La Scuderia se recupera de la revolución que dio fin a la presidencia de Montezemolo y al liderazgo de Alonso
Ferrari es una máquina de hacer propaganda. En la historia de Il Cavallino Rampante hay eslóganes cargados de significado, esas frases que han convertido esta marca en el icono automovilístico más universal. Por eso llama la atención que uno de los motivos que impulsaron la elección de Mauricio Arrivabene como su director fuera, precisamente, su aptitud comunicativa. “Nos dimos cuenta de que no podíamos seguir dirigiéndonos a nuestra masa de seguidores de la forma en la que lo hacíamos. Con las redes sociales llegamos a un público mucho más global”, explica Alberto Antonini, responsable de prensa de la estructura, que considera clave esta nueva vía especialmente antes de que la Scuderia salga a bolsa en octubre.
Arrivabene lleva en su cargo nueve meses, pero su irrupción no fue más que una parte de la revolución que el equipo llevó a cabo durante 2014 y que sigue en marcha. Una sacudida que comenzó aquí, en Monza, hace precisamente un año. Aquel Gran Premio de Italia fue el último de Luca Cordero de Montezemolo como presidente, que lo era desde 1991, y el de Fernando Alonso como líder de los bólidos rojos. Una auténtica catarsis.
Se fue Alonso y se le sustituyó por Vettel, un piloto con un carácter muy distinto. “No puedo decirle cómo era trabajar con Fernando, pero sí que hacerlo con Sebastian es como un sueño”, cuentan desde el constructor italiano. “Ahora no hay espacio para el ego. Seb es una persona normal que hace cosas excepcionales”, añade esta voz autorizada. Al margen de sensaciones, la diferencia que separa al germano (tercer clasificado) del líder de la tabla es de 67 puntos, inferior a los 99 que había en este mismo momento entre el asturiano, entonces quinto, y el primero (Rosberg). El corredor de Heppenheim acumula dos triunfos y siete podios por los dos que figuraban en el casillero del ovetense (ninguna victoria).
Vettel es la cara más visible del cambio, pero detrás hay mucho más. Una inversión extra (más de 150 millones de euros), por ejemplo, que Sergio Marchionne, el sucesor de Montezemolo, aprobó a mediados de la temporada pasada a petición de Marco Mattiacci, el gran olvidado en toda esta transición. Mattiacci, aquel de las gafas de aviador dentro del box, aterrizó directamente desde Estados Unidos a finales de abril del año pasado para sustituir como director a Stefano Domenicali.
Mattiacci solo estuvo en el cargo hasta noviembre, poco tiempo pero suficiente como para tomar decisiones importantes. “No se fue justo con Marco”, asegura uno de los jefes más influyentes del paddock; “porque en las reuniones de las escuderías siempre aportaba un punto de vista muy interesante”. Fue él quien decidió centralizar el poder de decisión en James Allison (director técnico), y quien convenció a Vettel. También cerró el acuerdo con Haas, que desembarcará el próximo curso en la F-1 y cuyos monoplazas incorporarán motores Ferrari. Gracias a la inversión extra que propuso, este propulsor ha dado un paso adelante lo bastante significativo como para que pueda interesar a otras formaciones considerablemente competitivas como por ejemplo, Toro Rosso. Una buena forma de recuperar el gasto realizado.
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