Un equipo científico trabaja para identificar y conservar especies puras; proveen semillas para forestar y también congelan otras como reaseguro de preservación
En todo el mundo, por distintas causas, los árboles autóctonos son cada vez menos. No sólo desaparecen, también se mezclan con otras especies del mismo género y van perdiendo pureza específica. Para preservarlos hay guardianes y buscadores que intentan conservarlos. En el país, estos guardianes trabajan en el Banco Nacional de Germoplasma de Prosopis (BNGP), un reservorio de semillas de algarrobo y otras especies del género.
Sus expertos recorren el país desde La Pampa hasta la Puna, incluyendo Chaco, Formosa y Entre Ríos, en colaboración con equipos técnicos del Área de Extensión Forestal del Ministerio de Agricultura de la Nación, del Inta y de otros organismos provinciales y nacionales de la zona de recolección. Exploran y recolectan material germoplásmico que después es acondicionado y conservado en el Banco, lugar desde donde se venden y donan semillas con distintos fines.
Salvar las especies puras
Verzino dice que, por sobre todo, son especies emblemáticas, de gran importancia para los habitantes locales, aborígenes y criollos. Jacqueline Joseau, profesora adjunta de Silvicultura y directora del Vivero Forestal Educativo, apunta que cuando un hábitat se altera -ya sea por un sismo, un alud, por la agricultura, inundaciones o incendios- cambian las condiciones y las especies puras no sobreviven, perdurando sólo las mezclas, que se adaptan a estas nuevas condiciones.
Por los acuerdos, el BNGP le compra las semillas (que son inscriptas en el Instituto Nacional de Semillas) a los dueños de los campos. «Tienen que tener un rédito porque esa tierra podría tener múltiples usos, pero la preservan», dice Joseau. Todo el material obtenido es analizado para certificar su calidad. Por año, se cosechan entre 200 y 1000 kilos de frutos, o de 200.000 a un millón de semillas.
Para su conservación, el BNGP guarda las semillas a 18° bajo cero, temperatura a la que pueden superar los diez años de duración. Hay suficientes para que puedan crecer entre 160.000 y 800.000 plantines por año, cuenta Verzino. Una parte de la cosecha anual se vende con fines de producción y otra se dona para investigación o para escuelas que arman viveros.
Excursiones de investigación
Las especies con las que cuenta el Banco, entre otras, son caldén, churqui jujeño, itín y algarrobos negro, blanco y dulce. Todas se caracterizan por adaptarse a regiones áridas y semiáridas, de suelos pobres. Durante años fueron claves en el esquema de sustento de los pueblos originarios.
El trabajo que desarrolla todo el equipo no es sólo preservar in situ a los árboles, sino que permite contar con un reaseguro en el banco de semillas. En el Vivero Forestal Educativo de Silvicultura, se producen plantines de estas especies para abastecer la demanda regional.
No sólo se realizan viajes para identificar los rodales (cada ejemplar se numera con una chapa en el tronco o con pintura visible) sino que se recorren cientos de kilómetros para cosechar las vainas. El Banco cuenta con los equipos necesarios para procesar los frutos.
En cada viaje se identifican nuevos ejemplares, de los que se toman muestras de follaje y frutos que son analizados por su morfología y composición genética para constatar su calidad y utilidad para la propagación de los árboles.
A nivel nacional se desarrolla el Programa del Algarrobo desde hace dos años. Surgió para promover sus plantaciones mediante acciones orientadas tanto a la puesta en valor y protección como al desarrollo de sus potencialidades productivas, en un marco de sustentabilidad ambiental y equidad social.
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