San Rafael, Mendoza viernes 26 de abril de 2024

Campi, a corazón abierto: “Yo me arreglo con poco”

campiAgua afuera, agua adentro. La gente está alterada afuera, está alterada adentro. Llueve intensamente y los que ruegan por entrar no tienen problema en mojarse, se ve, ni en mojar sus celulares con los que le sacan foto a todo (el más buscado, el perro de Moria Casán). Hay cierta excitación callejera. Puertas adentro de Ideas del Sur, la purpurina hace estragos en los pasillos. Hoy -el día elegido para la entrevista- se inaugura el aquadance y la previa de ShowMatch (a las 22.15, por El Trece) marca el pulso a un lado y al otro. No el pulso de todos. Hay un caballero que camina tranquilo, ajeno a tanta euforia. No es público ansioso ni actúa de estrella. Está con su simpleza a cuestas, con su humor, con su remera que tiene estampada una bicicleta verde, igualita a la que lo lleva y lo trae del programa. En ese universo, Campi parece de otro planeta.

Formado en el under porteño de los ‘90, se convirtió en uno de los artistas más reconocidos del teatro y la televisión: de miércoles a domingo llena la sala del Multiteatro donde presenta Campi, el unipersonal, y es uno de los candidatos de Bailando 2015, básicamente por lo divertidas y rendidoras que suelen ser sus previas, casi siempre amparado en la piel de sus personajes (ver Los mejores…), con una rigurosidad en la imitación pocas veces vista. Y con una gracia en la creatividad que lo vuelve diferente.

Hablar de Campi en términos de simple imitador sería faltarle el respeto al mismísimo Agustín Alezzo, el maestro que, hace más de 20 años, le descubrió la faceta actoral en medio de una escena de Romeo y Julieta. “El ejercicio me estaba costando mucho, porque se trataba del momento en el que Romeo fue desterrado de Verona. Muy triste. Y todos se cagaban de risa de lo que yo hacía. Agustín me dijo: ‘¿Usted se dio cuenta de la veta cómica que tiene?’. Y empecé a prestar atención a eso y a dejar de estar peleado con lo que generaba. Me enojaba que se rieran. Yo me creía Shakespeare, pero a partir de ahí comencé a encauzar el humor a conciencia”, explica Martín Campilongo, el actor que acortó su apellido para convertirlo en apodo, como lo habían hecho su abuelo y su padre.

A los 46 años, con un cafecito que se enfría mientras la charla encuentra su temperatura cálida, deja ver que una vez que entendió que la gente se reía con él y no de él, su vocación se volvió profesión. Primero la transitó en zonas con más penumbra que iluminación, luego conoció la luz de la cámara y ahora goza del brillo de una sala comercial colmada. Y asegura que no olvida sus tiempos de volanteo para conquistar público.

¿Ahora te resulta más fácil llevar gente a la calle Corrientes?
Mirá, yo tuve momentos de vacas flacas. Y, es más, estando en el programa de Marcelo (Tinelli) y ganando Gran cuñado, levantaba el telón y había seis personas. Y si estaba mi vieja eran 7.

¿Tu vieja siempre firme?
Siempre los dos al pie del cañón. Y luego tuve épocas de salas llenas, en las revistas con (Jorge) Guinzburg, por ejemplo. Ahora es la primera vez que vuelvo a estar lleno con un espectáculo mío después de casi 20 años. Lo hago hace cuatro años, y venía llenando, pero lo que pasa con la pantalla de Marcelo es que las entradas se agotan una semana antes. Es una locura. Los productores me propusieron una sala más grande. Estoy en una de 130, pero yo ando en bici, voy en subte al teatro… No necesito una más grande.

¿Andás en bici o subte por elección?
Sí, absolutamente. Yo tengo un auto, que maneja mi mujer, es muy lindo, usado, y nos lleva y nos trae donde queremos. Pero no me mueve la marca.

Digamos que te arreglás con poco…
Yo me arreglo con poco y me gustaría arreglarme con menos. Mirá, a mí me gustaba mucho Facundo Cabral y él decía una cosa muy interesante: ‘Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita’. Yo me considero rico en ese sentido, pero me gustaría más.

¿Tuviste un pasado de carencias?
No, un pasado de gente laburante. Mis viejos trabajaron toda la vida, mi abuelo era ‘plumerero’ y armaba los plumeros en su taller. Mi viejo atiende un puesto de diario. Somos de una clase media que la peleó y la disfrutó, con infancia en San Clemente. Siempre jodemos con mi ‘jermu’ -Denise Dumas-, porque los dos pasamos la niñez en Punta… Ella en Punta del Este y yo en Punta Rasa, en San Clemente. Vamos cada tanto. Nosotros disfrutamos de un viaje a Nueva York y de un fin de semana en la costa. A los dos lugares les encontramos una maravilla. Y nos gusta contagiarle eso a nuestros pibes -tienen cuatro hijos, dos juntos, y dos de un matrimonio anterior de ella-, porque te aliviana la mochila: hablo del concepto de que lo que está de más sobra.

¿Los chicos se enganchan con ir a la playa argentina?
Como locos. Vamos a San Clemente y disfrutan de ir a tomar helado a El Lido, mi favorita. El helado de mate cocido de ahí es increíble.
Sentado en un rincón de Ideas del Sur, Campi es de los que recuerdan. Y de los que no olvidan, que no es lo mismo. “Yo vivía en Parque Patricios, pero iba a un colegio en el Centro, porque a mis viejos se les dio por llevarme al Cangallo Schule y, entonces, tenía compañeros que viajaban a Inglaterra y compraban revistas de mujeres desnudas. Era otro mundo. Y esos pibes aún son mis amigos. Y tenía amigos del barrio Espora, en Pompeya, al lado del río. Lo importante era y es ser buena gente. El programa de mano de mi espectáculo dice que uno es del lugar donde nació”, entiende el creador de Jorge, el personaje más barrial y entrañable de su galería.

“Ahora vivo en Colegiales, pero soy de Parque Patricios. Y puedo vivir en las mejores alcobas londinenses, pero siempre voy a ser de Parque Patricios. Yo viví la época en la que se sacaban las sillas a la vereda a tomar fresco, la época en la que los vecinos te cuidaban. Creo que se puede recuperar ese espíritu”, desea.

¿Eras un pibe líder?
Era el que no le gustaba jugar a la pelota. Tenía que hacer otras cosas para poder tener amigos.

Y naciste en un barrio futbolero…
Vengo de una familia enferma de Huracán, vengo del barrio de Ringo Bonavena, pero soy nulo para eso.

En un pan y queso, ¿te dejaban para el final?
A veces me elegían porque yo tenía la pelota y después se las regalaba. Prefería mi carro de rulemanes, mi bici, mis disfraces. Yo era creativo y mis amigos eran felices jugando con mis cosas. Una vez, en el taller de mi abuelo, construí un barco que lo hicimos flotar y todo en Punta Lara. De chico jugaba a que era El Zorro, Carlitos Balá, el Capitán Piluso, yo era Pepe Biondi.

¿Y te lo creías?
Sí, cobraba entrada y jugaba a hacer teatro. Tuve una infancia divina. Era hijo único, me daban los gustos, pero no era malcriado.

¿Lo de los hijos únicos malcriados es un mito, entonces?
Sí, tanto como que los colorados no se quedan pelados. Yo era colorado y acá tenés el resultado. Bah, era un rojito medio bordó.
Campi es de esa clase de humoristas que hacen reír también cuando no trabajan. Habla sin estridencias. Desde ese medio tono comparte que, entre el chico que fue y el artista que es, “me fui buscando: me recibí de modelista, diseñé ropa, pinté vasos que vendía por la calle, laburé en Pumper Nic (ver La anécdota). Y ahora hago exactamente lo mismo que hacía de chico. Me fabrico las narices, las pelucas, las peras, las patillas… como hacía en el taller del abuelo. Y yo ya tengo mi taller en casa, parecido a aquél, y mis hijos vienen a jugar”.

Entiende que su abuelo “empezó a ver el principio de todo esto cuando entré a la tribuna de Nico (el exitoso magazine de Nicolás Repetto, que iba por Telefe, en 1995). El se tomaba las cosas con la misma naturalidad con las que me las tomo yo. Aún las cosas rarísimas”. El repaso de lo rarísimo incluye “haber escrito para Ted Turner. Yo escribía para la CNN, por ejemplo, cosa que casi nadie sabe”.

¿Y eso cómo surgió?
Un amigo productor se fue a República Dominicana y le empecé a mandar cosas. Después escribí para Puerto Rico. Una amiga que vivía en Miami me dijo ‘Mi hermano quiere ver tu material’ y le mandé algo viejo y de golpe empecé a gustar. Cuarta valla, tercera valla, segunda valla, pum, entré. Y un día apareció en Buenos Aires un tipo norteamericano de traje, con un traductor, y me hicieron firmar un contrato y laburé con Turner. Estar con Chespirito en California fue otra cosa loca… El abuelo vio ladrillo a ladrillo. Entonces, que aparezca la ventana no es casual. Y arriba de la ventana seguimos con el ladrillo.

El esfuerzo, la diversión, la simpleza y los abuelos son palabras que aparecen seguido en la charla. Por eso a ellos les ponemos nombres: Federico y Oliva, que vivían en la planta baja de su casa.

¿Algún sabor u olor que te venga de esos tiempos?
Sabor, las pastas de la abuela. Y olor, el de la naftalina, para que las plumas que usaba el abuelo no se apolillaran.

No es un olor muy agradable…
Sí, sí, lo sé, pero ese olor es mi infancia. Como el olor a humedad, que arrastro de mi primera casa. Era un PH y yo andaba con delfines que me brotaban de los hombros, de la humedad que tenía mi ropa.

¿Cómo lo compraste?
Con lo que ganaba en Nico, más unos ahorros del under. Por eso le tengo cariño a la humedad, me lleva a lugares lindos de mi pasado.
De un sorteo que ganó en esa tribuna atesora la bicicleta que lo lleva con su historia a cuestas, con su genuina sencillez, con esa gracia que provoca risa fácil, con una frase que lo pinta: “Yo disfruto mucho el andar”. Y eso suele surgir cuando la ruta vale tanto como el destino. Y, más, cuando se hace pedaleando.

RECUADROS

Los mejores personajes que paseó este año por “ShowMatch”, contados en primera persona

Antonio Gasalla
“Yo lo considero un amigo. Siento admiración por Antonio, él es una de mis zanahorias. Hacerlo fue rendirle un tributo. Y lo focalicé como enojado, pasando un mal momento por estar ahí otra vez, en ese programa, como ‘ufa’. Teóricamente el le había apostado a la Xipolitakis que si volaba un avión él tenía que ir a bailar y perdió. Lo tengo muy estudiado, con sus gestos, su voz. Es un capo divino”.

Jorge

“Es como mi clásico, lo hago desde hace mucho. Y lo llevé a la pista porque Jorgito es muy amigo de Marcelo, imaginate que se animó a preguntarle si tenía tatuado el pirulín… Cosa que yo no hubiera hecho. Está inspirado en un personaje real, padre de un amigo. Es un tipazo de barrio querido por todos, el buen vecino, inocente, generoso. Ya no está, pero, además de inspirarme, me ha tirado letra”.Ricardo Canaletti

“Lo tenía en la mira desde el año pasado y no entendía cómo nadie lo hacía. Es un personajón. En el ritmo de Videoclip me tocó El rock de la cárcel y dije ‘Canaletti, qué mejor’. Lo bien que hice en esperarlo, porque cuando forzás una imitación sale mal… cuando imitás la gente te toma prueba. Y parece que le gustó, che, porque me llamó agradecido. Es un tipo muy gestual, muy escénico”.Tato Bores

“Me encantó haberlo hecho. Estaba con la peluca puesta y me fui directo a mi infancia, cuando lo veía con mis padres, los domingos a la noche, al pie de la cama, sin entender mucho al principio, cada vez entendiendo más. Yo me siento en la obligación de hacer a tipos como Tato, para que lo recuerden o para que los jóvenes lo descubran. Te hacía pensar riendo. Un genio. Apenas lo hice quedé conmovido”.

 

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