El panorama suena casi desolador: en suelo patagónico yacen 250 millones de kilos de peras y manzanas que los productores dejaron pudrir; la industria frigorífica perdió 138 empresas y 21.000 trabajadores, y 1,5 millones de litros de leche terminaron arrojados a los campos por tamberos cansados de una rentabilidad casi nula.
Al mismo tiempo, según diario La Nación, hay otras actividades que deberían conformar un engranaje capaz de abastecer de divisas al país y sembrar desarrollo a su alrededor, pero también están actualmente en un momento límite, asfixiadas por costos internos engordados por la inflación, por una presión tributaria cada vez más alta y por precios internacionales que se derrumban.
El matutino refleja hoy puntuales datos que surgen de «La agenda del campo», un trabajo elaborado por la Sociedad Rural Argentina (SRA), y que son refrendados por el testimonio de productores de cada región.
“Reflejan la lenta muerte de economías que en 2000 hicieron un esfuerzo por aggiornarse y encontrar su lugar en el mercado mundial”, según La Nación.
Y allí es donde aparece le cuestión de la vitivinicultura, “que tuvo una explosión de inversiones y de nuevas bodegas, y que llegó a exportar por un valor de US$ 1300 millones en 2012”. Su realidad actual muestra que en 2014 sólo vendió al exterior por US$ 400 y se quedó con un sobrestock de vino de 300 millones de litros, que no puede conservarse mucho tiempo más.
Ezequiel De Freijo, analista del Instituto de Estudios Económicos y Negociaciones Internacionales, de la SRA, aseguró a ese diario que es una pena haber llegado a esta situación después del esfuerzo que hicieron estos sectores en la década anterior. «Todos introdujeron cambios en los primeros años de 2000, en el vino, en los limones, en el Alto Valle transformaron los montes hacia frutas más demandadas, en el NEA se buscaron variedades de cítricos más requeridas, en azúcar se mejoraron mucho los rendimientos con desarrollos en la estación Obispo Colombres; en los laneros hubo un cambio importante hacia el Corriedale, que es doble propósito, y hacia el Merino, de lana más fina», explica.
Más allá de la inflación, la carga tributaria y la caída de las commodities, que atraviesa a todas las provincias por igual, muchas de ellas tienen problemas propios de la actividad, que agravan aún más el panorama. Carlos Iannizzotto, productor vitivinícola y vicepresidente de Coninagro, destacó a La Nación que las ventas en el mercado local cayeron 4 y 15%, en el mercado local e internacional, respectivamente. «Hay una concentración en la demanda [de uva y vino] muy grande y una oferta muy atomizada [productores pequeños que no pueden poner condiciones en el precio de su producto]. Un precio es el del vino en la góndola y otro el que recibe el productor. A su vez, en el mercado de vino internacional también hay mucho producto», describe.
“A todo esto hay que sumarle que también hay un sobrestock de mosto, que es fijado por las provincias de San Juan y Mendoza, a partir de un porcentaje anual que sirve para regular la actividad. Esto funcionó como un precio mínimo de mercado, que impulsó la oferta de uvas de calidad media, y el esquema cerraba con el aporte del Fondo Fiduciario de Mendoza para sostener el precio a los productores. Todo estuvo bien hasta que el precio internacional del mosto empezó a caer, debido a un aumento por parte de China de la producción de jugo de manzana (un sustituto)”, según La Nación.
Según Iannizzotto, el sector tiene problemas con el mosto (que ya intenta colocar como endulzante a nivel local, pero que encuentra la oposición de los proveedores tradicionales), con los vinos comunes y con los productos premium.
Todo eso confluye en una menor colocación de botellas en el exterior, una sobrecarga del mercado interno, una caída del precio en góndola debido a la sobreoferta y un pago bajo al productor. Un dato habla por sí solo: mientras que en 2011 se cosecharon 23 millones de quintales promedio con 1300 establecimientos; el año pasado se levantó el mismo volumen con 680 establecimientos.
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