Nuevos datos apuntan a un ritmo de contracción interanual del PIB del 4,5%
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, a su llegada a la sesión plenaria de la cumbre sobre cambio climático COP21 en París, el martes. / ERIC FEFERBERG (EFE)
Brasil se hunde cada día más en una recesión que parece no tener un fin. En un año, el país, que hace una década asombraba al mundo con cifras estratosféricas, se ha desplomado un 4,5%, sin ninguna esperanza de que mejore. Es la recaída más violenta de los últimos 20 años. Algunos analistas apuntan que va camino de ser la peor recesión en 80 años. Nada se escapa al hundimiento: el consumo familiar –uno de los motores de los venturosos años del expresidente Lula- retrocede un 4,5%. Nadie se fía, nadie compra y nadie vende. Sobre todo porque el desempleo –otro fantasma en alza- llega ya al 8% y nada augura que no siga subiendo. La agricultura, que por lo general constituía un mercado paralelo indestructible también se resiente, sobre todo debido a la menor demanda de soja de China. Ni siquiera las exportaciones -en teoría beneficiadas por la devaluación del real de los últimos meses- consiguen remontar. La construcción de infraestructuras se desploma con un 6,3% menos de actividad.
Esto último se explica no sólo por el sombrío ambiente económico sino por un fenómeno inusual y puramente brasileño que tiene a la sociedad estupefacta: los dueños de las mayores empresas de construcción del país se encuentran en la cárcel, acusados de sobornar a empleados de la petrolera Petrobras. El viernes, el presidente de la constructora Andrade Gutiérrez, Otávio Marques de Azevedo, llegó a un acuerdo con la Fiscalía brasileña: pagará 1.000 millones de reales ( 250 millones de euros) de multa –la mayor multa de la historia de Brasil- tras reconocer que ha pagado sobornos millonarios a cambio de lograr contratos para levantar tres estadios de fútbol del Mundial de Brasil, líneas férreas y refinerías, entre otras cosas. También se compromete a denunciar a otros implicados (en la prensa brasileña se especula que señalará a dos senadores próximamente). Todo a cambio de la libertad condicional atado a una pulsera electrónica para estar localizable y a que su empresa pueda volver a optar a concursos públicos, dado que la parálisis la estaba llevando a pique. No es el primer gran empresario (equivalente a Florentino Pérez en España) que da este paso. Hace unos meses lo hicieron los directivos de la empresa Camargo y Correa, después de pagar una multa de 800 millones de reales (200 millones de euros). En prisión, desde junio, aún se encuentra, con todo, Marcelo Odebrecht, el propietario de la mayor empresa constructora del país. Muchos se preguntan cuánto tardará en acogerse a la misma opción que sus competidores.
El domingo, una sintomática encuesta publicada por el periódicoFolha de S. Paulo reveló que por primera vez en su historia, el principal problema que atosiga a los brasileños no es ni la sanidad, ni la educación, ni la inseguridad ni la marcha calamitosa de la economía. Es, simplemente, la corrupción. En la misma encuesta se daba constancia de la escasa aceptación de Dilma Rousseff, que lleva meses arrastrándose alrededor de un 10% de aprobación.
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