San Rafael, Mendoza jueves 21 de noviembre de 2024

El Jubileo de los últimos

DAZ108. Bangui (Central African Republic), 29/11/2015.- Pope Francis (R) opens the Holy Door duirng a Mass with priests, religious, catechists and youths in the Bangui Cathedral, in Bangui, Central African Republic, 29 November 2015. Pope Francis is on a last leg of a six days visit that will take him to Kenya, Uganda and the Central African Republic from 25 to 30 November. (Papa, Kenia) EFE/EPA/DANIEL DAL ZENNARO
El Papa, aclamado en la Catedral de Bangui de República Centroafricana

La apertura de la puerta santa de la catedral de Bangui y el consiguiente inicio del Jubileo refleja a las mil maravillas la personalidad del Papa y los objetivos que persigue con la convocatoria del Año de la Misericordia. Es ya de sobra conocido y está suficientemente demostrado que Francisco siente una predilección especial por los más pobres. Como el Maestro. Con ellos se siente en casa. A ellos dedica sus mejores sonrisas y sus más cálidos abrazos. Con ellos no pierde el tiempo, lo gana. Sabe que son sus hijos más débiles, los que más lo necesitan, a los que más quiere.

Y les demuestra su amor con gestos vitales. Los abraza, los toca, los acoge, se para con ellos, los mima y les dona lo mejor de su persona. Por eso, se ha convertido en su ‘paráclito’, en su abogado defensor. Y, para defenderlos, se transforma en profeta que denuncia la cultura del kleenex o la cultura del descarte, que deja tirados en la cuneta de la vida y de la Historia a los más débiles, a sus hijos más queridos. Como profeta, mira a los ojos y cuenta las lágrimas de la gente del segundo país más pobre del mundo.

Por ellos se arriesga. Y, cuando casi todo el mundo le decía que era una locura visitar el Estado fallido de Centroáfrica, él se empeñó en llevar consuelo a los suyos. «Si no puede aterrizar, me lanza en paracaídas», le dijo, con su típico sentido del humor, al comandante del avión de Alitalia que lo transporta por África. Y allí está, sin chaleco antibalas, a pecho descubierto, con papamóvil descubierto, con la única fuerza del Evangelio y el único escudo del amor de todos los pobres del mundo. Allí está, donde los poderosos del mundo ni se atreven a pisar. Un Papa ‘Juan-sin-miedo’.

Para defender a sus marginados y hacer resonar su grito ante los oídos taponados de esos poderosos del mundo se ha ido a la RCA. A este país situado en el corazón de África, en su mismo centro geográfico, pero que representa mejor que ninguno las periferias geográficas y existenciales que el Papa-profeta viene denunciando desde el comienzo de su pontificado.

Con los pobres de Bangui, el Papa escenifica también lo que pretende con la convocatoria del Año Santo. Con ellos y para ellos abrió la puerta santa. Para simbolizar, en primer lugar, que la Iglesia no puede estar con las puertas cerradas. No puede ser aduana, sino hospital de campaña. Una Iglesia de puertas y ventanas abiertas siempre y para todos.

Un año entero, pues, para que la Iglesia, a veces metida en la dinámica del funcionariado, cambie de chip, abra sus puertas y se ponga (de verdad, no sólo de palabra) en salida, en camino, en proceso. Una Iglesia sin clases, sin clérigos príncipes o dueños, capaz de demostrar con hechos que es y quiere ser madre misericordiosa. «Sed artesanos del perdón, especialistas de la reconciliación y expertos de la misericordia», les dice el Papa en Bangui.

Un año, para demostrar, desde Bangui, que la paz es el nombre de Dios y que las religiones no son (ni deberían ser) el problema, sino parte de la solución. Un año para la reconciliación y el perdón, ese distintivo evangélico que, a veces, olvidan los cristianos. Por eso, nada más pisar tierra centroafricana, Francisco dijo: «Vengo como peregrino de la paz y apóstol de la esperanza». Amén.

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