de saqueos y cacerolazos y la muerte de dos militantes de izquierda a manos de la policía en el Puente Pueyrredón obligaron a Duhalde a descomprimir la situación anticipando las elecciones y la entrega del poder seis meses antes de lo establecido. La actitud revestía precedentes en 1989, cuando Alfonsín debió hacer lo propio respecto de Menem en medio del marasmo hiperinflacionario. Fue en ese contexto que llegó al gobierno Néstor Kirchner como el candidato oficialista con un 22 % de los votos frente al 25% de un Menem que renunció a competir en la segunda vuelta. Desde entonces, las sucesiones devinieron en un “asunto de familia”: Kirchner fue sucedido por su esposa reelecta en 2011.

A diferencia en 1989 y 2001, y como en 1983 o 1999, la situación económica no exhibe, al menos por ahora, rasgos de explosividad aunque sí severísimos problemas potencialmente explosivos. La economía argentina luce estancada desde 2011, cuando el ciclo abierto en 2002 encontró sus límites encallando merced a los bajísimos niveles de reinversión desde la crisis y el default. Desde 2007 se procedió a una destrucción sistemática de los datos estadísticos al punto de desconocerse el estado de las reservas del Banco Central y de las finanzas de la ANSeS. A ello se le suma la mala predisposición de las autoridades salientes a abrir sus reparticiones a las entrantes para adoptar las medidas de rigor. Cristina Kirchner se ha dedicado a destratar a su sucesor al punto de negarle la entrega de los atributos del mando convirtiendo a la actual transición en un grotesco vodevil propio de una república bananera.

Aun así, la actual transición reviste más los contornos de un cambio de régimen que de gobierno. No es fortuito e invita a reflexionar sobre la naturaleza de los sucesos de 2001. ¿Fue una crisis o un golpe de Estado? Las formaciones políticas tradicionales estallaron por los aires reduciéndose a coaliciones de poderes territoriales que el kirchnerismo manejó con mano de hierro en el marco de un sistema de “partido de gobierno”.

El PRO, un partido municipal, produjo la proeza de expandirse durante los últimos meses sumando al 26 % de sus votos propios sucesivos contingentes de ciudadanos independientes hasta llegar a casi el 52 % en la segunda vuelta. Por primera vez, un presidente democrático ni peronista ni radical deberá romper con la tradición decisionista de los últimos veinte años debiendo emprender trabajosas negociaciones socioeconómicas y parlamentarias en el marco de un peronismo que, previsiblemente, ingresará en estado deliberativo como en 1983.

Se respira en el país una sensación de retorno al sistema democrático primigenio, abandonando la apelación permanente a la épica regeneradora con su correlato de lucha en contra de enemigos acechantes. Pero los desafíos no son menores: a la crisis económica se le suma la voluntad del grupo saliente de enlodar el camino del nuevo gobierno para retornar al poder lo antes posible sin trepidar en medios destituyentes.

La brecha política es marginal frente a la verdaderamente acuciante: un 30 % de la ciudadanía se ubica en ese campo careciente que se ha dado en denominar “la pobreza”. Nuestra cultura política tampoco exhibe demasiada inclinación por los acuerdos y las practicas republicanas prefiriendo soluciones delegacionistas, cesaristas y plebiscitarias. Es en este sedimento que subyacen las anomalías transicionales de una democracia republicana inconclusa. En su remoción, se juega no solo la suerte del próximo gobierno sino la de la próxima generación de argentinos.
Jorge Ossona
Historiador. Miembro del Club Político Argentino

Fuente:http://www.clarin.com/opinion/Macri-Alfonsin-Menem-Presidencialismo-Decisionismo-Kirchnerismo_0_1495650462.html

 

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