Habíamos dicho antes que educar es algo que los adultos hacemos todo el tiempo (o deberíamos hacerlo), ya que con nuestras acciones y actitudes diarias estamos mostrando una manera de ser.

Me gustaría retomar esto con un tema que es afín y es el de la empatía. Empatía es esa capacidad que si bien no es tan frecuente en todas las personas puede entrenarse o “educarse”. Empatía significa ponerse en el lugar del otro. Pero no sólo decirlo sino verdaderamente sentir (o hacer el intento) como siente el otro. Es una capacidad que nos sensibiliza frente a los aconteceres de los demás.

Tendemos a juzgar, a realizar juicios de valor cuando vemos u oímos algo referente a otras personas. Inmediatamente emitimos una valoración y, generalmente, esa valoración es negativa cuando alguien tiene una conducta que no compartimos o se expresa de determinada manera que no nos es de nuestro agrado. Juzgamos como adultos a los más jóvenes porque tienen apatía, porque no hacen ningún esfuerzo, etc, y la verdad es que no podemos ver la brecha que nos separa de ellos y la inmensa diferencia que hay entre nuestros esquemas mentales y los de ellos.

No somos capaces de hacer el esfuerzo de ponernos en su lugar y verificar qué sucede en sus “almas” para sentir como sienten y pensar como piensan.

Los mensajes que damos a los niños y adolescentes hoy son tan contradictorios que originamos una gran confusión con el consiguiente sentimiento de decepción y pesimismo. Valores antiguos que seguimos sosteniendo mientras los medios (que asolan por doquier) envían mensajes que no condicen con esos viejos valores. La escuela con sus anacrónicos esquemas y las tecnologías que atraviesan nuestras existencias vociferando lo nuevo.

No es fácil para los adultos y no es fácil para los jóvenes. Pero la responsabilidad es nuestra. Empatía es amor, es buscar el modo de comprender sin prejuzgar, es querer acortar esa brecha que nos hace tan lejanos. Educar es amar.

Gentileza Alejandra Pili – Docente – Profesora de Psicología