La realidad del cambio climático obliga al suroeste de Estados Unidos y a México a coordinarse y ponerse en lo peor si quieren seguir bebiendo del sobreexplotado río.
El lago Mead, que alimenta Las Vegas, el pasado mayo. / REUTERS
El río Colorado no desemboca en el mar. Después de regar siete estados de Estados Unidos, pasar la frontera y dar de beber a otros dos estados en México, agoniza convertido en apenas un chorrito durante unos kilómetros hasta que se seca en el desierto de Sonora, lejos del delta que formó durante milenios cuando desembocaba en el Mar de Cortés. Es así desde hace medio siglo. A cambio de secar el delta del Colorado, nunca ha faltado el agua para consumo humano, incluso en la actual sequía del suroeste, gracias a un delicado equilibrio político y la colaboración entre las administraciones implicadas. Tiene diez presas en sus 2.300 kilómetros de cuenca de las que salen acueductos para que su agua llegue a los grifos de 25 millones de personas desde Denver hasta San Diego.
Después de regar siete estados de Estados Unidos y dos de México, el río se seca en el desierto de Sonora
El reparto de agua entre los siete estados (Wyoming, Colorado, Utah, Nuevo México, Arizona, Nevada y California) y México (Baja California y Sonora) está fijado en un tratado binacional firmado en 1944. No se ha tocado desde entonces, solo se ha enmendado. La última actualización fue la llamada Acta 319, firmada en 2012 con una validez de cinco años. Las conversaciones ya han empezado para renovarlo en 2017. Entonces el elefante en la habitación era adaptar el reparto a una década de sequía, que todavía sigue. Para la siguiente negociación hay que pensar a más largo plazo: qué pasa si el cambio climático hace que esta situación sea lo normal, qué hacer si nunca más el río vuelve a llevar la cantidad de agua que se necesita.
El Acta 319 prevé recortes de agua en cuanto el lago Mead baje de 1,326 millones de metros cúbicos. Ahora está en 1,335 millones de metros cúbicos, el nivel más bajo del que hay registros, después de cuatro años de una sequía continuada en el oeste que afecta con especial crudeza a California. El mensaje del responsable del agua del sur de Nevada es, sin embargo, de tranquilidad. “Hemos reducido nuestro consumo un 30% en los últimos 12 años. Eso significa que estamos usando 271 millones de metros cúbicos, por debajo de los 370 a los que tenemos derecho”. Es decir, que ya están consumiendo muy por debajo de los hipotéticos recortes.
Hay un nivel crítico, sin embargo: 1,233 millones de metros cúbicos. “Si baja de ahí no podríamos bombear agua del lago”, reconoce Enstminger. “Por eso estamos construyendo una nueva estación de bombeo de forma que podamos sacar agua del lago independientemente de lo que baje. Creemos que en los próximos 20 años tendremos capacidad para que incluso ese nivel no sea un problema para Las Vegas”.
“Si la sequía sigue como hasta ahora, todo el mundo que usa agua del Colorado tendrá que usar menos”, reconoce Enstminger. “Si esta sequía se convierte en la nueva normalidad… son matemáticas. Ahora mismo usamos más agua de la que se repone de forma natural en el río y si esa situación no cambia todo el mundo tendrá que usar menos”.
Mientras, la situación afecta a la economía de las familias que viven del turismo en el lago Mead, un popular parque natural. “Cada vez que el agua baja la gente entra en pánico y algunos se van”, reconoce Gail Kaiser, directora de Las Vegas Boat Harbor, un puerto en el lago. Se queja de que los medios exageren el problema y espanten a los turistas cuando aún hay muchísima agua para hacer deportes acuáticos. Tiene el muelle al 70% cuando solía estar lleno. “El agua volverá a subir en algún momento, pero no creo que lo vea en mi vida”. Cada metro que retrocede el agua, admite, son empleos que se pierden.
California es el estado que más agua toma del Colorado. Nunca ha sufrido recortes, gracias al enorme sistema de embalses. “Estamos implementando 319 y empezando a pensar qué hacemos después”, dice Tanya Regil, directora ejecutiva del Consejo de California para el Río Colorado. “En los últimos 15 años hemos visto un declive general en la cantidad de agua que ha entrado en el sistema. Hay menos precipitaciones medias que hace 100 años”. En el tratado actual, “tenemos provisiones muy generales en las que se reconoce que puede haber sequía excepcional”. En la próxima negociación “debemos desarrollar acuerdos que nos ayuden a saber cuáles van a ser las normas en el futuro”.
Los eventuales recortes pactados en caso de sequía son iguales para todos. “La cantidad de agua que le toca a cada uno es tabú, eso no se toca”, explica Osvel Hinojosa, de Pronatura, que participa en la negociación. “Si toca menos agua es porque todos nos ponemos de acuerdo en un recorte. Nadie está dispuesto a abrir esa negociación porque puede acabar todo judicializado”. Todos los actores consultados destacan la camaradería y el espíritu colaborador de la cuenca del Colorado.
A mediados del siglo XX el reto era domar el río y lograr una fuente de agua estable para todo el suroeste. Ciudades como Las Vegas o San Diego son posibles gracias a esta obra de ingeniería. En el siglo XXI, el reto ya no es solo garantizar que ese reparto siga funcionando en una sequía prolongada, sino que además quede agua para recuperar hábitats naturales. En el último acuerdo, “ambos países por primera vez formalmente dedican una cantidad del agua al medio ambiente”, explica Francisco Zamora, del Colorado River Delta Legacy Program en Tucson, Arizona. Gracias a ello, algo de agua llegó temporalmente al delta, un hecho muy valioso para los científicos para ver cómo se comporta ese ecosistema.
En México, el río se para en la presa Morelos. El 80% del agua se dedica uso agrícola en Baja California. El estuario del río llegaba antiguamente 60 kilómetros tierra adentro. La pérdida del delta significa no solo el fin del hábitat de la zona, sino a pérdida de pesca de alto valor comercial, que solo se dan si hay mezcla de agua dulce. “No nos medimos por las especies, sino por la mejora de la calidad de vida”, dice Zamora. “El Gobierno federal mexicano ha expresado su interés por mejorar las condiciones del delta, un área protegida”. “Obviamente el uso humano es prioritario”, explica Zamora, “pero se están buscando fórmulas creativas para que se pueda cumplir y además tener una estrategia para la parte ambiental, que al fin y al cabo mejora las condiciones de vida humana. Esa visión de México es un gran cambio”.
“El cambio climático tiene que ver con la pérdida de sumideros de carbono como los humedales”, explica Hinojosa desde Ensenada, Baja California. “Perdemos fuente de vida. Vivimos un paradigma equivocado de que hay que elegir entre consumo humano o medioambiental. Ese fue el error del siglo pasado que estamos tratando de cambiar”.
“Lo que aceptan todos es que estamos ante una realidad distinta. El río no provee la cantidad de agua que se pensaba hace un siglo”, dice Osvel Hinojosa. La presión sobre todas estas administraciones para la gestión del río Colorado en el futuro es fenomenal. Con menos agua tienen que garantizar el servicio a más gente y además intentar recuperar el delta. “Es un reto muy fuerte. Creo que la gente lo entiende. Todo el mundo está dispuesto a dar un paso si los demás también lo dan. Eso hace que vaya muy lento. Se están dando pasos en la buena dirección, la duda es si lo estamos haciendo lo bastante deprisa como para evitar la crisis antes de que la cuenca nos lo demande”.
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